«Álvaro del Portillo amaba y apreciaba todos los carismas de la Iglesia»


(SIC/InfoCatólica) Con este motivo Agencia SIC ha entrevistado al sacerdote José Carlos Martín de la Hoz, vicepostulador de la Causa.


Además de ser una de las personas que ha llevado adelante el proceso de Beatificación, usted conoció y trató a Álvaro del Portillo ¿Qué le supone ver «una cara conocida» cuya santidad será públicamente reconocida?


Gozo. El gozo de quien ha conocido a un Siervo de Dios, de ver cómo el proceso va avanzando y que el recuerdo que uno tiene, los favores, se van contagiando a personas de toda clase y condición es de una alegría muy grande.


Como Vicepostulador de la causa de Don Álvaro, ha estudiado a fondo todos los aspectos de su vida. En este sentido ¿qué virtudes destaca del futuro beato?


La mera observación de una estampa, una hoja informativa, o un vídeo enseguida se percibe esa cara de paz cuando estabas con él, lo que se traslucía era que tenía una gran paz interior y por lo tanto es lo primero que nos sirve como modelo: que los cristianos tenemos que tener paz y dar paz. Esa paz que Álvaro del Portillo adquirió con su vida intensa de oración, la Eucaristía, el trabajo… con su capacidad de encajar los golpes de la vida en la oración. En ese sentido no era una paz fruto, simplemente, de un temperamento sino una paz adquirida a través de una conversación íntima con Dios.


Una de las características más sobresalientes de Álvaro del Portillo fue su trabajo en la Iglesia, era un «hombre de Iglesia» ¿Cómo fue su relación con las distintas congregaciones, caminos de santificación en sus diversos trabajos para el Vaticano?


Una de las cosas que Don Álvaro aprendió de San Josemaría fue el ser un hombre de comunión. Amaba todos los carismas de la Iglesia universal, vivía el suyo con fidelidad pero amaba y apreciaba todos los carismas de la Iglesia. Por eso es un hombre que, en los diversos encargos que tuvo en la Santa Sede: Doctrina de la Fe, Causa de los Santos, Derecho, religiosos… en su trabajo como consultor de varias congregaciones o como perito conciliar en el Concilio Vaticano II, las diferentes personas con las que trataba: miembros de congregaciones religiosas o de nuevas realidades eclesiales…, notaban en él que amaba a la Iglesia, por lo que amaba sus distintos carismas y alentaba a todos a ser muy fieles a lo que Dios les pedía.


Durante estos años, se han dado a conocer numerosos milagros atribuidos a la intercesión del Siervo de Dios Álvaro del Portillo ¿Qué destaca en estos favores?


Lo que llama la atención es que, con el paso de los años, desde el año 1995, los favores han ido «evolucionando»; son los propios de las necesidades de los hombres y mujeres de cada momento de la historia: llegan muchos favores a la Vicepostulación: problemas de paro, de conciliación familiar, entre padres e hijos… los problemas que hoy día tenemos. En ese sentido es maravilloso comprobar cómo funciona la comunión de los santos veinte siglos después. Los santos son los intercesores naturales que tenemos los cristianos para pedir a Dios los favores normales que tenemos todos en nuestra vida.


Álvaro del Portillo, aunque era natural de Madrid, vivió y falleció en Roma ¿Por qué se ha escogido Madrid como sede de su Beatificación’


En primer lugar las beatificaciones suelen celebrarse en el lugar donde se ha desarrollado la causa del beato: la diócesis de nacimiento, o de muerte o donde ha vivido… y suele estar presidida por un legado pontificio. Durante el pontificado de Juan Pablo II, el asumió también las beatificaciones para viajar por el mundo entero proponiendo a los cristianos modelos de hoy de santos y beatos.


¿Cuál cree que es el mensaje de esta beatificación para todos los católicos?


Creo que Don Álvaro dice cuatro cosas al hombre de hoy. La primera que el cristiano ha de tener paz y dar paz, en segundo lugar que hemos de ser hombres de compasión, hombres misericordiosos, preocupados por el desarrollo de la dignidad humana y por último, hombres de comunión, que amemos a la Iglesia y que sepamos unir a todos los carismas de la Iglesia en esa ilusión común de llevar al mundo entero un mensaje de esperanza, de alegría y de paz.



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