Bautizados en Cristo



Queridos hermanos en el Señor:


Os deseo gracia y paz.


No es lo mismo ser errante que peregrino. La persona errante vive un vagabundeo errático y desorientado. El peregrino avanza firme hacia una meta, lleva inscrito un destino en el hondón de su ser.


Mientras caminamos como peregrinos nuestra relación con Dios se realiza más en la escucha que en la visión, y la contemplación se lleva a cabo gracias a la luz encendida en nosotros por la palabra de Dios.


En Jesús encontramos el motor que nos mueve por dentro, la razón que da sentido a nuestra vida, la orientación definitiva de nuestra existencia, el ritmo de nuestros latidos. En Jesucristo toda la humanidad y toda la creación realizan su objetivo, su fin y su sentido.


Jesús nos revela el gran misterio de Dios infinito al descubrirlo como el Padre misericordioso. Jesús dilata el espacio de la vida, transfigura lo cotidiano, incorpora lo inefable, crea libertad, suscita reconciliación, ofrece perdón, engendra esperanza, promete una presencia que acompaña, garantiza la plenitud.


Los misterios de la vida de Jesús no son ejemplos externos, ni ilustraciones gratificantes que nos hacen salir del aburrimiento, sino acontecimientos de una auténtica historia de salvación.


Ya el Antiguo Testamento mira anticipadamente hacia la Nueva Alianza, en la que Dios da al hombre un nuevo corazón y un sentido nuevo.


Decía Blondel: “Nacemos viejos, pero podemos hacernos jóvenes”. Venimos al mundo cargados con el peso de una tremenda herencia, que es como un peso muerto que hay que ir soltando para poder alcanzar altura de vuelo.


El último vestigio de la vida de cautividad del antiguo Israel, esclavo de Egipto, quedó anegado por las aguas salvadoras del mar Rojo cuando se cerraron y engulleron al ejército del faraón perseguidor. En las aguas del bautismo se cierra el acceso a cualquier signo de cautiverio y esclavitud. Con el bautismo se clausura el influjo de un pasado inmemorial, para comenzar a vivir la memoria agradecida que nos invita a vivir un presente apasionado y a construir un futuro esperanzador.


A través de la entrega de sí mismo, por nosotros y por nuestra salvación, Jesucristo nos libró del poder de la muerte y del maligno, según la voluntad salvífica del Padre, para introducirnos, por la participación en la gracia del Espíritu Santo, en la vida de la comunión trinitaria.


Nuestra esperanza y nuestra razón de ser como cristianos es la firme certeza de que la presencia de Cristo en la historia ha hecho girar el mundo desde el sinsentido al anhelo de la justicia, de la reconciliación y del triunfo del amor.


Mirando a Jesucristo aprendemos a comprometernos con el amor crucificado del Verbo encarnado. Los dos trazos de la cruz de Cristo nos indican la doble dirección de fidelidad total a Dios y entrega incondicional a los hermanos.


Recibid mi cordial saludo y mi bendición.


+ Julián Ruiz Martorell, Obispo de Huesca y de Jaca



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