El 25 de julio de 1968 publicaba el Papa Pablo VI (que será declarado santo el próximo 14 de octubre) la encíclica Humanae vitae sobre el sentido del amor humano en su expresión corporal matrimonial y la regulación de la natalidad. Se cumplen, por tanto, 50 años de esta “encíclica profética”, que viene a iluminar el sentido del amor humano en el seno del matrimonio cristiano. El misterio del hombre sólo se ilumina a la luz del misterio del Verbo encarnado, nos recuerda el Vaticano II (GS 22). También en este punto tan profundo y delicado del amor, y del amor en su máxima expresión corporal, como es la unión sexual de los esposos, bendecida por Dios desde el principio y elevada a la categoría de sacramento por el mismo Jesucristo.
La sexualidad, lugar en el que se expresa ese amor corporal de los esposos, no es mala. Más aún, vio Dios todo lo que había hecho y, cuando llegó al hombre (varón y mujer), “vio que era muy bueno” (Gn 1,31). Es algo salido de las manos de Dios, por tanto es algo bueno en su origen. Ciertamente, el pecado ha trastornado todo lo que ha salido bien de las manos de Dios, pero no lo ha destruido ni lo ha corrompido plenamente. Esta realidad del principio, herida por el pecado, ha sido sanada por el mismo Cristo. Por eso, mirándole a él, el Verbo que ha tomado nuestra alma y nuestro cuerpo humano, e influidos por su gracia, entendemos el misterio del hombre también en esta dimensión del amor humano, de la sexualidad humana. El trato con Jesucristo hace entender y ayuda a vivir este aspecto tan neurálgico de la vida de los esposos.
El Papa Pablo VI hace un canto al amor de los esposos, diciendo que ha de ser un amor humano y humanizador. Es decir, sensible y espiritual al mismo tiempo. No es una simple efusión del instinto o del sentimiento, sino que es también y principalmente un acto de la voluntad humana. Es un amor que va convirtiendo a los esposos en un solo corazón y los va conduciendo a la perfección de cada uno. Es un amor total, es una forma singular de amistad personal, que se goza no sólo en recibir, sino en darse sin reservarse nada. Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Así lo entiende el esposo y la esposa el día que lo asumen libremente. Puede conocer momentos de prueba, pero esa fidelidad es posible, noble y meritoria. Así lo demuestran tantos matrimonios de hoy y de siempre. Es un amor fecundo, porque normalmente se prolonga en el don de los hijos, que son el don más excelente del matrimonio y contribuyen al bien de los padres.
En el contexto en el que se publica este documento pontificio, está en plena efervescencia la revolución sexual de 1968, el amor libre y sin ataduras, la expansión y universalización de la píldora anticonceptiva, la propuesta del aborto libre y una serie de retos que plantean a los cristianos una respuesta. Esta encíclica de Pablo VI ilumina con una luz duradera que el ejercicio de la sexualidad humana tiene su lugar dentro del matrimonio, en el cual cada uno de los actos de unión sexual propios de los esposos deben estar abiertos a la vida, pues tales actos para ser humanos llevan incluido el sentido unitivo y el sentido procreativo de la unión sexual. Es decir, no pueden servir sólo para la unión y crecimiento en el amor de los esposos entre sí, sino que cada uno de ellos debe estar abierto a la vida. Dado el carácter cíclico de la fecundidad, no se deriva de cada acto conyugal la concepción de un nuevo hijo, pero todos y cada uno de los actos ha de estar abierto a la vida, los esposos no deben poner ningún impedimento. De ahí la importancia también del conocimiento del ciclo fértil para un uso responsable.
Esta encíclica no fue bien recibida por todos. Produjo satisfacción y también turbación. Es como la primera vez que el Papa en su magisterio supremo se ve contestado por unos y por otros, de fuera y de dentro. Las intervenciones posteriores de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han reafirmado el valor de esta encíclica y la actualidad cada vez mayor de esta doctrina de la Iglesia. Por eso, es llamada “encíclica profética”. Se trata de un punto crucial, muchos cristianos se han alejado de la Iglesia sólo por este punto, otros han encontrado verificado en sus propias vidas la felicidad que este mensaje contiene, y las propuestas que el mundo ofrece hoy son mucho más disparatadas que entonces. Por eso, la encíclica Humanae vitae ha sido un faro de luz en estos 50 años y al celebrar este aniversario es una ocasión para profundizar en su contenido y llevarlo a la práctica, como una luz que ilumina el misterio del amor humano en nuestros días. Y una pauta en la que han de educarse los jóvenes especialmente.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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