(Gaudium Press/InfoCatólica) Un llamado a la restauración del ideal de la universidad católica fue hecho por la Sociedad Cardenal Newman, dedicada a la promoción de la educación católica en Estados Unidos, con motivo de los 50 años de la polémica declaración Land O'Lakes, un documento que afirmó la independencia de las instituciones educativas católicas frente a la autoridad de la jerarquía eclesiástica.
La Sociedad Cardenal Newman publicó una serie de artículos sobre cómo corregir los males acarreados por esta posición, entre los cuales figura uno escrito por el Obispo de Green Bay, Mons. David L. Ricken, cuando servía como Obispo de Cheyenne y presidió la fundación del Wyoming Catholic College.
La universidad católica es un espacio de fomento, vivencia y práctica de la fe. El prelado comparó los efectos de la polémica declaración con los de la herejía y el cisma y lamentó la separación de las instituciones firmantes de la autoridad doctrinal y jerárquica de la Iglesia y el establecimiento «de su propio magisterio» en el cual la ortodoxia fue sustituida con una «conformidad con lo “moderno”» y se abrazó el modelo de la universidad secular con su supuesta libertad académica sin inhibiciones. «Las consecuencias de este compromiso con el movimiento modernista son legión», alertó el Obispo: «separación de fe y razón, pérdida de la identidad católica, el reino de la ideología secular, el establecimiento del relativismo moral como la piedra angular de la verdad y la pérdida de una herencia académica honorable arraigada en la sabiduría de siglos».
Ante esta realidad, Mons. Ricken propuso de nuevo el ideal de la educación planteado por la Iglesia en documentos como la Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae de San Juan Pablo II y el Discurso a los Educadores Católicos de Benedicto XVI. La Constitución Apostólica expone el cultivo de la alegría de aprender y la promoción del pensamiento como herramienta de servicio. La universidad católica «se distingue por su libre búsqueda de la verdad íntegra sobre la naturaleza, el hombre y Dios» y se dedica «a la investigación de todos los aspectos de la verdad en su conexión esencial con la Suprema Verdad, que es Dios». Por este motivo la fe católica no censura la búsqueda del conocimiento, sino que la encamina a valorar los aspectos morales, espirituales y religiosos de la misma, y pone los métodos de la ciencia «en la perspectiva de la persona humana».
La visión del ideal de la universidad católica comprende muchos otros aspectos además del académico e investigativo, el cual debe incluir la Teología como una ciencia de pleno derecho que ilumina el conocimiento. «Una de las marcas de la educación católica auténtica es la cultura o el entorno que crea», comentó el Obispo. «En el entorno o atmósfera adecuados, un crecimiento natural y vigoroso se produce ya sea la vida de una planta, un animal o un ser humano. Por esta razón Benedicto XVI cuestionaba a los educadores: “¿Es tangible la fe en nuestras universidades y escuelas?¿Se le da una expresión ferviente litúrgica y sacramentalmente a través de la oración, los actos de caridad, la preocupación por la justicia y el respeto por la creación de Dios?”. Expresiones de una cultura católica se pueden apreciar en la vestimenta de los estudiantes, la afabilidad en el trato, la presencia de la doctrina católica y la teología en el currículo y la defensa de los ideales más nobles, así como un balance de la vida que incluye la oración y el descanso debidos en medio de la actividad».
«Las universidades católicas de buena fe manifiestan signos que introducen a los estudiantes en una mundo que irradia pureza, caridad, alegría y admiración», expuso el prelado, «lo que los griegos llamaban el arte de vivir bien, como opuesto a simplemente vivir, subsistir o ganarse la vida». La identidad católica de la educación no se limita a las estadísticas, ni únicamente a la ortodoxia de los contenidos, según advirtió Benedicto XVI. La vida diaria de una universidad católica incluye, según Mons. Ricken, la oración, el aprender, la convivencia, la caridad, el servicio, la Eucaristía diaria, el estudio de los clásicos, la alegría de aprender por interés propio, la amistad, el civismo y la hospitalidad. El centro educativo se asemeja por tanto a un hogar, lleno de vida y participación. El prelado complementó su análisis con la continuidad de los conocimientos actuales con la tradición y bagaje cultural cristiano. Finalmente, la calidad de la educación católica debe evaluarse según el criterio del Evangelio: «Por sus frutos los conoceréis».
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