Ciertamente no hay nada nuevo bajo el sol. Esta es la sencilla conclusión a la que llegué después de releer recientemente el discurso dado por uno de los grandes teólogos del siglo XIX, el beato John Henry Newman, cuando el Papa León XIII lo designó cardenal el 12 de mayo de 1879.
Conocido como el «Biglietto speech» (el discurso del Biglietto), - llamado así por la carta formal que se les daba a los cardenales en tales ocasiones - sus 1720 palabras constituyen una crítica sistemática de lo que Newman llamó «la gran jugarreta» contra la que él dio la cara desde el primer momento. Hoy sospecho que la simple fuerza de la crítica de Newman de lo que él llamaba «el liberalismo en la religión» le hubiera valido ser considerado persona nongrataen la mayoría de las facultades de teología del Norte de Europa.
Cuando uno reflexiona sobre los comentarios de Newman no es difícil darse cuenta de cuánta parte del mundo cristiano occidental ha derivado hacia direcciones opuestas a lo que él advirtió. Bajo la bandera del «liberalismo en la religión», Newman enumera varias proposiciones. Estas incluyen (1) «la doctrina de que no hay una verdad positiva en la religión», (2) «que un credo es tan bueno como cualquier otro», (3) «que ninguna religión puede reconocerse como verdadera porque todas son opinables», (4) «que la religión revelada no es una verdad, sino un sentimiento y un gusto; no una fe objetiva ni milagrosa» y (5) «cada individuo tiene derecho a hacerla decir lo que mejor le parezca».
¿Puede alguien dudar de que tales ideas están muy extendidas hoy entre algunos cristianos? La prueba A es el rápido colapso de las confesiones protestantes liberales. Otro ejemplo es ese número del clero y laicos católicos de una cierta edad que evitan la palabra «verdad» y que consideran cualquier doctrina que entra en conflicto con las expectativas del mundo occidental posterior a los años sesenta, como lejos de estar asentada. Aún más la descripción de Newman de religión liberal también compendia exactamente la mentalidad esencialmente secular del yo soy espiritual pero no religioso.
En ese momento, la sinceridad de la crítica de Newman a la religión liberal sorprendió a la gente. No fue por razones banales por lo que el discurso fue reimpreso en su totalidad en «The London Times»el 13 de mayo y posteriormente fue traducido al italiano para que pudiera publicarse en el periódico de la Santa Sede «L´Osservatore Romano» el 14 de mayo. Todo el mundo pudo darse cuenta del profundo significado de las palabras de Newman.
El recién creado cardenal había sido visto hasta ahora como alguien a quien no le gustaba la dirección que había tomado la Iglesia durante el pontificado de Pío IX. Los recelos de Newman sobre la oportunidad de la definición formal de la infalibilidad del Papa en el Concilio Vaticano I eran bien conocidos. No fue bien entendido que la preocupación por que los católicos no fueran confundidos en la creencia de que deben aceptar la firme creencia de un Papa de que, por ejemplo, la tasa de impuestos máxima óptima es el 25´63%, no significaba que consideraras la fe religiosa como una especie de bufé teológico.
Los que han seguido la trayectoria del pensamiento de Newman en los cincuenta años previos habrían reconocido que el discurso del Biglietto evocaba a un Newman más joven y a una consistente y firme oposición a la religión liberal. En 1848, por ejemplo, satirizó la religión liberal en su novela «Loss and Gain» (Perder y Ganar, 1848). Uno de los personajes del libro, el deán de Nottingham, es retratado como alguien que cree que «no hay verdad o mentira en los dogmas teológicos recibidos; que había modos, que no eran ni buenos ni malos en sí mismos, sino personales, nacionales o periódicos».
Tales opiniones reflejaban la visión de aquellos que principalmente consideraban la Escritura, la Iglesia y la fe cristiana como construcciones humanas históricas en su esencia; una noción que invariablemente va de la mano de una mal disimulada insistencia en que la Iglesia siempre requiere adaptarse totalmente a cualquier cosa que sea el zeigeist (espíritu del mundo). El resultado final es una inestabilidad (y por tanto incoherencia) doctrinal crónica y la degeneración de las iglesias en meras ONGs; precisamente la situación que caracteriza al catolicismo actual del mundo germano-parlante.
Otro de los personajes de la novela es Mr. Batts, el director de la Sociedad de la Verdad. Esta organización se fundaba en dos principios. Primero, es que no sabemos con seguridad si existe la verdad. Segundo, es cierto que no se puede encontrar. Bienvenidos al mundo del escepticismo filosófico que, según Newman, se basaba en la contradicción de mantener que nosotros sabemos que la verdad es que los humanos no pueden realmente conocer la verdad.
El antagonismo de Newman con la religión liberal, sin embargo, también reflejaba otro aspecto de su pensamiento que sospecho que algunos preferirían ignorar hoy día. Esto atañe a la visión crítica de Newman del liberalismo como una filosofía social.
Newman era totalmente consciente de la ambigüedad que rodeaba a términos como «conservadurismo» y «liberalismo». En su «Apologia Pro Vita Sua» (1864) Newman especificaba que su crítica del liberalismo no debía ser interpretada como despectiva hacia católicos franceses tales como Charles de Montalembert y el sacerdote dominico Henry-Dominique Lacordaire - «dos hombres a los que admiro mucho»- que aceptaron la etiqueta de liberales pero en el contexto de la Francia posrevolucionaria: un mundo que difería muchísimo del Oxford y la Inglaterra de los tiempos de Newman.
Nos acercamos al «liberalismo» contra el que Newman protestó cuando consideramos una carta para su madre, fechada el 13 de mayo de 1829. Aquí él condena, entre otros, a los «Utilitaristas» y a «los hombres de conocimiento útil» cuyas ideas se propagaron en periódicos filosóficos radicales tales como «The Westminster Review». Estas creencias y publicaciones estaban claramente asociadas con pensadores utilitaristas y políticos radicales como Jeremy Bentham (el fundador de The Westminster Review), James Mill y, posteriormente, John Stuart Mill. En este sentido, el liberalismo era la forma en que Newman describió lo que hoy llamamos el secularismo doctrinario.
Esto se confirma en el retrato que hace en el discurso del Biglietto, del destino de una sociedad que abandona gradualmente su carácter cristiano, por orden de los que él llama «filósofos y políticos». Newman comienza refiriéndose a la imposición de «una educación universal y eminentemente secular, calculada para convencer a todos los individuos de que ser organizado, trabajador y sobrio, debe ser su interés personal».
Reconociendo, sin embargo, que utilidad, pragmatismo e interés propio no son suficientes para aglutinar a una sociedad, los liberales promueven, según Newman, una alternativa a la religión revelada. Esto, dice él, se hace a partir de una amalgama de «amplias verdades éticas fundamentales, de justicia, benevolencia, veracidad y cosas semejantes; experiencia probada; y esas leyes naturales que existen y actúan espontáneamente en la sociedad, y en materias sociales, físicas o psicológicas, por ejemplo, en el gobierno, el comercio, las finanzas, los experimentos sanitarios y las relaciones entre las naciones». Pero mientras los liberales mantienen esta mezcla de particulares principios morales, realismo y ciencia, Newman señala que ellos simultáneamente insisten en que la religión es «un lujo privado que el hombre puede permitirse si lo paga, pero que, por supuesto, no puede imponerse a otros, ni complacerse en que les moleste».
Newman dice que cosas como «los preceptos de justicia, veracidad, sobriedad, autocontrol, benevolencia», etc, no son malos en sí mismos. De hecho, añade Newman, »hay muchas cosas que son buenas y ciertas en la teoría liberalista«. Ni él tampoco adopta una visión «anti-científica» en un tiempo en el que algunos cristianos se preocupaban por cómo reconciliar la Escritura con la tremenda expansión del conocimiento del mundo natural que marcó el siglo XIX. Newman no estaba, por ejemplo, preocupado por la obra de Darwin «El Origen de las Especies». Como él mismo escribió al biólogo y católico converso St. George Jackson Mivart en 1871, «no debe suponer que me disgusta enormemente o temo su teoría».
A lo que Newman se oponía era al problema con el que todos estamos familiarizados actualmente. Consiste en (1) absolutizar las ciencias naturales como la única forma objetiva de conocimiento y (2) usar el método empírico para responder a cuestiones teológicas y morales a las que las ciencias naturales no pueden hacerlo.
En tales casos, escribió Newman en su «Idea de una Universidad» (1852), «ellas exceden sus límites propios, y se inmiscuyen en lo que no tienen derecho a hacerlo». También fomenta una mentalidad que se ha filtrado en el pensamiento de aquellos cristianos que dan prioridad a la sociología, psicología, encuestas de opinión, y lo que ellos imaginan que es la «postura científica establecida» cuando argumentan cuál debería ser la posición católica sobre cualquier materia.
Generalmente, Newman arguye que es precisamente debido a que estos principios son inocuos por sí mismos, por lo que se convierten en peligrosos cuando los liberales los incluyen en el «conjunto de principios» que usan para sustituir, bloquear la religión. En estas circunstancias aquellos que sostienen que la religión, en el sentido de verdades divinamente reveladas sobre Dios y el hombre, no puede relegarse al estatus de equipos de fútbol compitiendo en una liga privada, son tachados de irracionales, intolerantes, carentes de benevolencia, no científicos y que reflejan (para usar las curiosas palabras empleadas en un reciente artículo de opinión de L´Osservatore Romano «un modesto nivel cultural». En dos palabras - no liberales.
Newman comprendió perfectamente las últimas apuestas implicadas en el avance de la religión liberal y el nihilismo que se escondía bajo la apariencia de moralidad burguesa europea. No era otra cosa que lo que él decía que era «la ruina de muchas almas». Para él, siempre existía la seria posibilidad de que el error en la fe podía contribuir a que la gente hiciera el tipo de elección libre que los condujera a la eterna separación de Dios que nosotros llamamos infierno.
La buena noticia es que Newman «no tenía miedo en absoluto de que la religión liberal pudiera causar daño alguno a la Palabra de Dios, a la Santa Iglesia». Para Newman, la Iglesia era esencialmente indestructible. Eso no significaba que estuviera libre de disputas o perturbaciones. El mismo Newman pasó su vida inmerso en controversias teológicas. Pero su profundo conocimiento de los Padres de la Iglesia le hizo ser consciente de que la ortodoxia había estado bajo asalto desde los primeros siglos del Cristianismo.
Newman creía, sin embargo, en las promesas de Cristo a su Iglesia. Es más, él terminó su discurso del Biglietto afirmando que «lo que es comúnmente una gran sorpresa» es «el modo particular por el cual…. la Providencia rescata y salva su herencia elegida». Incluso en tiempos en los que los serios errores teológicos y morales parecen desenfrenados, Dios suscita obispos y sacerdotes valerosos, Papas de claro pensamiento, nuevas órdenes religiosas y movimientos, laicos que rechazan la mediocridad del cristianismo liberal y el blando nihilismo y, sobre todo, grandes santos y mártires.
Contra todo esto, Newman sabía - y nosotros deberíamos tener confianza - que la religión liberal no tiene ninguna oportunidad.
Samuel Gregg
Traducido por Ana María Rodríguez, del equipo de traductores de InfoCatólica
Publicado originalmente en The Catholic World Report
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