(Gaudium Press/InfoCatólica) En abril de 1994, el astronauta Thomas D. Jones vivió una experiencia única: recibir la comunión en el espacio. La historia es contada en el libro: «Sky Walking: An Astronaut's Memoir» (Caminando en el Cielo: Memorias de un astronauta).
Jones recuerda que estaba, junto con otras cinco personas, a bordo de la nave Endeavour, en una misión para estudiar los cambios en torno a la Tierra. Era su primer viaje al espacio y «estaba consciente de que cada día en el espacio era un regalo especial, sabía que me había sido concedido un privilegio único».
«Cada noche antes de dormir, agradecía a Dios por esas maravillosas vistas de la Tierra y por el éxito de nuestra misión. Continuamente pedía por la seguridad de nuestra tripulación y para que tuviésemos un feliz encuentro con nuestras familias», relata el astronauta.
El piloto de la aeronave, Kevin Chilton, era ministro extraordinario de la Eucaristía, y en la ocasión tenía consigo algunas hostias en un viático de oro. En el domingo, dos semanas después de la Pascua, él se reunió con Jone y el comandante Sídney «Sid» Gutiérrez para comulgar.
«Kevin compartió el Cuerpo de Cristo con Sid y conmigo y fluctuamos en la cabina de vuelo, reflexionando en silencio en ese momento de paz y de verdadera comunión con Cristo. Mientras meditábamos tranquilamente en la cabina oscura, una deslumbrante luz blanca surgió en el espacio y entró a la cabina. La luz radiante del sol que fue avistado a través de las ventanas delanteras de Endeavour y nos dio calor. ¿Qué otra señal podríamos pedir sino esta? Fue la afirmación gentil de Dios de nuestra unión con Él», recordó Jones.
Esta fue la primera vez que alguien comulgó en el espacio, pero no fue la única. En 2013, el astronauta Mike Hopkins llevó al espacio, con el permiso de la Diócesis de Galveston-Houston, seis hostias consagradas divididas en cuatro pedazos. Las hostias fueron consumidas a lo largo de las 24 semanas que permaneció en el espacio.
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