(Fides) «República Centroafricana parece parece envuelta en una red de interferencias extranjeras, promesas incumplidas de la comunidad internacional e incapacidad del gobierno nacional», escribe a Fides el padre Federico Trinchero, un misionero carmelita que trabaja en el Carmelo de Bangui. «El elemento confesional solo hace que el cóctel sea aún más mortal», subraya el misionero al recordar la masacre el 15 de noviembre en Alindao, en un campamento de desplazados cerca de la catedral.
«La masacre ocurrió frente a la indiferencia del contingente de la ONU que tiene el mandato de proteger a los civiles», denuncia el padre Federico. «Entre las víctimas, -además de mujeres, niños y ancianos-, también hay dos sacerdotes: el padre Célestin y el padre Blaise. El valor del joven obispo de Alindao, monseñor Cyr-Nestor Yapaupa, ha impedido que el balance sea aún mayor. En lugar de acoger a quienes querían refugiarse dentro de la catedral, les pidió que huyeran a la sabana. Si los cristianos no le hubieran obedecido, el número de muertos habría sido aún mayor. El obispo y algunos sacerdotes han decidido quedarse», subraya el padre Federico.
«Unos días después de los hechos, participamos en una reunión de sacerdotes en Bangui. El padre Donald estaba presente, recién llegado de Alindao. Nacido en Bangui y sacerdote desde hace poco más de un mes, había pasado unos días de preparación para su ordenación en el Carmelo, escuchando atentamente varias conferencias», escribe el misionero. «Donald fue enviado por un tiempo para ayudar en la diócesis de Alindao. No ha tenido tiempo de aprender a ser sacerdote pero ya ha visto a dos de ellos morir ante sus ojos».
«Los estudiantes no son solo estudiantes para mí. Son los futuros sacerdotes de República Centroafricana», insiste el padre Federico. «Han sido testigos de la guerra y ahora están en el Seminario de Bangui porque quieren hacer lo mismo que Célestin y Blaise. Ya como sacerdotes volverán a las diócesis de donde vinieron. Les suelo preguntar si todavía quieren continuar el viaje emprendido y si son conscientes de la misión de alto riesgo que les espera. Odilon, a sus veinte años, responde por todos: «Tengo miedo, mon père. Mucho miedo pero no cambio de opinión. Todavía quiero ser sacerdote. Me gustaría decirle a Donald que yo también tengo miedo pero que, al mismo tiempo, quiero seguir haciendo lo que hago».
«En este 2018 en el que cinco sacerdotes y docenas de cristianos han sido asesinados durante las celebraciones o cerca de sus parroquias, vemos a una Iglesia que aún es joven y frágil, pero que no huye del enemigo y cuyos pastores tampoco lo hacen porque no son mercenarios», concluye el padre Federico.
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