(AICA/InfoCatólica) El papa Francisco envió su pésame por el fallecimiento de monseñor Juan Rodolfo Laise OFMCap, obispo emérito de San Luis, acaecida el lunes 22 de julio en San Giovanni Rotondo, Italia.
El telegrama con las condolencias del pontífice fue remitido por el Secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro Parolin, al actual obispo de San Luis, monseñor Pedro Daniel Martínez Perea, a través de la nunciatura apostólica.
El Papa ofrece sufragios por el eterno descanso de monseñor Laise, quien «con dedicación y entrega pastoral sirvió a esta Iglesia particular» y otorga con afecto la bendición apostólica, como «signo de fe y esperanza en Cristo resucitado».
En tanto, la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) utilizó la red social Twitter para expresar «su dolor y la firme esperanza en el Señor Resucitado» al conocer el fallecimiento de monseñor Laise.
Misa de exequias: Las siete «llamadas» que recibió
Los restos del prelado fueron velados el martes 23 de julio en el santuario Santa María de las Gracias, de la localidad italiana en la que residía, donde el arzobispo de Manfredonia-Vieste-San Giovanni Rotondo, monseñor Franco Moscone, enumeró las siete «llamadas» que monseñor Laise recibió a lo largo de su vida.
«Recibió siete llamadas: al nacer, es decir, a la semejanza de Dios; el segundo es el bautismo con el cual se convirtió en hijo de Dios; el tercero es el llamado a la vida consagrada, que lo convirtió en hijo de Francisco; el cuarto es el sacerdocio ministerial que le permitió actuar in persona Christi; el obispo, que lo convirtió en el sucesor de los apóstoles durante 30 años; el sexto llamado fue hacer que el confesor durante muchos años, como el padre Pío, se convirtiera en el pastor que perdona los pecados; el séptimo fue el llamado a la vida eterna, a la que se preparó con la humildad que lo hizo considerar ‘un siervo inútil’ hasta el final. Y es esta séptima vocación la que ilumina a todas las demás», puntualizó.
Carta pastoral de Mons. Martínez Perea
En una carta pastoral, el actual obispo de San Luis, monseñor Pedro Daniel Martínez Perea, reconoció su «entrega pastoral y apostólica durante 30 años en bien de toda la feligresía» sanluiseña.
«Especialmente valoramos, entre otras actividades, su amor por la Eucaristía, su devoción mariana, concretada en cada pueblo; su eclesial preocupación por las vocaciones, plasmada en la fundación del Seminario Mayor Diocesano San Miguel Arcángel; y su fidelidad a la doctrina católica del Magisterio de la Iglesia», precisó.
Asimismo, destacó «sus constantes desvelos por mantener y resaltar la sacralidad de la liturgia, restaurando la iglesia catedral y promoviendo el canto sacro; su cercanía a la educación católica; su particular devoción al Padre Pío, con la creación de los Grupos de Oración».
Un obispo entregado a los demás, con un cuidado exquisito por los Sacramentos
Monseñor Laise nació en la ciudad de Buenos Aires el 22 de febrero de 1926. Hizo la profesión solemne en la Orden Franciscana de los Frailes Menores Capuchinos el 13 de marzo de 1949, y fue ordenado sacerdote en la capilla de colegio Euskal Echea de Llavallol, provincia de Buenos Aires, el 4 de septiembre de ese año por monseñor Miguel de Andrea, obispo titular de Temnos.
El 6 de julio de 1971 se convirtió en el cuarto obispo de San Luis, diócesis que había sido creada en 1934 por el papa Pío XI, sucediendo a monseñor Carlos María Cafferata.
Radicado en Italia, sus años jubilares los pasó en el Santuario de San Giovanni Rotondo, conocido por ser el convento donde vivió durante toda su vida San Pío de Pietralcina. Ahí cada día servía uno de los cuatro turnos de confesiones dispuestos para atender a los numerosos peregrinos que llegan hasta ese lugar. En dicho santuario estuvo en actividad hasta último momento, cuando sufrió la descompensación que acabó en su muerte: a las 6.00 de la mañana celebrada la Misa de siempre, y después confesaba en tres idiomas, hacía conferencia y atendía a los peregrinos.
Entre sus muchas obras, destaca especialmente el libro Comunión en la mano. Documentos e historia, publicado originalmente en 1997, donde expone la reverencia que cada fiel debe dar al Santísimo Sacramento al comulgar. Con pruebas incontestables, concluye que la única forma de manifestar sinceramente con la palabra y con los hechos la fe en la presencia eucarística del Señor es el recibir al comunión en la boca, directamente de manos del sacerdote. De hecho, en su diócesis estaba prohibido comulgar de otra forma.
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