«Lo dicho y lo mostrado en Amoris lætitia», por Alonso Gracián

En un texto enunciativo, en que se expresa con palabras una idea, lo que se dice debe coincidir con lo que se muestra

El filósofo Ludwig Wittgenstein fundamenta su filosofía del lenguaje en la distinción entre decir y mostrar. Lo que se dice va directo a la razón, por decirlo así. Lo que se muestra, va directo a la sensibilidad. Ambos se pueden complementar, si coinciden en expresar la misma intención, cada cual a su modo. Pero pueden contradecirse entre sí, cuando escindiendo lo dicho y lo mostrado se rompe el significante.

Es entonces cuando el texto produce confusión, inquietud, duda en el receptor del mensaje, que no entiende si dice una cosa u otra, si lo que dice es lo que quiere decir. La ambigüedad fragmenta el discurso, y no permite a la mente reposar en las palabras.

Sabemos que Wittgenstein tenía deseos sinceros de creer en Dios. Pero lo cierto es que su nominalismo fue un obstáculo casi insalvable. Él consideraba que sólo en el ámbito subjetivo del mostrar (la estética, por ejemplo) se puede expresar la verdad, lo bueno, etc. Desconfiaba del conocimiento natural de Dios, profesaba la incapacidad del lenguaje de los universales, la inoperancia de toda formulación racional de la ley moral. Como comprobamos en el post dedicado al articulo de la Doctora Rasmussen, es un nominalismo deconstructivo.

Pues bien, esta minusvaloración de lo que se dice es frecuente en moral situacional, donde el recurso subjetivo a lo sentimental, a lo estético, a la afectividad de las palabras, al lenguaje de imágenes, es constante. Se confía la intención al ámbito del mostrar, y se postula un decir atenuado, de perfil bajo, eufemístico. Y se hace porque se desconfía del poder del lenguaje racional con que la ley natural dice las esencias; se duda de la aplicabilidad de la ley natural, considerada, como hace el terminismo, como algo general, ideal, mental, (frente al caso concreto, que es “lo real").

Así, se cree que se puede contradecir a Dios a nivel general e ideal, pero agradarle a nivel concreto e individual. Es la esencia de la teoria moral del terminismo y su dicotomía general/ideal vs caso-concreto/real.

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Un inconveniente parecido salta a la vista en el lenguaje enunciativo utilizado en el cap. 8º de Amoris lætitia. Uno tiene la viva impresión de que la intención del capítulo VIII no se dice, pero se muestra. No se puede afirmar que la exhortación diga que los divorciados vueltos a casar pueden comulgar. Pero la sensibilidad capta otra cosa. Se palpa, se percibe, se aprecia que la intención de lo dicho no coincide con la intención de lo mostrado. Es un inconveniente lingüístico, que da lugar a ambigüedad.

Esto ocurre a diversos niveles.

En el punto 303, por ejemplo. Lo cito:

«303. A partir del reconocimiento del peso de los condicionamientos concretos, podemos agregar que la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción del matrimonio. Ciertamente, que hay que alentar la maduración de una conciencia iluminada, formada y acompañada por el discernimiento responsable y serio del pastor, y proponer una confianza cada vez mayor en la gracia. Pero esa conciencia puede reconocer no sólo que una situación no responde objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo. De todos modos, recordemos que este discernimiento es dinámico y debe permanecer siempre abierto a nuevas etapas de crecimiento y a nuevas decisiones que permitan realizar el ideal de manera más plena.»

Primero, se dice atenuadamente que en «situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción del matrimonio» se debe incorporar mejor la conciencia de las personas. De la conciencia de las personas que viven en situación irregular, se dice que debe ser alentada a darse cuenta de que la situación en que se vive nos es el ideal de “nuestra concepción del matrimonio".

PERO luego se dice enfáticamente que es capaz de obtener una seguridad moral de estar haciendo  la voluntad de Dios: de que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando.

Se está diciendo que esa situación irregular, en debidas situaciones, es lo que Dios reclama. Luego lo que se muestra es que talmente, en esas condiciones, no es pecado. Pues, ¿cómo podría Dios reclamar un pecado a una persona, por muy compleja que sea su situación?

En resumen:

Por una parte dice que la situación irregular no es el pleno ideal, no realiza objetivamente “nuestra” concepción del matrimonio. Por otra, dice que Dios reclama esa situación al fiel, porque sabe que en sus circunstancias es lo único que puede hacer. Por tanto, muestra que el pecado, debido a los condicionantes externos, deja de serlo a ojos de Dios, y de esto el fiel puede tener incluso seguridad moral.

Como sabemos, una tesis de la moral de situación consiste en afirmar que en ciertas situaciones un pecado general deja de ser pecado particular, si la conciencia subjetiva así lo reconoce con seguridad, al confrontarse con sus circunstancias. En el 303 no se dice tal cosa, pero se muestra.

Esto produce una gran confusión en los fieles. La ambigüedad perturba la mente, queda en suspenso el juicio, no sabe qué opinar ni de lo que dice, ni de lo que muestra.

¿Cómo puede ser que Dios reclame a un fiel que continúe en una situación que contradice la unión de Cristo y de su Iglesia? No, eso no se dice. Pero es que se muestra.

El texto queda roto y escindido en sus dos niveles de significación, decir y mostrar, y la conciencia de los fieles no sabe, pues, a qué atenerse. Comienzan las discusiones y los debates sin cuento.

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Otro ejemplo de ruptura del significante, donde no se dice lo que sí que se muestra, lo encontramos, en el punto 305 y la nota 351:

 «A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia[351].»

Por una lado, se dice que en una situación objetiva de pecado (es decir, en este caso en adulterio) que no sea subjetivamente culpable se puede estar en estado de gracia y además crecer en gracia, con la ayuda de la Iglesia. Y la nota dice:

«[351] En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos. Por eso, “a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor"(…) Igualmente destaco que la Eucaristía “no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles"»

Es patente que se muestra que estas personas en situación objetiva de pecado, y que van a mantenerse en ella, van a poder confesarse (sin tener que cambiar de vida) y comulgar (aunque no sean perfectos) aun manteniéndose, por debilidad, ("alimento para los débiles") en ese pecado objetivo. 

Se muestra, pero en ningún momento se dice, que alguien puede estar siendo infiel a su cónyuge, pero sin culpa ninguna, y mantenerse en estado gracia y crecer en ella, confesarse y comulgar, sin tener que abandonar esa infidelidad.

Esta ruptura entre lo que se dice y lo que se muestra puede resultar abrumadoramente confusa:  ¿cómo puede una persona que es infiel a su cónyuge, tener madurez para discernir el cuerpo de Cristo, y a la vez no discernir que está siendo infiel a su cónyuge y que eso es pecado mortal? ¿O si lo discierne, verse abocado a pecar, por debilidad, o por las circunstancias, sin poder remediarlo la gracia?

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La fractura de los niveles del lenguaje, decir y mostrar, explica la ambigüedad del capítulo VIII y la confusión que ha sembrado en los fieles. Ha suscitado discusiones, debates, interpretaciones contradictorias, puntos de vista opuestos, inquietud, perturbación.

Nosotros, desde aquí, con espíritu filial y amor a la Iglesia, sólo podemos pedir insistentemente una clarificación del lenguaje. Pedimos se resuelva la ruptura del significante de la exhortación. Pedimos se esclarezcan sus muchas ambigüedades, para que así podamos entendernos.

Es un inconveniente edificar innecesarias Torres de Babel.

Oremos por la Iglesia y por el Santo Padre con amor filial y espíritu de servicio.

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