Debido a su gran sabiduría y autoridad, el nombre de santo Tomás de Aquino es utilizado muchas veces para reforzar las afirmaciones de los teólogos, utilizándolo incluso en defensa de ‘Amoris Laetitia’. Si alguien tiene al Doctor Angélico de su parte, entonces es que ese alguien lo está haciendo estupendamente.
De esta situación surgen las preguntas sobre qué clase de afirmaciones y documentos garantizan poder calificar de ‘tomista’ algo y cómo puede justificarse razonablemente dicho apelativo.
Las siguientes puntualizaciones podrían ser útiles para resolver esas preguntas.
Primera: algo podría calificarse como ‘tomista’ porque sigue la metodología perfeccionada por Aquino. Como muchos otros autores, Tomás utilizó muchas formas diferentes de ‘hablar’, según los temas y las ocasiones.
Él realizó comentarios a la Sagrada Escritura y también trabajos teológicos; sermones sobre el Credo; una exposición clara y directa de la teología en su “Suma contra Gentiles” (SCG) y así otros muchos.
Pero su máxima y más valiosa aportación es la “Suma Teológica” (ST). Aquí, él se hace cientos de preguntas literalmente, y siempre las contesta a la luz de la tradición católica –especialmente la Sagrada Escritura y los santos Padres-, junto con la ayuda de una sólida filosofía. Algunas veces dice ‘SI’, otras ‘NO’, pero siempre da una útil distinción cuando dice ‘SI’ de una manera, pero ‘NO’ de otra. A él le gustaba la claridad. Como dijo, el trabajo de un sabio es “poner orden y decidir”, esto es, meditar sobre la verdad, enseñársela a los demás de una manera ordenada y refutar las falsedades opuestas (ver ST I, q. 1, a.6, c y nota 2; SCG I, c. 1).
Segunda: algo podría decirse ‘tomista’ porque sigue las enseñanzas reales de Tomás. Esto puede, sin embargo, tener resultados variados. Algunas veces, pero muy raramente, seguir a Aquino puede llevar a una persona al error. Este podría ser el caso de alguien negase el dogma de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, basado en que Tomás lo negó. De la misma forma, otra persona se equivocaría apoyando el aborto, basada en que Aquino creía en la tardía humanización del embrión humano (ver ST I, q. 118, a. 2 y nota 2). Ambos casos han sido ampliamente aclarados por la Iglesia desde que Tomás escribió sus razones contrarias (ver la Encíclica ‘Ineffabilis Deus’ del Papa Pio IX y el nº 57 de la ‘Evangelium vitae’ de san Juan Pablo II).
En estos dos casos nosotros tenemos que seguir la enseñanza de la Iglesia sin hacer interpretaciones interesadas de los escritos de Tomás de Aquino.
La enseñanza magisterial no depende intrínsecamente de las opiniones de santo Tomás de Aquino, sino de la Sagrada Escritura y de la Sagrada Tradición, interpretadas en continuidad con las enseñanzas anteriores y a la luz del pensamiento más ortodoxo. Al final, seguir la Tradición es la posición tomista más auténtica, ya que él se opuso a toda posición doctrinal que no fuera fiel a la divina revelación y a las enseñanzas vinculantes de la Iglesia.
Otro embrollo en el que se puede tropezar es cuando se cita a Tomás por partes o sin hacer alusión completa a su proyecto teológico. Santo Tomás no fue otra cosa sino un pensador completo, claro y firme. Picotear y elegir afirmaciones suyas sin tener en cuenta el contexto y su relación con sus demás relevantes ideas sería tan desastroso como tomar un versículo de la Sagrada Escritura que excluido de su contexto parece aseverar un punto concreto de lo que se argumenta aunque en su realidad contextual dice lo contrario de lo que se pretende probar. Uno podría suponer que una situación ética es apoyada por Aquino cuando él dice “que en temas de actuación, la rectitud verdadera o práctica no es la misma para todos, como en los temas de detalle, pero solo en relación con los principios generales; y donde existe la misma rectitud en temas de detalle, ello no es igualmente conocido por todos. […] Se verá que el principio falla, según descendemos más y más a los detalles” (ST I-II, q. 94, a. 4; citado en el número 304 de ‘Amoris laetitia’). Aislado de otras afirmaciones de Tomás, se tendría la impresión de que el Doctor de la Iglesia estaría diciendo que no existen las norma morales absolutas y que un cierto discernimiento es necesario en todas y cada una de las situaciones para saber si existe o no un principio moral general aplicable a cada una de esas situaciones. Sin embargo, este no es el verdadero ‘tomismo’.
La ética de las situaciones contradice las firmes declaraciones de santo Tomás de que existen normas morales siempre válidas para todos: estos son los preceptos del Decálogo (ST I-II, q. 100, a. 8), y todos los preceptos negativos universales, porque condenan actos que son “malos en sí mismos y no pueden convertirse en bien” (ST II-II, q. 33, a. 2). Él cita, específicamente, que “uno no puede cometer adulterio para ningún bien” (‘De Malo’, q. 15, a. 1, nota 5). Siguiendo el mismo tema, Aquino mantiene que ciertos actos “tienen la deformación –maldad- unida inseparablemente a ellos mismos, tales como la fornicación, el adulterio y otros de esta clase, los cuales en manera alguna pueden realizarse de forma moralmente buena” (‘Quodlibet’ 9, q. 7, a. 2).
La razón de estas normas excepcionales es que la naturaleza humana no cambia, ni lo hace el Evangelio y el mandato a la Iglesia de transmitir ese Evangelio sin mancha a través de los siglos. Ciertas normas positivas necesitan adaptarse a los tiempos, por ejemplo, algunas en relación con el medio ambiente. En tales casos, la enseñanza magisterial se adapta a las condiciones cambiantes, pero siempre sin contradecir la razón y las verdades ya articuladas por la Iglesia.
Finalmente, con una teología moral tomista, se puede abrazar una posición auténtica de Tomás y beneficiarse de las ideas que ofrece para iluminar las verdades de la fe mantenidas permanentemente por la Iglesia. Por ejemplo, él explica la relación entre la Sagrada Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia.
Santo Tomás construye sobre las enseñanzas de san Pablo: ‘De modo que quien como del pan o beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor’ (I Cor XI, 27). Aquino dice, “la Sagrada Comunión no debe ser repartida a los pecadores públicos cuando la soliciten […] Un sacerdote que tiene conocimiento del pecado puede privadamente advertir al pecador no público, o advertir públicamente que no pueden acercarse a la mesa del Señor los pecadores hasta que se arrepientan de sus pecados y se hayan reconciliado con la Iglesia” (ST III, q. 80, a. 6). Más aún, Tomás declara que cualesquiera que sean las razones de una persona para practicar el sexo fuera del matrimonio, “sus acciones realizadas simplemente por placer son siempre voluntarias”, por lo que nunca puede decir que ha habido razones externas a él que le han obligado a pecar (ST II-II, q.142, a. 3).
Una vez que una persona peca habitualmente contra el matrimonio de esta manera y desarrolla el vicio de la intemperancia, su razón se obscurece y se convierte en esclavo de sus pasiones (ST II-II, q. 142, a. 4). Tal persona no es capaz de recibir fructuosamente los sacramentos hasta que se arrepienta de todos sus pecados y se decide a un esfuerzo determinado para evitar las ocasiones próximas de pecado: “pertenece a la penitencia detestar los pecados pasados y el propósito, al mismo tiempo, de cambiar su vida para lo mejor” (ST III, q. 90, a. 4).
La enseñanza de santo Tomás es clara: una persona no debe recibir la Sagrada Comunión o la absolución de sus pecados, sino está decidido a cambiar su vida y abandonar el pecado público, incluyendo el sexo activo con una persona que no es su cónyuge sacramental, pecado de escándalo que pueden llevar a otros a pecar (ST II-II, q. 43, a. 1).
Resumiendo, la carga de la prueba que da a cargo del que pretende ondear la bandera del ‘Tomismo’ sobre su edificio moral. Pero aun esto no es suficiente para un gesto de aprobación por parte de Dios. Puede uno ser ‘tomista’ en metodología o en contenido, pero lo que es más importante es ser fiel a las enseñanzas de Cristo tal como se contienen en la Sagrada Escritura y en la Sagrada Tradición tal como han sido entregadas de mano en mano a través de la perenne enseñanza de la Iglesia, porque “los Apóstoles y sus sucesores son vicarios de Dios en el gobierno de la Iglesia que está construida sobre la fe y los sacramentos de fe. De donde, así como ellos no pueden instituir otra Iglesia, así tampoco pueden entregar otra fe, ni instituir otros sacramentos” (ST III, q. 64, a. 2, nota 3).
Traducido por “Laudetur Jesus Christus” del equipo de traductores de InfoCatólica.
Artículo original publicado en la web de la Orden de Predicadores
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