Inconveniencias eclesiales, XI: autonomía de los valores y movilismo historicista en Bernhard Häring

En anteriores artículos hemos analizado el exceso de lenguaje situacionista de Amoris lætitia, y en concreto su parecido conceptual con la teología del legalismo del teólogo redentorista Bernhard Häring.

El P. José María Iraburu, en su excelente post  (409) El elogiado P. Bernhard Häring, moralista anómico, traza con línea maestra los errores y peligros que supone su sistema anómico.

En este post que menciono, un lector, Esteban de Alemania, dejó un muy oportuno y certero comentario que copio y comento aquí, resaltando en rojo lo que me parece especialmente relevante:

II.- ANTROPOCENTRISMO: LA RESPUESTA DEL HOMBRE Y NO LA LEY, CENTRO DE LA VIDA MORAL

No olvidemos que el movilismo historicista, con su rechazo de lo estático, lo inmutable, lo absoluto, lo completo, es un humanismo autónomo, que como tal procede, sin duda alguna, del nominalismo moderno y su rechazo de las esencias.

VI.- GRACIA QUE NO SE DA EXACTAMENTE PARA CUMPLIR LOS MANDAMIENTOS

«La gracia del Espíritu Santo no es algo accesorio, que se añade de una manera postiza a la ley nueva. Tampoco es exactamente una ayuda o una fuerza que se nos concedió después para que pudiésemos cumplir los preceptos de una ley exigente y difícil.» (La nueva Alianza vivida en los sacramentos, Pág.112)

—Conforme a esta idea, para Häring el cumplimiento de los mandamientos no es el centro de la vida moral cristiana, como se afirma en La ley de Cristo. Si esto es así, entonces, la conciencia tampoco tiene como objeto principal aplicar la ley universal al caso particular. La ley moral, bajo esta perspectiva, no basta para comprender la situación personal ni valorar el grado de seguimiento de Cristo por parte del sujeto. Por esto, en La ley de Cristo, Sección 2ª, II, 2, compara la visión tradicional del papel de la conciencia con el eticismo kantiano, y afirma:

«b) Con semejante perspectiva kantiana, la “conciencia” se degrada a una simple función lógica. Al reducir la vida moral a lo exigido por la ley general, la conciencia no tendrá más oficio que el de la aplicación silogística de lo general a cada caso particular. Cierto es que de los casos particulares se deduce la ley general; pero es cosa grave en demasía que a lo exigido a todos no haya de añadirse nada, teniendo en cuenta los dones individuales de cada uno.»

Como vemos, ya en su temprana obra afirma Häring lo que hemos denominado en el post anterior principio de implenitud (incompletitud) de la ley moral: la ley moral no puede aplicarse a todos los casos y situaciones y por eso no basta para determinar el grado de seguimiento de Cristo de una persona. Y dado que, según el situacionismo del redentorista, es el seguimiento de Cristo lo definitorio de la vida moral cristiana, no el cumplimiento de la ley natural, el hecho de que se incumplan los mandamientos en un determinado caso particular no basta para determinar el grado de perfección moral de un sujeto, ni tampoco para calificar como pecaminoso un obrar contrario a lo mandamientos.

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Sorprendentemente, la misma idea encontramos recogida en el problemático punto 304 de Amoris lætitia, donde afirma primero que la conformidad con la ley moral no indica grado de fidelidad a Dios (separando, como hace Häring, vida moral y mandamientos).

En este mismo punto, 304, afirma claramente el principio de implenitud de la ley moral, es decir, que la ley moral universal no puede abarcar todos los casos particulares:

«Es verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares. »

VII.- DE NUEVO EL PRINCIPIO SITUACIONISTA DE IMPLENITUD DE LA LEY MORAL

La explicación que Amoris lætitia aporta del principio situacionista de implenitud de la ley moral es, precisamente, el mismo que subyace en la teología moral del teólogo redentorista: la superioridad de los valores sobre los preceptos de la ley. Así lo justifica este conflictivo punto de la exhortación:

«(304) hay que decir que, precisamente por esa razón, aquello que forma parte de un discernimiento práctico ante una situación particular no puede ser elevado a la categoría de una norma. Ello no sólo daría lugar a una casuística insoportable, sino que pondría en riesgo los valores que se deben preservar con especial cuidado»

Y parece que se vuelve a insistir en ello más adelante:

« (311) La enseñanza de la teología moral no debería dejar de incorporar estas consideraciones, porque, si bien es verdad que hay que cuidar la integridad de la enseñanza moral de la Iglesia, siempre se debe poner especial cuidado en destacar y alentar los valores más altos y centrales del Evangelio»

__________

El tema da para mucho y no se agota en estas breves observaciones. Pero recordemos siempre que, según la condena que realizó Pío XII de la moral de situación, ésta se basa en la desconfianza de la aplicabilidad universal de la ley moral y la afirmación de su implenitud. Como enseña Pío XII:

«El signo distintivo de esta moral [de situación] es que no se basa en manera alguna sobre las leyes morales universales, como —por ejemplo— los diez mandamientos» (Pío XII, Discurso sobre la moral de situación, 4).

«Luego la decisión de la conciencia —afirman los defensores de esta ética— no puede ser imperada por las ideas, principios y leyes universales.» (Idem)

También condena Pío XII la subordinación del precepto al valor que realiza la ética situacionista. Bajo esta perspectiva, la vida moral se fundamenta no en una ley “impersonal” y rígida sino en la vivencia personal y concreta de los valores inherentes al bien, del cual la ley es sólo una formulación no plena e insuficiente. Así describe Pío XII esta mentalidad:

«Ella no niega, sin más, los conceptos y los principios morales generales (aunque a veces se acerque mucho a semejante negación), sino que los desplaza del centro al último confín. Puede suceder que la decisión de la conciencia muchas veces esté de acuerdo con ellos. Pero no son, por decirlo así, una colección de premisas, de las que la conciencia saca las consecuencias lógicas en el caso particular, el caso de una vez. ¡De ningún modo! En el centro se encuentra el bien, que es preciso cumplir o conservar en su valor real y concreto; por ejemplo, en el campo de la fe, la relación personal que nos liga a Dios. » (Pío XII, Discurso sobre la moral de situación, 6).

Aquí Pío XII está condenando la tesis historicista de la prevalencia del valor sobre el precepto de la ley, según la cual lo principal no es el precepto (sería legalismo creer eso) sino el valor del bien preceptuado, valor que está por encima del precepto. Esta tesis parece encontrar cierta resonancia en la exhortación apostólica, enunciada de una manera muy parecida a como la enuncia Bernhard Häring. Justamente, es la tesis fundamental de la Ley de Cristo, radicalizada posteriormente:

«Por lo dicho aparece claramente que los conceptos propia salvación, leyes y mandamientos conservan toda su importancia. Pero en ninguno de ellos vemos la idea central de la moral católica.» (Bernhard Häring, La ley de Cristo, Sección 2ª, II, 3)

Si, como opina el redentorista, la ley eterna no es lo central de la moral católica, por su implenitud, ha de serlo entonces el ser humano individual y concreto, con su toma de decisiones, es decir, su respuesta, su responsabilidad. Así, se desplaza de Dios al hombre (a su conciencia autónoma creativa, es decir, a su discernimiento) el fundamento de la moral. La ley moral sólo queda como guía para lo principal, que es la respuesta del hombre a Dios:

«Más apropiado nos parece el concepto de responsabilidad, entendiéndolo en sentido religioso. En este sentido, podemos decir que su misma estructura verbal señala el carácter religioso, propio de la moral, que es el carácter dialogal respuesta : responsabilidad. Nos parece que por ella se expresa mejor la relación personal del hombre con Dios. El Dios personal dirige al hombre la palabra, mediante el llamamiento que le hace a cumplir su divina voluntad; responde el hombre al tomar una decisión y así se responsabiliza ante Dios.» (Bernhard Häring, La ley de Cristo, Sección 2ª, II, 3)

Una vez más, esta tesis resuena en el punto 303 de Amoris lætitia.

Lo esencial de la moral cristiana, bajo este punto de vista, pues, no sería el cumplimiento de una ley moral inaplicable a todos los casos (sería mezquino basarnos en ello para determinar la moralidad de una persona, enseña A.L. 304) sino, como hemos venido diciendo, LA RESPUESTA CONCRETA (que la ley no es capaz de abarcar) que la persona puede ofrecer a Dios en función de los límites en que se encuentra en su situación concreta, y de su grado de responsabilidad, es decir, de su grado de comprensión del valor.

De esta forma, la toma de decisiones morales dependería no de la aplicación de la ley al caso por parte de la conciencia, sino por el discernimiento del valor por parte de la conciencia activa, cuyo papel, se afirma, ha de ser incorporado a la praxis de la iglesia. Que es lo que enseña A.L.en el punto anteriormente citado.

VIII.- DISCERNIMIENTO (CONCIENCIA CREATIVA) CONTRA CONCIENCIA. CREACIÓN DE EXCEPCIONES

No se trata aquí de la conciencia tradicionalmente entendida, que está formada en la ley moral y la aplica, sino de la conciencia que crea valores y que en su capacidad creativa debe ser incorporada a la praxis eclesial. Es la conciencia que responde autónomamente, más allá de la ley moral —(sería legalismo limitarla a su función tradicional, propia de “una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna” (AL 308), conforme a esa moral de escritorio rechazada en el parágrafo 312.)

—El rechazo del papel tradicional de la conciencia, entendida ésta al modo católico, y el desplazamiento del precepto al valor, implica la atenuación de lo bueno y lo malo, la relativización, la apología de los grises, el odio al blanco y al negro, al sí y al no. La vida moral no sería cuestión de blanco o negro, de sí o no, sino de una decisión generosa dinamica y en continuo proceso de cambio, de un constante transitar caminos e iniciar procesos. Como dice Häring en el capítulo anteriormente mencionado:

«Pero “decisión moral” no es lo mismo que un “sí” o un “no” »

Así parece sugerirlo Amoris lætitia, cuando habla de ese camino de la respuesta a Dios, que está más allá de la mezquina aplicación de la ley moral: 

«(305) El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino»

Para el movilismo situacionista, pues, no se trata de precepto sí o precepto no, sino de encontrar progresiva y gradualmente posibles caminos a elegir e iniciar dinámicas de maduración, para las cuales se da la gracia, y en las cuales se centra la vida cristiana. Häring lo idealiza en la Sección ya mencionada de La ley de Cristo:

«Sin duda que cuando se presentan al alma diversos caminos, sólo con vacilaciones se arriesgará a decidirse, o lo hará como un acto de atrevimiento y arrojo, pero siempre responsabilizándose de su elección en cada situación particular.»

De lo que se trata, afirma Häring, es de hacer el bien más allá de la ley. Y esto es posible porque la conciencia subjetiva es creativa, y no debe ser esclava de la ley moral. De lo contrario, según dice Häring, hablamos de estéril rigorismo:

«En mi actividad pastoral y en la terapia me he encontrado con moralistas, canonistas y sacerdotes intérpretes despiadados de la inflexibilidad de cualquier norma: estas pobres personas eran prisioneras de su rigorismo y vivían en un estado de continua angustia y sufrimiento. De ello derivaba que su conciencia era de ningún modo creativa. A esas personas se les escapaban todas las ocasiones de cumplir el bien más allá de la ley.» (Norma y conciencia creativa)

Para el teólogo alemán, la elección personal de caminos en base al discernimiento se inserta en un proceso de maduración, no es algo estático. Como dice A.L.,303:

«De todos modos, recordemos que este discernimiento es dinámico y debe permanecer siempre abierto a nuevas etapas de crecimiento y a nuevas decisiones que permitan realizar el ideal de manera más plena.»

Que es lo mismo que opina Häring en la obra citada:

«Además, no hemos de olvidar una cosa : que la formación moral y religiosa del hombre se realiza gradualmente, por un continuo crecimiento.»

Es el movilismo propio de la teología situacional de los valores. Lo mencionaba el sustancioso comentario de Esteban de Alemania:

«el tema de la afinidad del Papa Francisco con la teología de Bernhard Häring, mostrándola a partir de su preferencia por “iniciar procesos antes que ocupar espacios"»

Para Häring, la falta de flexibilidad, la falta de creatividad en la toma de decisiones, el estatismo doctrinal y legalista, la negativa a excepciones en la transgresión de la ley, el centrar la vida moral en preceptos inmóviles y rígidos, es como una enfermedad, una neurosis:

«El que mide su relación con Dios en base a normas inflexibles entendidas de manera estática estará totalmente aferrado a la voluntad de obedecer a la letra hasta el punto de no ser capaz de cumplir espontáneamente las obras que nacen de la grandeza de corazón. El que trabaja en la terapia de neuróticos ansiosos y de personas aquejadas por complejos de culpa comprende el problema. Una vida completamente prisionera de rígidos preceptos y de prohibiciones termina siendo irremediablemente estéril, es decir, lo contrario de creativa. La conciencia, que está frente a conflictos normativos de preceptos que aquí y ahora se contradicen, que no parecen admitir ninguna flexibilidad y ninguna excepción, llegará a ser inevitablemente enferma con reflejos devastadores en la relación con el Dios legislador.» (Norma y conciencia creativa)

Bajo este punto de vista, dada la autonomía de los valores respecto a la ley moral, la conciencia creativa podría crear excepciones a la ley moral, que aspiraran al valor (al ideal) y al mismo tiempo introdujeran singularidades en la rígidamente inculcada ley moral:

«Es más dramático descubrir cómo son ciegos ante estos hechos ciertos moralistas y sobre todo ciertos eclesiásticos. Si un moralista llega a reconocer que su conciencia es sólo una máquina para aplicar leyes claramente definidas, que no admiten excepciones, una simple conciencia obsequiosa frente a normas inculcadas, este pobre hombre deberá ir lo más pronto posible a un psiquiatra» (Norma y conciencia creativa)

Oportuno es recordar aquí lo que parece la tesis central, sugerida, mostrada, no tanto dicha, de Amoris lætitia: la consideración de excepciones a los actos intrínsecamente malos, incorporando el papel de la conciencia creativa a la praxis eclesial al respecto.

La encíclica Veritatis splendor, de San Juan Pablo II, que no es citada en la exhortación apostólica Amoris lætitia, es quizá una de las síntesis más perfectas de los principios fundamentales de la moral cristiana. Sería necesario reafirmar sus principios frente al confusionismo teológico del situacionismo, y retener sus enseñanzas acerca de la ilicitud en toda circunstancia de los actos intrínsecamente malos.

Es un documento fiable y seguro para hacer frente al movilismo historicista y la teoría antilegalista de Bernhard Häring, resonante, por desgracia, en los ambiguos parágrafos del capítulo VIII de Amoris lætitia.

 

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

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