En mi reciente artículo «La puerta abierta al diablo: el laicismo», una señora mejicana me dice: «En México, el laicismo llevado hasta sus últimas consecuencias por todos los masones que nos han gobernado le ha hecho mucho mal a nuestra sociedad, porque la mayoría de la gente va a las malas escuelas públicas, en las cuales no reciben una formación, ni siquiera de valores humanos, ya no digo de valores morales, y por ello estamos sufriendo tanta violencia porque muchos jóvenes no respetan nada, y se les hace fácil delinquir, porque para ellos y los malos gobernantes que tenemos, no tiene importancia matar, robar, etc. La gente no tiene ninguna formación humana, porque cuando la Iglesia dice algo siempre se le ataca y se dice que no tienen que opinar porque México es laico. Pobres idiotas, perdón por la palabra, por ello la Iglesia pide a los católicos que oremos mucho por nuestro país. Esperemos que los españoles sepan luchar contra esto que les está por suceder. Ma. Teresa. México».
Esta reflexión me lleva a preguntarme si es posible una educación sin valores. Para empezar ¿qué entendemos por educación? Educar es, ya desde la infancia, sembrar ideales, formar criterios y fortalecer la voluntad, pues todo aprender supone un esfuerzo. La educación ha de ser integral, es decir, afecta a todas las dimensiones humanas, como lo racional y afectivo, lo intelectual, lo religioso y moral, lo temporal y lo trascendente. La función de la educación no es sólo instruir o transmitir unos conocimientos, sino formar el carácter capacitando para el sacrificio, así como enseñar los valores y comportamientos, inculcando el sentido del deber, del honor, del respeto, convenciendo y persuadiendo gracias a un diálogo abierto y permanente, mejor que imponiendo. Educar es fundamentalmente enseñar a amar, tener una idea precisa del modelo de persona que se persigue, es decir enseñar el significado de la vida, el porqué y para qué vivir, no sólo formar individuos útiles a la sociedad, sino que puedan transformarla para bien.
Pero educar, ¿en qué? En valores. Los valores nos señalan lo que debemos ser y nos dan ese núcleo de convicciones que necesitamos para poder vivir con dignidad, libertad y responsabilidad. La dignidad humana consiste en considerar que no podemos usar del ser humano como usamos de las cosas, sino que siempre debemos respetarle. No existen ni una enseñanza ni una educación neutra, pues todas hacen referencia a una serie de valores, que eso sí, pueden ser positivos o negativos. No hay que olvidar que educar es servir, pero dirigiendo y que los padres han de ponerse al servicio de esta nueva vida, para que pueda llegar a desarrollarse como persona libre.
Ahora bien, ¿una educación laicista puede educar en valores positivos, que verdaderamente sirvan para hacer personas y no monigotes?
Para empezar el laicismo radical no cree en Dios, con lo que los valores no tienen una base sólida en que apoyarse y cada uno se convierte en su propio dios, realizando así uno de los principios básicos del satanismo: sé tu propio dios.
Tampoco acepta la Ley Natural, reliquia ideológica y vestigio del pasado, como vemos claramente en la anticientífica ideología de género.
Y tampoco aceptan el Decálogo, del que no cumplen ni de lejos ni uno sólo de los diez mandamientos. Eso sí, las palabras tolerancia y democracia las tienen constantemente en la boca, pero como decía Unamuno: «en Francia no se puede pensar libremente, hay que ser librepensador».
Y para culminarlo todo sus principios pedagógicos son un auténtico desastre: todo ha de ser fácil, hay que desterrar el esfuerzo, el aprendizaje ha de ser lúdico, hay que desjerarquizar la enseñanza, sustituir el saber por el sentir y el experimentar, guerra al memorismo etc. En pocas palabras los perros se atan con longanizas y los euros se venden a ochenta céntimos (actualización del refrán no se venden duros a cuatro pesetas). Igualemos a todos, pero por abajo, lo que lleva al embrutecimiento y a la inmadurez.
Para terminar: leyendo los números 34, 35, 37 y 40 de la Encíclica «Mit brennenjder Sorge» de Pío XI contra el nazismo alemán descubrí que en educación esos números son plenamente aplicables a los laicistas actuales.
Y si me lee algún ateo que no se considera laicista radical, le pregunto: ¿cuál es el sentido de la vida y para qué estamos aquí?, así como ¿cuáles son los principios concretos en los que basa su actuación?
Pedro Trevijano
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