«La crisis actual de la Iglesia es por un lado la manifestación de una crisis de identidad sexual, una rebelión ideológica contra el magisterio anclado a una perenne tradición moral; por otro lado, la incapacidad de ver el verdadero problema, es decir, la homosexualidad y los círculos homosexuales en el interior del clero. Más del 80% de los casos de abusos sexuales conocidos y cometidos por el clero, de hecho no son casos de pedofilia sino de pederastia. La convicción que toda forma de amor debe ser aceptada se ha convertido en un lugar común, a causa de haber alentado la prohibición de la anticoncepción, aunque sin cambiar las fórmulas dogmáticas. La verdadera esencia del Modernismo consiste en cambiar la teoría con la praxis, acostumbrando a las personas a los usos aceptados por la mayoría».
El franciscano de la Inmaculada, Serafino M. Lanzetta, de la Facultad Teológica de Lugano, Suiza, expresa muy bien, y en pocas palabras, la situación de la Iglesia con la que se enfrenta el recién comenzado Sínodo de los Jóvenes: la batalla por imponer ese que podemos llamar «pensamiento único sexual», destrozando la grandeza, y la belleza, del amor conyugal entre hombre y mujer, es patente; y es una traición a la Verdad de Cristo mirar a otro lado y olvidarse de la Moral Sexual que la Iglesia ha enseñado a lo largo de 2.000 años, que siempre será nueva y verdadera, que comenzó erradicando la «fornicación» que, en aquel entonces venía a ser algo semejante al actual «todo vale» que promueve, entre otros grupos, la lgtb.
El Sínodo de los Jóvenes es un momento propicio para recordar a los jóvenes la grandeza y la belleza de esa Moral, y animarles a que se subleven contra esa «dictadura del pensamiento único sexual», como han hecho tantos jóvenes antes que ellos.
Me vinieron enseguida a la cabeza varios novios a quienes acompañé en el proceso de preparación de su matrimonio. Ellos y ellas estaban bien decididos a vivir el matrimonio en fidelidad, «en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarla y respetarla todos los días de mi vida». Todos llevaban algunos años de noviazgo, y todos llegaban vírgenes al matrimonio; ellos y ellas. Y todos se presentaron ante el Señor el día de su matrimonio con la disposición de abrirse a la vida, de acoger las criaturas que llegaran; bien conscientes de que esas criaturas serían hijos suyos e hijos de Dios.
Ha comenzado ya el Sínodo de los Jóvenes, y he podido ver, con pena, que en el número 197 del Instrumentum laboris se mencionan un posible diálogo que puede desorientar a muchos que se preparan para vivir el Matrimonio y la sexualidad como la enseña el Evangelio, y a dar esa batalla contra «el pensamiento único sexual».
Se habla de «algunos jóvenes LGBT, que desean beneficiarse de una mayor cercanía y experimentar una mayor atención por parte de la Iglesia, mientras que algunas Conferencias Episcopales se cuestionen sobre que proponer «a jóvenes que en lugar de formar parejas heterosexuales, deciden formar parejas homosexuales (¿no saben todavía los organizadores del Sínodo que entienden muchísimos jóvenes de hoy cuando hablan de «formar pareja»)? y, sobre todo, quieren estar cerca de la Iglesia». ¿Por qué plantearse esta cuestión cuando ya la Iglesia viene viviendo la respuesta desde el principio de su caminar?
La misión de la Iglesia es recordar a todos la Moral sexual que se ha vivido siempre, asentada en las enseñanzas evangélicas. Al recordársela, unos se arrepentirán de sus pecados, y otros no. La Iglesia está cercana a todos, pero los que no se arrepienten se alejan de ella, que está siempre dispuesta a acogerles, pero nunca está dispuesta a engañarles.
La Iglesia anuncia el Evangelio a todas las gentes; luego el camino de acercamiento y de crecimiento en la vida cristiana, siempre es personal, acompañado por amigos y conocidos, pero siempre personal. A nadie se le ha ocurrido como tiene que tratar la Iglesia, para no discriminar a nadie, a «algunos jóvenes adúlteros», «a algunos jóvenes ladrones», «a algunos jóvenes corruptos», «a algunos jóvenes traficantes de drogas», etc., etc.: el camino es único: ponerles con cariño delante de su pecado, animarles al arrepentimiento, y recomendarles pedir perdón al Señor en el Sacramento de la Reconciliación.
Republicado con permiso del autor. Publicado originalmente en RConf.
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