(Gaudium Press) La noticia de la absolución y posterior liberación de la creyente católica Asia Bibi ha sacudido la opinión pública internacional al tratarse de la víctima más conocida de las polémicas leyes de blasfemia de Pakistán. La victoria legal obtenida en el caso de Bibi después de una larga lucha legal y política pone en el centro del debate la existencia de las normas frecuentemente empleadas como arma de discriminación en contra de los cristianos. En un informe especial para Ayuda a la Iglesia Necesitada, la redactora Eva-Maria Kolmann recordó el origen y la naturaleza de la ley de blasfemia pakistaní. Esta información de contexto es Útil para la reflexión y la posible transformación de uno de los principales obstáculos para la libertad religiosa en el país.
«En 1968, se promulgó en Pakistán la llamada ley de blasfemia. En principio, la ley protege a todas las religiones de los delitos, pero prevé castigos severos y draconianos a los delitos y las blasfemias contra el Islam», explicó Kolmann. «La profanación del Corán es punible con cadena perpetua y un insulto al profeta Mahoma, con pena de muerte». La acusación realizada en contra de Asia Bibi fue precisamente la de insultar al profeta Mahoma, por lo cual fue condenada a muerte en un proceso con irregularidades. La acusación de quemar páginas del Corán fue realizada por ejemplo en contra de la niña Rimsha Masih, víctima de un complot finalmente reconocido por los jueces que declararon su inocencia.
La existencia de las severas penas con las que se castiga la blasfemia ya es motivo de preocupación, pero ésta es agravada por las condiciones descritas sobre el proceso que enfrentan los acusados. «Una simple sospecha o una declaración sería suficiente para encarcelar a una persona y la carga de la prueba la asume el acusado, quien debe demostrar su inocencia», indicó la redactora. «Además, el acusador nunca repetirá lo que el acusado supuestamente dijo contra el Corán o el Islam porque entonces él o ella también cometerían blasfemia. Esto dificulta la obtención de pruebas sostenibles y el problema también es que las acusaciones se pueden inventar».
«La ley pakistaní de blasfemia no establece ninguna distinción entre actos voluntarios e involuntarios, lo que significa que incluso un niño o una persona analfabeta podrían ser castigados». De hecho, en el caso de Rimsha Masih se llegó a hablar de una posible discapacidad de la acusada, sin que esto haya motivado su liberación. «Si un niño o una persona analfabeta tirara un viejo periódico que contenía un verso del Corán o si una persona con discapacidad mental afirmara ser el profeta Mahoma, estaría sujeto al mismo castigo que alguien que insultara deliberadamente al Corán y al profeta, de acuerdo con lo que establece la ley».
Otra de las graves implicaciones de la existencia de la ley de blasfemia es la toma de justicia por propia mano por parte de extremistas. «Entre 1986 y 2010, 34 personas fueron linchadas, de las cuales más de la mitad no eran musulmanes», denunció Kolmann. «La blasfemia se toma muy en serio, lo que significa que puede causar una conmoción general», afirmó un sacerdote pakistaní entrevistado por la redactora. «Cuando alguien es acusado de blasfemia, la gente se enfurece; los extremistas suponen que todos los acusados deben ser considerados culpables y sujetos a castigo en consecuencia».
«Muy a menudo, la carga del veredicto recae también en los jueces. Si un juez llega a la conclusión de que un acusado es inocente, significa que el acusador ha mentido», agregó el sacerdote. «El juez también podría ser considerado un mal musulmán por acusar a un compañero musulmán de una mentira. Algunos jueces podrían ser amenazados, otros incluso podrían ser asesinados». La presión de los sectores radicales impide la derogación de la ley de blasfemia y las revueltas y la violencia anticristiana que se desata ante cualquier sugerencia de cambio hacen que incluso la presión internacional pueda ser contraproducente en casos concretos.
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