La Iglesia celebra hoy a San Francisco Javier, patrono de las Misiones

 

–Me figuro que unas sí, otras no, y otras a medias.

–Sorprendente, increíble: ha dicho usted exactamente la verdad. Una verdad, además, aplicable a muchos entidades: universidades «católicas», matrimonios «católicos» (anticonceptivos), etc.

* * *

–Sagrada Escritura

Nuestro Señor Jesucristo, Luz del Mundo, es «el que nos llamó de la oscuridad a su luz admirable» (1Pe 2,9). El «bajó» del cielo y entró por la encarnación en la raza humana para buscar y salvar a los pecadores, y Él envió a sus apóstoles «para que prediquen en su nombre la conversión para la remisión de los pecados a todas las naciones» (Lc 24,47; +Hch 5,31; Vaticano II, Ad gentes 7).

El hombre, por el pecado original, es un pecador de nacimiento: «pecador me concibió mi madre» (Sal 50,7). No puede salvarse a sí mismo, porque, bajo el influjo del diablo, «no hace el bien que quiere, sino el mal que no quiere» (Rm 7,19). Necesita el auxilio divino de una fuerza sobre-humana, sobre-natural, la gracia del Salvador, para librarse del pecado por la conversión y el perdón. La misión apostólica recibida por la Iglesia tiene, pues, un contenido muy definido desde el principio del «envío-missio»:

«Id y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándolas a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo» (Mt 28,19-20). Las misiones son católicas en la medida en que cumplen ese mandato, o al menos lo intentan.

 

–San Pablo: Jesucristo y conversión

La «misión» que el Señor confía a San Pablo podemos conocerla con sólo leer dos frases que dan de la evangelización una definición descriptiva. Primera: «Yo te envío para que les abras los ojos, se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los pecados y parte en la herencia de los consagrados» (Hch 26,18). El Apóstol predica ese Evangelio, según el mandato de Cristo, en todas partes, sin avergonzarse de él y sin temor alguno: «anuncié la penitencia y la conversión a Dios» (26,20).

San Pablo, por tanto, como misionero máximo, pretende en su misión evangelizadora librar a los hombres de «la esclavitud del pecado» (Rm 6,20) y de la cautividad del diablo, «príncipe», más aún, «dios de este mundo» (Jn 12,31; 2Cor 4,4), de modo que los hombres pasen «del poder de Satanás a Dios». Él sabe bien que su combate misional no es solo contra la carne y la sangre –la debilidad del hombre viejo–, sino principalmente «contra los espíritus del mal» (Ef 6,12), contra el demonio.

Segunda definición: San Pablo agradece a los cristianos de Tesalónica por «la acogida que nos hicisteis, y cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro» (1Tes 1,9-10).

Por el contrario, los nuevos «misioneros», que no creen en el pecado original, ni en la necesidad absoluta de una salvación por gracia sobre-humana, divina, celestial, la que comunica Jesús, lógicamente «no pretenden convertir a nadie», y no conviertan a nadie. Y presumen de ello.

 

El nombre de Jesús = Salvador

San Pablo evangeliza, simplemente, revelando a los hombres a Jesucristo. «Yo, hermanos, llegué a anunciaros el testimonio de Dios… y nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna sino a Jesucristo, y éste crucificado» (1Cor 2,1-2). Lo repite con gran frecuencia, no sabe predicar sin nombrarlo. Un ejemplo:

«Yo Pablo, llamado para ser apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes, a la Iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Jesucristo, llamados a ser santos, con todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor suyo y nuestro: Os deseamos gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor. Doy gracias siempre a mi Dios a propósito de vosotros, por la gracia de Dios que os fue concedida en Jesucristo; porque en él fuisteis enriquecidos en todo: en toda clase de dones de la palabra y en toda clase de conocimiento, puesto que el testimonio de Cristo se confirmó en vosotros, de modo que no os falta ningún don mientras aguardáis la revelación de nuestro Señor Jesucristo, que os confirmará también hasta el fin, libres de acusación en el día de nuestro Señor Jesucristo. ¡Fiel es Dios, por quien fuisteis llamados a compartir la vida de su Hijo Jesucristo nuestro Señor!» (1Cor 1,1-9)…  

Así predicaba San Pablo, como si no supiera hablar o escribir sin nombrar con frecuencia al «gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo» (Tito 2,13). Y es normal, pues «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34). Y San Bernardo confesaba: «El leer me fastidia si no leo el nombre de Jesús. El hablar me disgusta si no se habla de Jesús» (Sermón sobre Cantares, 15).

Permésso: si reciben ustedes alguna publicación «católica», quizá sin haberla pedido –revista social, misionera, informativa, caritativa– que, supongamos, en 50 páginas no nombra a Jesucristo, ni a Dios, o los alude una, tres veces… lo mejor que pueden hacer es depositarla en la papelera sin leerla. Pero no sin antes haberla troceado convenientemente, no vaya a dañar a alguien con su veneno.

 

–Doctrina de la Iglesia

Pablo VI, respecto de las misiones, establece dos afirmaciones fundamentales. 1ª) «La tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia… Ella existe para evangelizar» (exhort. apost. Evangelii nuntiandi, 8-XII-1975, 14). Consecuentemente, 2ª) «no hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios» (22). Él es el único Salvador del mundo, y ningún otro –persona, movimiento, partido, técnica psicosomática, religión humana, progreso científico– puede salvar al hombre (Hch 4,12). Sólo el Hijo encarnado puede hacernos hijos del Padre divino comunicándonos el Espíritu Santo.

Lo mismo vienen a decir otros documentos de la Iglesia, que no cito por no alargarme: Pío XII, encíclica Evangelii praecones (2-VI-1951); Vaticano II, decreto Ad gentes (7-XII-1965); San Juan Pablo II, encíclica Redemptoris missio (7-XII-1990); Card. Ratzinger, Congr. Fe, declaración Dominus Iesus (6-VIII-2000); papa Francisco, exhort. apost. Evangelii gaudium (24-XI-2013).

 

–San Francisco de Javier (1506-1552)

Nació en el castillo de Javier en 1506, y el Señor lo convirtió en París por medio de San Ignacio de Loyola, en 1534. Ingresó entonces en la incipiente Compañía de Jesús, y en 1541 fue enviado a las misiones de las Indias portuguesas. El que es Patrono de las Misiones católicas sólo misionó durante once años, en los que anduvo y navegó muchos miles de kilómetros. Estuvo en la India (1542-43, 1548, 1551-52), Ceilán (1544-45), Molucas (1545-47) y Japón (1549-51). Murió a los 46 años, ante la costa de la China, en 1552, en la isla San Choan. Al final de este artículo, como Apéndice, transcribo un conjunto, escrito por el mismo Javier, de las verdades cristianas de la fe que él predicaba. Predicaba lo que todos los misioneros verdaderamente evangelizadores han predicado siempre y en todo lugar.

–El «nuevo paradigma» de la misión evangelizadora          

Las nuevas «misiones» –gracias a Dios, no todas las actuales– cambian la fisonomía tradicional de la misión por la actual de las ONG. Sustituyen la predicación por el diálogo interreligioso. Pero a veces ni eso, porque eluden el tema religioso, temiendo que la proposición de la fe cristiana sea causa de distanciamiento y a veces de persecución. Y si en alguna ocasión entran en el campo religioso es para animar a que cada uno sea más fiel a su propia religión. Simplemente, se reducen a la beneficencia filantrópica, evitan predicar el nombre de Jesús y el de Dios, uno y trino, y llegan incluso a presumir de que no pretenden «predicar el evangelio», ni «enseñar a las naciones» lo que Cristo nos enseñó (Mt 28,19). Confiesan en su gran humildad que entre los paganos más aprenden que enseñan. Lo que no pocas veces será verdad.

Es éste un espíritu «misionero» que se da, lógicamente, con muchas variantes. El ejemplo que cito ahora es solamente una muestra del nuevo paradigma. Transcribo un fragmento de la entrevista que un periodista hizo recientemente a un Señor Arzobispo de la Iglesia Católica (13-IX-2018).

«Curiosamente, hablamos de una cultura del encuentro cuando nos encontramos en una sociedad del desencuentro… ¿Cómo actuar frente a esta realidad?

–«Sí, ciertamente, lo estamos viendo. Empezando en la familia: cuántos dramas vemos por esa incapacidad del encuentro, y no digo ya en la política, o dentro de la Iglesia. El Papa insiste mucho en acoger al otro, integrar y juntos caminar. Ahí tenemos que hacer un esfuerzo, porque estamos jugándonos el bien de la sociedad, el bien común, lo que supone ser plurales, diversos… Es como la imagen del arco iris: gracias a esos colores distintos, vemos esa imagen tan bella. En la pluralidad está la riqueza, y yo creo que tenemos que aprender este lenguaje, y no el de la uniformidad, que es querer imponer nuestros criterios. Creo que tenemos que aprender a no ser tan autorreferenciales, tan egocéntricos.

-«Sí es verdad que en una sociedad de blancos y negros, donde los matices parecen importar cada vez menos, resulta más importante esta cultura del encuentro

–«Creer que lo mío es lo único bueno, y que el otro tiene que convertirse a lo mío, es un error. No, no es así. Hay que ir cediendo, como nos enseña el Evangelio. Acercarte al otro y escuchar lo bueno que el otro tiene y desde ahí caminar juntos, sin renunciar, ojo, sin ser sincretistas. Yo te aporto mi visión, mis matices, tú me aportas los tuyos. Ni lo tuyo ni lo mío, sino lo nuestro, construir un proceso común. Pactando. El otro siempre tiene algo bueno que decir. Esto no significa que siempre tenga que aceptarlo y coincidir, pero eso te cuestiona y te abre a la acogida de la diversidad».

Conmovedor. Realmente es un paradigma «nuevo», que no fue conocido ni practicado por Cristo con los fariseos y saduceos –«raza de víboras, sepulcros blanqueados, coláis un mosquito y os tragáis un camello»–, y que igualmente lo ignoraron Esteban, Pablo, Martín de Tours, Bonifacio, Javier, los misioneros de América… Ellos no buscaban «pactar», llegar a un acuerdo, sino «convertir» a los infieles a la verdad de Jesucristo, que les iba a dar la felicidad en este mundo y en la vida eterna.

 

El verdadero paradigma de las misiones católicas

Bajo el impulso de Benedicto XVI, la Congregación de la Fe publicó una importante Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3-XII-2007) . En ella se reitera la doctrina de la Iglesia enseñada en los documentos arriba aludidos; pero está escrita sobre todo para señalar y rebatir algunas graves desviaciones actuales en la idea y práctica de las «misiones». 

(3). Hoy en día hay una confusión creciente que induce a muchos a desatender y dejar inoperante el mandato misionero del Señor (Mt 28,19). A menudo se piensa que todo intento de convencer a otros en cuestiones religiosas es limitar la libertad. Sería lícito solamente exponer las propias ideas e invitar a las personas a actuar según la conciencia, sin favorecer su conversión a Cristo y a la fe católica: se dice que basta ayudar a los hombres a ser más hombres o más fieles a su propia religión, que basta con construir comunidades capaces de trabajar por la justicia, la libertad, la paz, la solidaridad. Además, algunos sostienen que no se debería anunciar a Cristo a quienes no lo conocen, ni favorecer la adhesión a la Iglesia, pues sería posible salvarse también sin un conocimiento explícito de Cristo y sin una incorporación formal a la Iglesia. Para salir al paso de esta problemática, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha estimado necesario publicar la presente Nota.

(10). «El perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto hoy en peligro por teorías de tipo relativista, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no sólo de facto sino también de iure (o de principio)» [CDF, Declar. Dominus Iesus, 6-VIII-2000, 4. Desde hace mucho tiempo se ha ido creando una situación en la cual, para muchos fieles, no está clara la razón de ser de la evangelización [Pablo VI, Evangelii nuntiandi 73]. Hasta se llega a afirmar que la pretensión de haber recibido como don la plenitud de la Revelación de Dios, esconde una actitud de intolerancia y un peligro para la paz.

«Quién así razona, ignora que la plenitud del don de la verdad que Dios hace al hombre al revelarse a él, respeta la libertad que Él mismo ha creado como rasgo indeleble de la naturaleza humana: una libertad que no es indiferencia, sino tendencia al bien. Ese respeto es una exigencia de la misma fe católica y de la caridad de Cristo, un elemento constitutivo de la evangelización y, por lo tanto, un bien que hay que promover sin separarlo del compromiso de hacer que sea conocida y aceptada libremente la plenitud de la salvación que Dios ofrece al hombre en la Iglesia.

«El respeto a la libertad religiosa [Benedicto XVI, disc. a Curia romana, 22-XII-2005] y su promoción “en modo alguno deben convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. Más aún, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad que salva” [Gaudium et spes 28; Evang. nuntiandi 24]. Ese amor es el sello precioso del Espíritu Santo que, como protagonista de la evangelización [Redemptoris missio 21-30], no cesa de mover los corazones al anuncio del Evangelio, abriéndolos para que lo reciban. Un amor que vive en el corazón de la Iglesia y que de allí se irradia hasta los confines de la tierra, hasta el corazón de cada hombre. Todo el corazón del hombre, en efecto, espera encontrar a Jesucristo.

«Se entiende, así, la urgencia de la invitación de Cristo a evangelizar y porqué la misión, confiada por el Señor a los Apóstoles, concierne a todos los bautizados. Las palabras de Jesús, “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28, 19-20), interpelan a todos en la Iglesia, a cada uno según su propia vocación». 

Algún día de éstos «descubriremos el Mediterráneo».

Sólo Cristo puede dar la vista al ciego de nacimiento –el pagano– o al que perdió la vista que antes tuvo –el apóstata–.

Deus nos adjuvet!!!

José María Iraburu, sacerdote

 

Apéndice

(Nota del Autor. El texto que sigue no es obligatorio leerlo, y queda reservado para los lectores más animosos).

La breve Doctrina cristiana que reproduzco fue compuesta por San Francisco de Javier en Goa, la India, en mayo de 1542, a poco de llegar a las misiones. Cuando iniciaba una misión en una nueva región, lo primero que hacía era mandar traducir este breve catecismo. Y su predicación –siempre hubo de predicar con intérprete–, era un desarrollo del mismo (Madrid, BAC 1953, 84-88).

Según se ve, la predicación de Javier era muy orante: Iex orandi, lex credendi. Éltransmitía la fe en forma de oraciones centradas en el Creador, en la Trinidad, en Jesucristo, en la Virgen, en los ángeles y los santos, en la fe y los sacramentos, en el misterio de la Iglesia. Sin avergonzarse nunca de la enseñanza de Cristo y de los apóstoles, mostraba con gran amor y energía a los paganos los dos caminos posibles para el hombre: el de salvación y el de perdición.

Doctrina cristiana – Catecismo breve

1. Señor Dios, ten misericordia de nosotros. Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de nosotros. Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.

2. Creo en Dios Padre todopoderoso, criador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor. Creo que fue concebido del Espíritu Santo y nació de la Virgen María. Creo que padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado. Creo que descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de los muertos. Creo que subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso. Creo que ha de venir de los cielos a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo. Creo en la Santa Iglesia Católica. Creo en la comunión de los santos y en la remisión de los pecados. Creo en la resurrección de la carne. Creo en la vida. eterna. Amén.

3. Verdadero Dios, yo confieso de voluntad y corazón, como buen y leal cristiano, la Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, tres personas, un solo Dios. Yo creo firmemente, sin dudar, todo lo que cree la santa madre Iglesia de Roma, y también yo prometo, como fiel cristiano, vivir y morir en la santa fe católica de mi Señor Jesucristo. Y cuando a la hora de mi muerte no pudiere hablar, ahora, para cuando yo muriere, confieso a mi Señor Jesucristo con todo mi corazón.

4. Padre nuestro, que estás en los cielos; santificado · :ti’ sea el tu nombre; venga a nos el tu reino; hágase tu volun­tad así en la tierra como en los cielos. El pan nuestro de ·-cada día dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así .¡. como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos ‘.; dejes caer en la tentación, mas Iíbranos de todo mal.

lS 5. Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de mi muerte. Amén.

6. Los mandamientos de la ley del Señor Dios son diez.

El primero es amara Dios sobre todas las cosas. El segun­do es no jurar el nombre de Dios en vano. El tercero es guardar los domingos y fiestas. El cuarto es honrar a tu padre y a tu madre, y vivirás muchos años. El quinto no matarás. El sexto no fornicarás. El séptimo es no hurtarás. El octavo es no levantarás falso testimonio. El nono es no desearás las mujeres ajenas. El décimo no codiciarás las cosas ajenas.

7. Dice Dios: los que guardaren estos diez mandamientos irán al paraíso. Dice Dios: los que no guardaren estos diez mandamientos irán al infierno.

8. Ruégoos, Señor mío Jesucristo, que me deis gracia hoy, en este día, en todo tiempo de mi vida, para guardar estos diez mandamientos.

9. Ruégoos, Señora mía Santa María, que queráis rogar por mí a vuestro bendito Hijo, Jesucristo, que me dé gracia hoy, en este día, todo el tiempo de mi vida, para guar~ dar estos diez mandamientos.

10. Ruégoos, Señor mío Jesucristo, que me perdonéis mis pecados que hice hoy, en este día, en todo el tiempo de mi vida, en no guardar estos diez mandamientos.

11. Ruégoos, Señora mía Santa María, Reina de los ángeles, que me alcancéis perdón de vuestro bendito Hijo. Jesucristo, de los pecados que hice hoy, en este día, en todo tiempo de mi vida, en no guardar estos diez man­damientos.

12. Los mandamientos de la Iglesia son cinco. El tlmero es oír misa entera todos los domingos y fiestas~e guar­dar. El segundo es confesarse el cristiano una vez en la Cuaresma o antes, si se espera entrar en algún peligro de muerte. El tercero es tomar comunión, por obligación, en día de Pascua, o antes o después, según la costumbre del obispado. El cuarto es ayunar, cuando lo manda la santa Iglesia, a saber, vigilias, cuatro Témporas y la Cuaresma. El quinto es pagar diezmos y primicias.

13. Díos te salve, Reína, Madre de misericordia, dulzura de la vida, esperanza nuestra, Dios te salve. A ti clama­mos los desterrados hijos de Eva. A ti suspiramos gimien­do y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos. y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Oh clemente, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María. Amén. Ruega por nosotros, que seamos merecedores de las promesas de Jesucristo. Amén Jesús.

14. Yo pecador, muy errado, me confieso al Seño Dios y Santa María, a San Miguel, el ángel, a Juan Bautista, y a San Pedro y a San Pablo y Santo Tomás, y a todos los santos y santas de la corte de los cielos. Ya vos, Padre, digo mi culpa, que pequé grandemente por pensamiento y por palabra y por obra, del mucho bien que pudiera hacer que no hice, y del mucho mal de que me pudiera apartar, y no me aparté: de todo me arrepiento y digo a Dios mi culpa, mi grande culpa, Señor, mi culpa. Pido y ruego a mi Señora, Santa María, y a todos los santos y santas, que quieran rogar por mí a mi Señor Jesucristo, que me quiera perdonar mis pecado presentes, confesados, pasados y olvidados, y de aquí para adelante me dé su gracia, que me guarde de pecar y me lleve a gozar la gloria del paraíso. Amén.

15. Los pecados mortales son siete. El primero es soberbia. El segundo es avaricia. EL tercero es lujuria. El cuarto es ira. El quinto es gula. El sexto es envidia. El séptimo pereza.

16. Las virtudes morales contra los pecados mortales son siete. La primera es humildad contra la soberbia. La segunda es largueza contra avaricia. La tercera es castidad contra lujuria. La cuarta es paciencia contra la ira. La quinta es temperancia contra la gula. La sexta es caridad contra la envidia. La séptima es diligencia contra la pereza.

17. Las virtudes teologales son tres. La primera fe; la segunda esperanza; la tercera caridad.

18. Las virtudes cardinales son cuatro. La primera prudencia; la segunda fortaleza; la tercera templanza; la cuar­ta justicia.

19. Las obras de misericordia corporales son siete. La primera es visitar los enfermos. La segunda dar de comer a quien tiene hambre. La tercera dar de beber a quien tiene sed. La cuarta es redimir a los cautivos. La quinta es vestir a los desnudos. La sexta es dar posada a los peregrinos. La séptima es enterrar a los muertos.

20. Las obras de misericordia espiritual son siete. La primera es enseñar a los simples sin doctrina. La segunda, dar buen consejo a quien lo ha menester. La tercera es castigar a quien ha menester castigo. La cuarta es consolar a los tristes desconsolados. La quinta es perdonar al que ha errado. La sexta es sufrir las injurias con paciencia. La séptima es rogar a Dios por los vivos, que los guarde de pecados mortales, y por los muertos, que los saque de las penas del purgatorio y los lleve al paraíso.

21. Los sentidos corporales son cinco. El primero es ver. El segundo es oír. El tercero es oler. El cuarto es gustar. El quinto es palpar.

22. Las potencias del alma son tres. La primera memoria, la segunda entendimiento, la tercera voluntad.

23. Los enemigos del alma son tres. El primero es el mundo, el segundo es la carne, el tercero es el diablo.

24. Oración a la Hostia. Adórote, mi Señor Jesucristo, y bendígote pues por tu santa cruz redimiste el mundo y a mí. Amén.

25. Oración al cáliz. Adórote, sangre de mi Señor Jesucristo, que fuista derramada en la cruz por salvar a los pecadores y a mí. Amén.

26. iOh mi Dios!, poderoso y Padre piadoso, Criador de todas las cosas del mundo; en vos, mi Dios y Señor, pues sois todo mi bien, creo firmemente, sin poder dudar, que me tengo de salvar por los méritos infinitos de la muerte y pasión de vuestro Hijo Jesucristo, mi Señor, aunque los pecados de cuando era pequeño sean muy grandes, con todos los demás que tengo hechos hasta esta hora presente, pues es mayor vuestra misericordia que la maldad de mis pecados. Vos, Señor, me criasteis, y no mi padre ni mi madre, y me disteis alma y cuerpo y cuanto tengo. Y Vos, mi Dios, me hicisteis a vuestra semejanza, y no los pagodas, que son dioses de los gentiles en figura de bestias y alimañas del diablo. Yo reniego de todos los pagodas, hechiceros, adivinadores, pues son cautivos y amigos del diablo.

Oh gentiles, ¡qué ceguera de pecado la vuestra tan grande, que hacéis de Dios bestias y demonio, pues lo adoráis en sus figuras!

Oh cristianos, demos gracias y loores a Dios, trino y uno, que nos dio a conocer la fe y la ley verdadera de su Hijo Jesucristo.

27. Oh Señora, Santa María, esperanza a los cristianos, Reina de los ángeles y de todos los santos y santas que están con Dios en los cielos; a vos, Señora, y a todos los santos, me encomiendo, ahora y para la hora de mi muerte, que me guardéis del mundo, de la carne, del diablo, que son mis enemigos, deseosos de llevar mi alma a los infiernos.

28. Oh señor San Miguel, defiéndeme del diablo a la hora de mi muerte, cuando estuviere dando cuenta a Dios de mi vida pasada. Pesad, Señor, mis pecados con los méritos de la muerte y pasión de mi Señor Jesucristo, y no con mis pocos merecimientos: así seré libre del poder del enemigo e iré a gozar para siempre, sin fin de los fines.

39. A la bendición de la mesa. Bendecid: Resp.: El Señor. Bendíganos el Señor, Dios trino y uno, a nosotros y lo que hemos de comer. Bendigamos al Señor. Resp.: A Dios sean dadas las gracias. Vers.: Alabanza a Dios, paz a los vivos, descanso a los difuntos. Amén. Dios nos junte en el paraíso. Amén.

Índice de Reforma o apostasía

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