Al titular el discurso dirigido el 20 de mayo por el papa Francisco al Pontificio Instituto de las Misiones Extranjeras, «Vatican News», el órgano de noticias telemático oficial de la Santa Sede, dio evidencia de su enésima e indefectible andanada contra el «proselitismo».
El texto que Francisco estaba leyendo no mencionaba la palabra, pero el Papa no pudo resistirse a hacer este agregado en forma improvisada:
«Hay un peligro que vuelve a despuntar – parecía superado pero vuelve a despuntar –: confundir la evangelización con el proselitismo. No. La evangelización es testimoniar a Jesucristo, muerto y resucitado. Es él quien atrae. Es por esto que la Iglesia crece por atracción y no por proselitismo, como dijo Benedicto XVI. Pero esta confusión nació un poco de una concepción político-económica de la evangelización, que ya no es evangelización. Entonces se da la presencia, la presencia concreta, por la que te preguntan por qué eres así. Entonces tú anuncias a Jesucristo. No se trata de buscar nuevos socios para esta ‘sociedad católica’, no, se trata de hacer ver a Jesús: que Él se haga ver en mi persona, en mi comportamiento; se trata de abrir con mi vida espacios a Jesús. Esto es evangelizar, y esto es lo que han tenido en el corazón vuestros fundadores».
Más adelante Francisco también agregó improvisadamente:
«Sobre esto me permito recomendarles los últimos parágrafos de la ‘Evangelii nuntiandi’. Ustedes saben que la’Evangelii nuntiandi’ es el documento pastoral más grande después del Concilio: es todavía reciente, todavía está vigente y no ha perdido fuerza. En los últimos parágrafos, cuando describe cómo debe ser un evangelizador, habla de la alegría de evangelizar. Cuando san Pablo VI habla de los pecados del evangelizador: los cuatro o cinco últimos parágrafos. Léanlo bien, pensando en la alegría que él recomienda».
En estos dos agregados no hay ninguna sorpresa. Tanto la crítica del proselitismo como la exaltación de la «Evangelii nuntiandi» son el mantra de Jorge Mario Bergoglio, cada vez que habla de la misión.
Pero son el por qué y el cómo de esta doble insistencia suya los que son de difícil comprensión.
Sobre el proselitismo
Si por «proselitismo» Francisco entiende una misión ejercida en exceso, medida por el número de los nuevos bautizados, es un misterio de dónde él deduce la convicción que esto es en la Iglesia Católica un «peligro» real que «hoy vuelve a despuntar».
Porque si hay una realidad que es indiscutible en la Iglesia del último medio siglo no es el exceso, sino el colapso del impulso misionero.
Es el colapso del que eran bien conscientes Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, quienes han intentado de muchas maneras enfrentarlo y de llamar a la Iglesia a una misión auténtica: la primera, entre otras, con un sínodo sobre la evangelización y con la posterior exhortación apostólica «Evangelii nuntiandi» de 1975, la segunda con la encíclica «Redemptoris missio» de 1990, la tercera con la «Nota doctrinal sobre algunos aspectos de la evangelización» del 2007 y con un nuevo sínodo sobre la misión.
Sin encontrar un recibimiento positivo a estos pedidos suyos, salvo en la vitalidad de algunas jóvenes Iglesias de África y de Asia o, en Occidente, en pocos y aislados núcleos que han sabido mantener vivo el impulso misionero auténtico, entre ellos precisamente el Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras, recibido en audiencia hace tres días por el Papa.
Pertenecía a este instituto el padre Piero Gheddo (1929-2017), a quien Juan Pablo II confió la redacción de la encíclica «Redemptoris missio» y que antes había estado también entre los principales propagadores del decreto misionero «Ad gentes» del Concilio Vaticano II.
Pero al contrario de sus predecesores y sobre la base de una lectura opuesta de la vivencia misionera de la Iglesia de estas últimas décadas, Francisco parece querer más que nada poner un freno a la misión.
En esencia, él quiere que se «testimonie» silenciosamente la fe cristiana con la vida, con el comportamiento, en primer lugar con el amor al prójimo. Y sólo después que el testimonio haya suscitado eventualmente preguntas él exhorta a «anunciar a Jesús», pero sin explicitar jamás este segundo paso y, por el contrario, deteniéndose cada vez a insistir en el primero, única alternativa sana – para Francisco – al tan obsoleto «proselitismo», con numerosas citas de la «Evangelii nuntiandi» de Pablo VI, a juicio del actual Papa «el documento pastoral más grande después del Concilio».
Sobre la «Evangelii Nuntiandi»
Pero también la referencia frecuente de Francisco a este documento de Pablo plantea contradicciones.
Porque es verdad que Pablo VI asigna una «importancia primordial» al testimonio silencioso de vida, en la esperanza que toque las mentes y los corazones y encienda una esperanza.
Pero inmediatamente después escribe:
«sin embargo, esto sigue siendo insuficiente, pues el más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado –lo que Pedro llamaba dar ‘razón de vuestra esperanza’ –, explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús. La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios».
Y eso no es todo. Porque el anuncio no basta – prosigue Pablo VI – si no «hace surgir en el que lo ha recibido una adhesión» a la Iglesia y una voluntad de hacerse a su vez evangelizador. «Testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado»: es todo esto, para Pablo VI, el «proceso complejo» de la evangelización.
Sobre todo esto sobrevuela Francisco. Y también parece contradictoria la invitación dirigida por él a los misioneros del Pontificio Instituto de las Misiones Extranjeras de releer en los últimos parágrafos de la «Evangelii nuntiandi» las advertencias de Pablo VI contra «los pecados del evangelizador».
Si, por ejemplo, se relee el parágrafo 80 de la exhortación, se verá que Pablo VI señala como errores propios esos modos de pensar que son los más habituales entre muchos partidarios de actual pontificado y que de hecho paralizan cualquier impulso misionero:
«Con demasiada frecuencia y bajo formas diversas se oye decir que imponer una verdad, por ejemplo la del Evangelio; que imponer una vía, aunque sea la de la salvación, no es sino una violencia cometida contra la libertad religiosa. Además, se añade, ¿para qué anunciar el Evangelio, ya que todo hombre se salva por la rectitud del corazón? Por otra parte, es bien sabido que el mundo y la historia están llenos de ‘semillas del Verbo’. ¿No es, pues, una ilusión pretender llevar el Evangelio donde ya está presente a través de esas semillas que el mismo Señor ha esparcido?».
Y también, en el paragráfo 78, contra ciertas domesticaciones fáciles de las verdades de la fe:
«El predicador del Evangelio será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad. No obscurece la verdad revelada por pereza de buscarla, por comodidad, por miedo».
Sandro Magister
Publicado originalmente en Settimo Cielo
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