Stanislaw Grygiel: «el Papa disolvió el trabajo de San Juan Pablo II con una sola frase y con la siguiente creó su propio Instituto»

(PCH24/InfoCatólica) Entrevista al Profesor Grygiel:

Hace poco tiempo ha habido grandes cambios en el Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, que usted creó junto con Karol Wojtyla hace 40 años. ¿Cómo afronta usted su despido?. ¿Era posible tal situación?

No ha habido cambios en el Instituto San Juan Pablo II para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia. El instituto simplemente fue disuelto por el Papa Francisco hace exactamente 2 años. En el mismo motu proprio (Summa Familiae Cura, 8 de septiembre 2017) el Papa disolvió el trabajo de San Juan Pablo II con una sola frase y con la siguiente creó su propio Instituto, que todavía mantiene el nombre de su santo predecesor. El nuevo Instituto se llama Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia. Una nueva palabra lo dice todo: ciencias. ¿Qué ciencias? No hay ciencia sobre el matrimonio y la familia. Así que, ¿qué es lo que este nombre describe? Sólo el hecho de que la sociología, la psicología y las ciencias relacionadas con éstas decidirán cómo y qué se debería pensar sobre el matrimonio y la familia en este Instituto recién establecido. En un momento dado yo requerí que se quitara el nombre de Juan Pablo II del nombre del nuevo Instituto porque como dije no debería ser usado como una excusa artificiosa... La teología moral y también la antropología válida de Wojtyla fueron abandonados por el Instituto. ¿Significa, entonces, que la moral de las personas que están casadas será determinada por encuestas de opinión? ¿El hecho de que mucha gente robe, cometa adulterio, mienta, etc. nos autoriza a anular los Diez Mandamientos?. Aquellos que preguntan sobre el significado de la vida y están buscando el camino que deberían tomar sin perder la respuesta a estas preguntas, no pueden vivir en una casa construida sobre divagaciones sociológicas y psicológicas sobre el matrimonio y la familia en las diferentes así llamadas culturas. Cristo no predicó opiniones sociológicas sino la palabra del Dios vivo.

¿Cómo afronté esta situación? Me mantuve en contacto con mis amigos, particularmente con el inolvidable difunto cardenal Carlo Caffarra. Esto me ayuda a crear una realidad científica familiar, que se ajustaba al pensamiento y los deseos de Juan Pablo II para el Instituto. Me sorprendo de palabras tales como «renovación, expansión y profundización» de este Instituto, que son dichas por aquellos que lo están destruyendo junto con sus cimientos. Destrucción no equivale a renovación.

¿Era posible prever los acontecimientos que han sacudido la opinión mundial hoy? Era posible. Las maniobras doctrinales hechas durante los dos Sínodos para el matrimonio y la familia en 2014 y en 2015 no dejaron duda de que las tendencias posmodernas del comportamiento y el pensamiento de la gente más allá del bien y del mal invadieron la Iglesia a través de teólogos y pastores que, por razones que sólo ellos conocen, empezaron a tergiversar la palabra de Dios para que se ajustara a esas tendencias. Usando palabras ambiguas y afirmaciones sesgadas sembraron astutamente la confusión y el caos en la mente y en el corazón de mucha gente. Las palabras de Cristo se hicieron realidad, «que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno» (Mt 5, 37). Cuando uno se adentra en ese «lo que pasa de ahí», la credibilidad del Evangelio y la Tradición de la Iglesia se ven socavadas. Es suficiente recordar la afirmación del Prepósito general de los jesuitas, de que no podemos estar seguros de si realmente Cristo dijo las palabras que los evangelistas nos dejaron escritas porque ellos no tenían grabadoras. La falta de grabadoras, según el Prepósito general, significa que tenemos que depender de unas interpretaciones de interpretaciones. Por lo tanto, debemos preguntar cuál es la influencia en la Iglesia de la gente que confía no sólo en la palabra del Dios vivo, presente en la Iglesia y dicha «de una vez para siempre» (semel dixit), sino también en un tipo u otro de interpretación sociológica o psicológica de esta Palabra. La fe religiosa depende del hombre que confía en Dios y que tiene una conversación diaria y directa con Él, y no a través de las opiniones que tengamos de Él. Uno desea hablar con una persona amada cara a cara y no con su voz grabada en una cinta de audio.

Muchos intelectuales fueron despedidos del Instituto por su reacción a las voces que eran diferentes de la tradición que ellos seguían. ¿Pueden ser estos acontecimientos vistos como un momento simbólico, como un síntoma tangible de estas transformaciones a las que la Iglesia institucional está sucumbiendo?

Sí, pueden. Pueden y deben ser vistos como tales. Estoy convencido de que lo que ocurrió en el Instituto está relacionado con los cambios que podrían introducirse en el próximo Sínodo Pan-amazónico. Deberíamos hacer una pregunta: «¿puede la Iglesia, que ha mirado al hombre a la luz de la verdad revelada en Cristo, también mirarlo casi el mismo nivel a la luz de las culturas locales (por ejemplo, la del Amazonas) o debería la Iglesia mantenerse a la luz del Evangelio y predicar lo que se puede ver?». La abolición del Instituto Juan Pablo II se convirtió en un símbolo que reveló los pensamientos de muchos corazones. Algunos profesores fueron despedidos del Instituto, aquellos que leyeron Amoris Laetitia a la luz de la fe de la Iglesia enraizada en el Evangelio y la Tradición y no, como el cardenal Christoph Schönborn de Viena demandaba en su discusión con el cardenal Carlo Caffarra, leer la Tradición presente en la enseñanza de los Papas anteriores, a la luz de este documento. Es en el nombre de la Tradición que ambas formas de llegar a la verdad son importantes en la Iglesia. Como resultado de leer la verdad revelada sobre el hombre sólo a la luz del aquí y ahora, es muy fácil descender al nivel de halagar esas verdades de las que dependen la carrera de uno. Cristo dijo que cualquiera que deja a su mujer y vive con otra comete adulterio. nNinguna interpretación hecha ni por el más inteligente teólogo o sacerdote puede cambiar el significado de la palabra «cualquiera». Si decimos que en este o ese caso alguien no comete adulterio, porque está justificado por una razón u otra, significa al mismo tiempo, que decimos que Cristo no sabía lo que estaba diciendo porque Él no conocía lo que está dentro del ser humano. Él debería haber preguntado a alguien más. Pero San Juan dice que Cristo «conocía a todos» y no tenía que preguntarle a nadie (Jn 2, 25). Según la voz altisonante de los seguidores actuales de la moral de situación y del discernimiento pseudo ignaciano, Cristo no sabía lo que estaba escondido en cada hombre, porque, por ejemplo, no sabía lo que ocultaba un hombre con una conciencia limpia que está viviendo en su segunda o tercera unión pseudo marital. Así que Cristo no era Dios. Alguien muy importante la Iglesia hoy incluso se ha atrevido a decir ya que Cristo sólo se convirtió en Dios después del momento de su muerte.

Durante algún tiempo las señales alarmantes relativas a los cambios en el Instituto han sido evidentes. A la luz de este hecho, ¿hubo alguna idea para salvar el Instituto como, por ejemplo, cambiar la oficina principal a algún otro lugar? Se podría decir que parte de los profesores que fueron despedidos tenían sus propios derechos de autor, ya que ellos fueron los que crearon el Instituto según las decisiones de Juan Pablo II. Quizás tal mudanza basándose en consolidarse en otro lugar, ¿hubiese prevenido lo que ocurrió con la dispersión de los profesores despedidos?

No podemos decir que los profesores del Instituto tengan derechos de autor. El Instituto tiene derechos papales, no los profesores. Sin embargo, el Instituto establecido por San Juan Pablo II dejó su espíritu en miles de estudiantes en todo el mundo. En aquellos días la voz de estos fue tan fuerte que incluso sorprendió a los mismos profesores. Estos no estaban desperdigados. Permanecen en la familia que San Juan Pablo II quería. Su Instituto permanece, pero de una forma distinta.

Con respecto a la anterior pregunta me gustaría preguntarle cómo ve el papel de la Iglesia polaca en los estudios del pensamiento, en un sentido amplio, de Juan Pablo II y su popularización.

Creo que nuestros obispos polacos deberían tener cuidado y asegurarse de que los departamentos dedicados a la filosofía de Karol Wojtyla y a la enseñanza de Juan Pablo II se establezcan y trabajen en los seminarios y universidades sobre los que tienen influencia. Los estudios antropológicos y teológicos basados en la válida antropología de Wojtyla y la teología del cuerpo ayudarán a los sacerdotes a preparar a los jóvenes para una vida de amor hermoso en el matrimonio y la familia y también para la vida social y estatal. Estos estudios ayudarán a la vida en la Iglesia. Las celebraciones y las ceremonias complejas en honor del santo Papa no son suficientes. Se necesita trabajar la mente y el corazón, un trabajo minucioso en el que la verdad libere a la persona que la busca de la esclavitud egipcia del pecado. Tales departamentos deberían llamarse departamentos del amor responsable o departamentos de libertad.

En los difíciles tiempos actuales, las iglesias locales necesitan obispos que profesen valientemente su fe en Cristo y digan un enérgico «No» al diablo. Las recientes declaraciones del arzobispo Marek Jedraszewski de Cracovia, que dijo su «No» evangélico a la teología del arco iris deformado, anima y traer esperanza no sólo a los polacos. Muchos cardenales y obispos de otros países están con él, viendo en él un digno sucesor de los cardenales Prince Adam Stefan Sapieha y Karol Wojtyla. Dios nunca abandona su pueblo. Siempre le da pastores que sean capaces de afrontar los retos que puedan encontrar. El arco iris de la Alianza entre Dios y el hombre tiene siete colores sacramentales. Son la vida de la iglesia. Todos ellos no hablan sobre el amor que es revelado y se hace realidad en ellos. Quitar un color del arco iris lo priva de ser una epifanía del amor de Dios, difundido en los siete colores. El falso arco iris trae caos al amor humano, que refleja el Amor que es Dios. En este caos, la mente y el corazón del hombre se brutalizan y se esclavizan. Es el deber de los obispos y sacerdotes defender el rebaño confiado a ellos contra este caos y contra aquéllos que lo usan para llegar al poder. Su responsabilidad es, por lo tanto, decir «Si, Si, No, No» y no irse por las ramas buscando su propio éxito privado en ese «lo que pasa de ahí». Puede que sea cómodo ser amigo del diablo, pero nunca es honesto.

Una tarde San Juan Pablo II me dio una carta que le escribió un conocido teólogo. Me dijo: «léela y dime lo que piensas de ella». Ese teólogo aconsejaba a Juan Pablo II cambiar la moral de las relaciones sexuales matrimoniales, porque si él no la cambiaba mucha gente dejaría la iglesia. Después de leer la carta le dije bruscamente: «esto es una estupidez». Después de un momento de silencio el Papa dijo simplemente: «sí, es cierto, pero ¿quién se lo le dirá a él?» Luego, sin mediar palabra, se fue a su capilla y se quedó allí solo.

¿Cuál era la intención de Juan Pablo II cuando el Instituto fue creado? ¿Cuáles eran los valores sobre los que se construyó? ¿Cómo recuerda las primeras conversaciones sobre esto con Karol Wojtyla?

San Juan Pablo II era muy consciente del hecho de que el destino de la Iglesia descansa en lo que hay en el matrimonio y la familia y también que el destino del mundo está siendo determinado. En nuestras conversaciones en Cracovia y después en Roma intercambiamos reflexiones antropológicas y teológicas sobre el amor familiar y matrimonial, que darían forma a la teología y filosofía cultivadas en la Iglesia. En el amor matrimonial y familiar, que fue concebido en el acto de creación del universo y del hombre por Dios en Su Hijo, la Verdad es revelada, el Logos de Dios vivo, que es algo que llamamos sit venia verbo, la doctrina de la Iglesia (Mc 5, 33-34). Confiando en esta Palabra, en la cual Dios creativamente piensa en la persona humana, ambas teología y filosofía deberían ser cultivadas en la Iglesia. El poder de la fe en el hombre y de la fe en Dios muestra el poder de nuestro «No» a aquellos que, por razones ideológicas, demandan que la sociedad respete la vida humana solo condicionalmente y no incondicionalmente, en su estado inicial (aborto) y en su etapa final (eutanasia). La negación del principio y el fin del amor, al cual el matrimonio y la familia están llamados, amor que es una epifanía del Amor que une al Padre y al Hijo en la Santísima Trinidad, dirige a la eclesiología hacia una dimensión horizontal, y con la ayuda de los métodos sociológicos y psicológicos, someten al hombre a las ideologías predominantes en este momento. Juan Pablo II advirtió y defendió a la Iglesia y a la sociedad contra este peligro. A aquellos que dicen que él no tuvo éxito les contestaré brevemente que él quería una victoria eterna. Él se encomendó a la Verdad eterna abrazado a la Cruz y arrodillado frente a Él. No se arrodilló frente al diablo, triunfante en un momento particular del tiempo y del espacio y que promete reinos pasajeros de este mundo. Con el poder de la Palabra de Dios vivo, él afirmó que la libertad no dependía de lo que al hombre le apetezca hacer hoy o mañana sino en hacer lo que todo el mundo debería querer. Y la Verdad nos dice que es lo que el hombre debería querer. La libertad viene de la Verdad, no de la anarquía. No tiene nada que ver con una falta de leyes.

Hace 40 años Juan Pablo II ya hablaba de la crisis de la familia. Este tema fue muy importante en todo su pontificado y su expresión formal fue la exhortación apostólica Familiaris Consortio. ¿Está la enseñanza papal ahora en peligro, cuando la crisis se ha profundizado incluso más y la Institución, que se suponía que tenía que contrarrestarla, está sufriendo cambios tan radicales?

Las amenazas a la Verdad presente en la fe de la Iglesia y en el amor del hombre a su prójimo, y más tarde a la Verdad presente también en la enseñanza de Juan Pablo II, que expresa la fe en Dios y en el hombre, podrían dañar seriamente a la gente; sin embargo, nunca es una amenaza mortal a la Verdad misma. La Verdad siempre estará misericordiosamente presente en el hombre. Gracias a esto, incluso en el corazón de las tinieblas, el hombre lleva el don de la esperanza contra esperanza (spes contra spem). Cristo, que resucita a los muertos para que todos puedan ser santos, está presente en este don. La Iglesia vive gracias a la libertad resucitada de su fe, esperanza y amor. Cristo está presente en estas tres epifanías del don de la libertad. Él no está presente en las opiniones sobre Él, especialmente aquellas que son creadas por algunos teólogos y sacerdotes según el principio marxista: Praxis (en este caso la así llamada praxis pastoral) que determina la Verdad o el Logos. Hoy, la exhortación apostólica Familiaris Consortio o la encíclica Redemptor Hominis deberían ser leídas en las iglesias todos los días. Todo cristiano debería grabarse las palabras de Cristo en su mente y en su corazón, «Pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Todo lo que pasa de ahí viene del Maligno» (Mt 5, 37). En estos documentos de la enseñanza de la Iglesia no hay lugar para la ambigüedad del bien conocido en Polonia «yo estoy a favor incluso en contra». La ambigüedad en la Iglesia podría tener trágicas consecuencias. Introduce en la vida de la Iglesia un punto de vista de la verdad en un concepto lineal de la historia, no desde el del Redentor del hombre «que es el centro del universo y de la historia» (cf Redemptor Hominis, n. 1)

¿Qué significan las proposiciones de la nueva ideología y hasta qué punto son una amenaza real a la Iglesia y la familia, a largo plazo?

La respuesta a esta pregunta está en las de las preguntas anteriores. Solo añadiré que en estas proposiciones hay palabras que han cambiado su significado. Han sido desvinculadas de la realidad a la que se refieren. En las ideologías postmodernas palabras tales como amor, libertad, justicia, paz, tolerancia pertenecen solo a las opiniones creadas según las modas transitorias, que están gobernadas por el principio de «¡haz lo que quieras!». Hoy merece la pena recordar las palabras proféticas de Vladimir Soloviev de su libro «Anticristo» publicado en 1899, que decía que cuando el Anticristo aparezca, lo hará en forma de pacifista, vegetariano, ecologista y ecuménico. ¿Se romperá la familia? Estoy seguro de que no. ¿Por qué? porque la Verdad, a la que toda persona está encomendada, e igualmente el matrimonio y la familia, no se quebrará. A Dios no lo puede romper ninguna opinión sobre Él. Así que hay Alguien a quien volver, y en quien es posible volver a una nueva vida. La verdad nos defiende.

Según George Weigel, la Iglesia postconciliar ha seguido dos caminos contradictorios. El primero surge de la filosofía de Hegel, Feuerbach, Marx. El otro, el tradicional, se refiere a las enseñanzas del patrón del Instituto Juan Pablo II para los estudios sobre el Matrimonio y la Familia. Me gustaría hacer una pregunta filosóficamente ingenua, pero es sólo por el mero hecho de hacerla: ¿Cómo pudo tal poder fuerte y paralelo hacerse con una posición que ataca sus características vitales?

Es una pregunta difícil. Cristo previno a sus discípulos para que estuvieran alerta tanto intelectualmente como en la oración (Mt 26, 41). Muchos factores contribuyeron a su debilitamiento. Supongo que una de las principales razones de su falta de vigilancia es su falta de oración, y también su falta de cultura. Me refiero a la cultura de la que San Juan Pablo II hablaba y sin la que ninguna cultura histórica es cultura. Hablo de la cultura como el cultivar la humanidad en el hombre gracias a la gracia de la Verdad que libera y sana sin la cual ningún hombre puede entenderse a sí mismo. La culminación de la humanidad en el hombre es la Tierra prometida para todos, hacia la que viajamos hasta el último momento de la vida. Muriendo, sólo la vemos y la saludamos desde lejos (cf Heb 11, 13). Como un león rugiente el diablo merodea alrededor de nuestra esperanza, esperando el momento oportuno para atacar. El Instituto fue atacado por teólogos y sacerdotes que no tenían ni esperanza ni fe. Dejaron de creer en la gracia que viene de vivir la santidad del sacramento del matrimonio y piensan que esto es un ideal imposible de realizar. Son ellos los que sustituyeron la dimensión vertical de la metafísica y a fortiori de la moral teológica y la antropología de Wojtyla por el plano horizontal de la sociología, la psicología y otras ciencias similares. El nuevo nombre del Instituto muestra una forma nueva de pensar sobre el matrimonio y la familia, lo que significa una percepción diferente del amor y la libertad.

¿Por qué una prestigiosa escuela católica, cuando hay una crisis universitaria, llama «desarrollo» a su reformulación, copiando de hecho los esquemas de las universidades laicas? ¿Por qué el pragmatismo suplanta al kerigma?

Esta es una gran pregunta. Gracias por formularla. La experiencia dice que el pragmatismo sustituye al kerigma en cualquier lugar que la voz decisiva pertenezca a la gente que ha sido corrompida de una forma u otra por la «debilidad de la carne» (cf Mt 26, 41) y eso es por lo que no se mantienen alerta y no rezan. Quieren justificar el mal que han hecho, porque no creen que el único remedio contra el pecado es la misericordia de Dios. Sólo creen en el poder de la política y la propiedad. Así que no sorprende que su idea de misericordia sea únicamente repartir pan y de esta forma se quieren justificar ellos mismos. En su misericordia pragmática, ocultan a las personas la misericordia que es la Palabra redentora del Dios vivo. El don de la Verdad es la misericordia para el hombre. Se supone que el hombre debe buscar su reino y el resto se le dará por añadidura (cf Mt 6, 33). Las universidades seculares, que primero buscan aquellas cosas que son «dadas», pierden su camino hacia la verdad y finalmente olvidan cómo buscarlo y se hunden en su estupidez. ¿Quiere la gente en la Iglesia que sus universidades compartan el destino de las seculares? Quizás algunos lo quieran. ¿Por qué? Esa es la cuestión.

Preguntaré irónicamente, aunque no sin miedo, ¿será el paso siguiente reemplazar el dogma con el programa de moda actualmente de cooperación entre académicos y negocios?

Esto puede estar provocado por la forma de pensar de muchos teólogos y sacerdotes, que se guía por un amplio principio marxista: la praxis pastoral crea la verdad. El trabajo pastoral se ha convertido en una clase de negocio para ellos. El deseo de tener éxito notable hace que busquen el criterio del bien y del mal, lo verdadero y lo falso en encuestas de opinión. Los sacerdotes, teólogos, filósofos e institutos para los que trabajan serán juzgados según la eficacia del éxito probado experimentalmente. Algunos pastores y otros altos prelados parecen olvidar que la contemplación de la verdad, lo bueno y lo bello no se puede tratar de la misma forma que la producción de cubos, martillos o clavos.

El conflicto que tenemos no es sólo una discusión referente a una perspectiva. Cuando concierne a la cristiandad, las disputas teóricas siempre tienen su propia materia, su peso concreto. Los cambios estructurales que están teniendo lugar en el Vaticano no sólo confirman unas ciertas tendencias que han estado presente desde hace algún tiempo en la Iglesia, sino que también constituyen una nueva realidad. ¿Cómo ve su papel, tanto como creador intelectual del instituto así también como católico, en vista de esta nueva realidad?

No me preocupa qué hacer hoy, sino lo que se supone que debo ser aquí y ahora, para que no sucumba al miedo, sino que cuide del don de la fe, la esperanza y el amor con dignidad. Rechazo la idea horizontal de la iglesia feliz o del mundo feliz predicado por los seguidores teológicos de Aldous Huxley. Este es el principio marxista: la praxis decide qué es verdad a cualquier precio, conduciendo a lo que no es verdad. Cuando sea necesario, cualquiera que crea en el poder de la Palabra de Dios hecha carne debería siempre decir un sonoro e inequívoco «No» a aquellos que se encomiendan a otros poderes. Tales personas deberían unirse al brindis del cardenal Newman por la conciencia (N. del T.).

Basado en su experiencia de muchos años de trabajo en Roma, ¿ve muchos errores en el lado ortodoxo en su forma de enseñar sobre el matrimonio y la familia? ¿Somos capaces de expresar los valores inmutables y tradicionales en las formas modernas de comunicación? ¿Qué lenguaje se debería usar para hablar sobre la Sagrada Familia hoy? ¿Nos hablará la Sagrada Familia de ella misma sola y al final no deberíamos preocuparnos que se acalle el Evangelio?

Cometimos errores en este sentido cuando hablábamos sobre el matrimonio y la familia, usando palabras vacías, quiero decir palabras que no resuenan con amor por la verdad sobre el amor humano. Las palabras en las que no pusimos algo nuestro eran «un metal que resuena o un címbalo que aturde»(1Cor 13, 1). Espero que también dijéramos palabras que no estuvieran vacías porque estaban llenas de la Palabra. Confiamos en esta Palabra y en las consecuencias de nuestra fe en Ella. Encomendarse a la Palabra del Dios vivo es difícil y fácil a la vez. Todo el mundo puede confiarse a Él sin importar la educación que se tenga. La fe de los analfabetos a veces es tan grande que los teólogos no pueden ni imaginársela con sus limitadas mentes. La dificultad de la fe yace en el hecho de que demanda la conversión a Dios de todos, tanto de los analfabetos como de los eruditos. Un sacerdote es un sacerdote y un teólogo es un teólogo, cuando ellos con una palabra hecha acción y una acción hecha palabra apuntan hacia la única Palabra-Acción que es «el centro del universo y de la historia» tal como está recogido en la Redemptor Hominis. Hegel diría que a la gente se le debería recordar constantemente la muerte porque sólo cuando se enfrentan a ella, afrontan la cuestión del sentido de sus vidas. Empiezan a pensar.

Los políticos a menudo usan palabras vacías. Es esto por lo que les aplauden y les votan gente que no piensan. La Iglesia no trata de política sino de la salvación en Cristo, en la Palabra del Dios vivo. En la Iglesia no hay lugar para predicar palabras vacías ni para futilidades. Los teólogos y los ministros, antes de empezar a buscar palabras para sus predicaciones deberían arrodillarse ante la Palabra, cuya presencia deben hacer evidente a otros y escucharla. Esta Palabra es la misma de hace dos mil años. No cambia. Por lo tanto, las palabras que se supone que deben transmitirla, deberían ser absolutamente claras. Las palabras impropias que salen de la boca de la gente, que se dejan engañar por el Maligno, no llevan a nadie a Dios, sino que sirven como instrumentos para hacer al diablo presente en la conciencia de todo el pueblo y someter a éste a la voluntad de los gobernantes del mundo. Cristo siempre pronuncia la misma Palabra, porque habla de Sí mismo, el Hijo de Dios. Las únicas palabras imposibles de decir son aquéllas que no contienen la Palabra. La Palabra en la cual tiene lugar el acto de la creación. La Sagrada Familia es una prueba que manifiesta el acto de la creación y al mismo tiempo el acto de la salvación, prueba que es única e irrepetible en la historia de la humanidad. Nadie ni nada puede acallarla, porque nada ni nadie puede acallar la Palabra, que es el centro del universo y de la historia.

(N del T): Esto se refiere a la famosa «Carta al Duque de Norfolk» que escribió el cardenal Newman, como respuesta a un escrito publicado por el primer ministro británico Gladstone, en el que decía que si el Papa ordenaba a un católico matar a la reina Victoria, el católico lo tendría que hacer ya que el Papa era infalible. Era un argumento risible, aunque el primer ministro pensaba que algunos se lo tomarían en serio. Al final de la carta el cardenal propuso el siguiente brindis: «Por el Papa, por favor, pero mejor primero por la conciencia y después por el Papa».

Traducido para InfoCatólica por Ana María Rodríguez

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