(VIS/InfoCatólica) «¿Puede haber un cristiano que no sea misericordioso? - se preguntó Francisco- No. Necesariamente el cristiano debe ser misericordioso porque ese es el centro del Evangelio. Por eso la Iglesia se comporta como Jesús: no da lecciones teóricas sobre el amor ni sobre la misericordia, ni difunde en el mundo un camino de filosofía o de sabiduría. Ciertamente el cristianismo es también todo esto, pero como consecuencia, de reflejo. La madre Iglesia enseña con el ejemplo, y las palabras sirven para iluminar el significado de sus gestos».
Así, la madre Iglesia «nos enseña a dar de comer y de beber a quien tiene hambre y sed, a vestir al que está desnudo...Y lo hace con el ejemplo de tantos santos y santas...pero también con el de tantos padres y madres que enseñan a sus hijos que lo que a nosotros nos sobra es para aquel que carece de lo necesario. En las familias cristianas más sencillas siempre ha sido sagrada la regla de la hospitalidad: que no falta nunca un plato o una cama para el que lo necesita».
Compartir lo que tenemos
Y a los que dicen que no les sobra nada, el Papa ha puesto como ejemplo el de una familia de su diócesis anterior que dividió con un pobre que llamó a la puerta la mitad de lo que estaban comiendo. «Aprender a compartir lo que tenemos es importante».
La madre Iglesia enseña a estar cerca de los que están enfermos y, si tantos y santas, han servido así a Jesús, muchas personas ponen hoy en práctica esta obra de misericordia en los hospitales o en sus casas cuidando a los enfermos.
La madre Iglesia también nos enseña a estar cerca de los que están en la cárcel. «Pero Padre -dirán algunos- es peligroso. Son mala gente- Escuchadme bien: cada uno de nosotros podría hacer alguna vez lo mismo que hizo ese hombre o esa mujer que está en la cárcel. Todos podemos pecar y equivocarnos en la vida. No son peores que tu o que yo. La misericordia supera cualquier muro o barrera y lleva a buscar siempre el rostro del ser humano. Y la misericordia es la que cambia el corazón y la vida, la que puede regenerar a una persona y permitir que se reintegre de forma nueva en la sociedad».
«La madre Iglesia nos enseña a estar cerca de los que están abandonados y mueren solos. Es lo que hizo la beata Madre Teresa en las calles de Calcuta; y es -reiteró el Pontífice- lo que han hecho y hacen tantos cristianos que no tienen miedo de estrechar la mano al que está para dejar este mundo. Y también aquí, la misericordia da la paz a quien se va y a quien se queda, haciéndonos sentir que Dios es más grande que la muerte y que, permaneciendo en él, incluso está última separación es un hasta luego».
«La Iglesia es madre -finalizó- enseñando a sus hijos las obras de misericordia porque ha aprendido de Jesús este camino, ha aprendido que esto es lo esencial para la salvación. No basta amar a los que nos aman. No basta hacer el bien a quien nos lo hace. Para que el mundo cambie a mejor es necesario hacer el bien a quien no es capaz de devolverlo, como hizo el Padre con nosotros, dándonos a Jesús?. Porque ¿cuánto hemos pagado por nuestra redención? Nada. Todo gratis. Hacer el bien sin esperar nada a cambio. Así hizo el Padre y lo mismo tenemos que hacer nosotros». Por eso «demos gracias al Señor por habernos concedido la gracia de tener como madre a la Iglesia que nos enseña el camino de la misericordia, que es el camino de la vida».
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