(Manos Unidas/InfoCatólica) Aunque pueda parecer mentira, en pleno siglo XXI en el estado indio de Karnataka pervive una tradición ancestral, cuyo origen histórico y raíces son difíciles de establecer, por la que algunas mujeres, niños y niñas de la casta más baja, se ofrecen a las diosas Yallamma o Hulgamma, para ayudar al sacerdote en las ofrendas a las diosas. Las creencias y supersticiones, alimentadas por la pobreza y la ignorancia, llevan a muchas familias a hacer esta ofrenda a los templos para librarse de los males que les afectan. Los motivos son tantos como problemas pueda haber en unas comunidades castigadas por la miseria y sometidas al capricho de los más poderosos.
Las mujeres se convierten en propiedad pública
Las víctimas peor paradas en esta tradición son las mujeres y las niñas. Además de estar condenadas a vivir en los templos, una vez alcanzada la pubertad se convierten en propiedad pública. En el pueblo o aldea al que pertenezcan, pueden ser dedicadas a satisfacer sexualmente a un hombre, generalmente el jefe del pueblo, o a tantos hombres como deseen. Una mujer devadasi nunca puede negarse a los favores sexuales. Tampoco puede casarse. Las creencias aseguran que, si lo hace, la diosa llevará la desgracia a sus parientes cercanos. Y cuando muere, se reencarna en un miembro de su propia familia. Así, el sistema devadasi persiste generaciones.
La ley las apoya pero no lo saben
Por su falta de instrucción y la carencia de información, estas mujeres desconocen que la ley las apoya para negarse a una práctica que perpetúa la opresión de las castas. Pero, lo cierto es, que aunque en el año 1982 el Gobierno de Karnataka abolió esta práctica, no ofreció programas de rehabilitación y reinserción para las víctimas de esos abusos cometidos en nombre de la tradición y la costumbre. Y como en un rueda que gira sin ofrecer salida, estas mujeres y jóvenes, marginadas y apartadas por un sistema que las ha marcado de por vida, deben buscar su sustento vendiendo sus cuerpos, porque, a las mujeres devadasi sólo les está permitido mendigar cuando alcanzan cierta edad y se ven repudiadas, incluso por las familias que las ofrecieron a los templos. Llaman a las puertas pidiendo limosna, llevando sobre sus cabezas el ídolo de la diosa a la que fueron dedicadas.
Muchas de ellas terminan en burdeles de Mumbai, Bangalore y Chennai, víctimas del tráfico sexual y de enfermedades como el sida, que presenta unas altas tasas de incidencia en las ciudades de donde pervive la tradición. Y en la vejez, acaban solas en la calle, rechazadas por todos.
Proyecto apoyado por Manos Unidas
El proyecto que apoya Manos Unidas se está desarrollando en la localidad de Sindargi, que dista 60 kilómetros de Bijapur, capital del distrito del mismo nombre. Allí los jesuitas llevan desde el año 2005 trabajando para que las mujeres devadasi sean conscientes de que la prostitución no es su único destino, y menos aún el de sus hijos. Las mujeres reciben asistencia y formación para abandonar de un «negocio», basado en la preeminencia natural de las castas superiores sobre los dalits o intocables y que, a pesar de estar prohibido por ley en todo el país, se mantiene muchas veces apoyado en la connivencia de las autoridades y las fuerzas del orden.
Los jesuitas piden ayuda
Los jesuitas, socios locales de Manos Unidas, solicitaron ayuda para poner en marcha proyectos de apoyo a estas mujeres y a sus hijos.
Incapaces de permanecer ajenos a una drama de estas características, Manos Unidas ha acudido a la llamada y colaborará en la puesta en marcha de actividades como la formación de grupos de autoayuda, cursillos de concienciación sobre salud y discriminación por razón de sexo y de casta, clases de informática, de inglés y de otras materias con las que las mujeres devadasi puedan ganar un sustento para ellas y paras sus hijos, sensibilización acerca de este problema en las comunidades. Además, se está capacitando al personal, se ha adquirido un sistema de luz y sonido y un generador para impartir los cursillos en los pueblos y aldeas, y se ha comprado un jeep que permite el desplazamiento por caminos a veces impracticables.
Las beneficiarias directas del proyecto son 450 mujeres devadasi y sus hijos, que ya están han empezado a desarrollar el sentimiento de pertenencia a un grupo, han adquirido autoestima y ha aumentado nivel de aceptación por parte de sus familias y vecinos. Los niños y niñas más pequeños acuden ahora a la escuela y las jóvenes, que han recibido formación profesional, se muestran más esperanzadas ante un futuro al que se enfrentan con confianza.
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