Isidro Catela: «Como dice el Papa, una cosa es lo que uno piensa y otra lo que los medios de comunicación dicen que piensas»



(Alfa y Omega/InfoCatólica) Entrevista a Isidro Catela:


Los obispos no tienen fama de ser especialmente entusiastas de la prensa. ¿Cuál ha sido su experiencia en el trato con ellos estos años?


Como dice el Papa Francisco, una cosa es lo que uno piensa y otra lo que los medios de comunicación dicen que piensas. Los obispos, en general, son hombres con una gran pasión por la comunicación, por comunicar la alegría del Evangelio a todo el mundo, que entienden que la prensa puede ser un instrumento eficaz para lograrlo. Luego, el entusiasmo mayor o menor tiene mucho que ver con la personalidad de cada cual. Mi experiencia en el trato ha sido excepcional. Sólo tengo palabras de agradecimiento. Nunca me he sentido un extraño, e incluso he hecho muchos amigos entre ellos. Claro que, entre risas, más de una vez alguno siempre me ha recibido entusiasta con un «Aquí viene la prensa de la que nos podemos fiar». En cualquier caso, hace unos años, un obispo se podía mostrar más reacio al contacto con los medios, pero hoy el paradigma mismo de la comunicación ha cambiado tanto que no es posible no comunicar. Afortunadamente, para que la gente se entere del último documento de la Conferencia Episcopal, de la última campaña o de lo que piensa un obispo sobre una determinada cuestión, ya no es imprescindible organizar una rueda de prensa. Pueden bastar 140 caracteres en Twitter.


¿Y qué hay de la predisposición de la prensa hacia los obispos?


Hay de todo. Sería falsa e injusta una generalización. Hay periodistas, que, aun no siendo creyentes, no comprendiendo bien la institución e incluso obligados por sus medios a hablar siempre mal sobre la Iglesia, son magníficos profesionales, que trabajan con rigor y hacen un gran esfuerzo para que los prejuicios que puedan tener sobre los obispos no arruinen la información que están trabajando. Son excepcionales, pero los hay. Como también hay pocos, pero existen esos periodistas que te obsequian con el llamado fuego amigo, porque entienden que, al ser de Iglesia, tienen que tener algún trato privilegiado por parte de la institución, y cuando no se lo das, se enfadan. La gran mayoría de los periodistas con los que he trabajado durante estos años son excelentes personas y buenos profesionales con los que es posible hablar sobre lo humano y lo divino. Tener más contactos en Facebook y más seguidores en Twitter no sirve de nada si no te llevas también en la mochila más amigos de verdad y, en esta década, el Señor me ha regalado un buen número de nuevos amigos. Alguno me reconoce que ahora mira distinto a la Iglesia y a los obispos. Y es evidente que yo les miro a ellos y a sus medios también de otra manera a como lo hacía el primer día sin conocerlos de nada.


¿Se ha encontrado muchas sorpresas en el trato con periodistas?


Afortunadamente, cada uno somos únicos e irrepetibles. Ha habido muchas sorpresas buenas, dentro de unos años en los que ha habido verdaderos dramas personales, con mucha gente perdiendo su puesto de trabajo. Y sí, hay quien te pide un par de contactos en Roma para un viaje con su mujer, compañeros desconcertados porque sus hijos les piden la Primera Comunión y ellos «eso no lo han vivido en casa», y hasta por desgracia gente que te pide un contacto discreto en Cáritas porque lo están pasando mal.


¿Cuáles son los elementos necesarios para comunicar eficazmente la vida de la Iglesia?


Ya que hablamos de la relación personal, es fundamental que, independientemente de la relación profesional, donde uno pueda ayudar a comprender un asunto o a conseguir una entrevista, hay que estar disponible para el encuentro. Con esa base, primero hacia adentro, siempre queda mucho camino por recorrer para mejorar la comunicación interna, y luego, desde ahí, trabajar en la mejora continua de la comunicación hacia afuera. Las instituciones eclesiales tienen que seguir trabajando para otorgar a la comunicación el lugar que se merece y que hoy necesita para servir mejor, con fidelidad creativa. Cuando tienes la confianza de la dirección, todo es más fácil para proponer estrategias, planes de comunicación, planes de medios, recursos, tiempos. Eso viene por añadidura cuando lo fundamental está claro. Yo no me puedo quejar, porque he gozado de gran confianza de los obispos, en particular de los dos Presidentes con los que he estado, el cardenal Rouco y monseñor Blázquez, y sobre todo, por el trabajo directo con ellos, de los dos Secretarios Generales, monseñor Martínez Camino, durante más de nueve años, y José María Gil Tamayo en este último año en la CEE.


¿Cuáles son los fuegos más complicados que le ha tocado apagar?


Lo que en su día te parecía un incendio del bosque entero, ahora con perspectiva no pasa de ser un conato de incendio. En comunicación, es verdad que cada día tiene su afán y muchas veces tienes que ser bisagra, equilibrista, puente, bombero. Han sido años muy intensos, que no hubieran sido lo mismo sin su parte de cruz y dificultad. Los fuegos que a mí personalmente más me desgastan son aquellos que tienen algún componente político. Se pierde mucho tiempo y se gastan muchas fuerzas en llegar a un acuerdo para que haya una Nota conjunta con un determinado Ministerio, para organizar una rueda de prensa también conjunta, para explicarle a un director de Comunicación de un Gabinete político lo que de verdad ha dicho el obispo. Y todo eso es muy importante, no digo que no, pero no es lo más importante.


Los colegas de profesión describen los últimos 10 años en la Oficina de Comunicación de la CEE como de un salto en la profesionalización. Ha habido novedosas campañas comunicativas, retransmisiones de ruedas de prensa… Y, por otro lado, han sido unos años de abundancia de grandes acontecimientos: visitas del Papa, la JMJ, dos grandes beatificaciones… ¿Con qué se queda?


Yo no hubiera podido hacer nada de todo eso sin el estupendo equipo con el que he contado en la CEE. Cualquiera de esos acontecimientos que citas quedarán para siempre en mi memoria y en mi corazón. Nunca olvidaré cómo me agradeció personalmente Benedicto XVI el servicio prestado como portavoz adjunto del Sínodo sobre la Eucaristía en 2005, o haber llevado la dirección de comunicación en su viaje a Santiago y Barcelona. Los obispos lo han dicho, y las beatificaciones han sido auténticos acontecimientos de gracia para la Iglesia. Hay que vivirlo desde dentro para entender cómo cambia tu corazón el contacto con los mártires. Pero me quedo con los abrazos y mensajes de despedida de muchos de los periodistas y de mucha gente que me he ido encontrando en este camino y que, en su día, pusieron el colegio gratis para que pudiéramos rodar un spot, o me abrieron las puertas de su casa mientras estuve yendo y viniendo durante meses, trabajando entre Madrid y su diócesis.



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