Una inyección de alegría



(OpusDei/InfoCatólica) Somos Luis y María. Estamos casados desde hace veintitrés años y tenemos ocho hijos. Somos supernumerarios del Opus Dei también desde hace muchos años. Tenemos una familia numerosa y hace unos años pensábamos que ya no iban a venir más niños a casa.


Me llegó un correo electrónico de una amiga. Era la típica cadena de correos electrónicos que a ella le había llegado de alguien; y a ese alguien de alguien… Al final, la cuestión es que la Comunidad de Madrid había pedido ayuda a la Fundación Síndrome de Down de Madrid, para encontrar una familia para un niño con síndrome de Down, que los padres habrían dejado en adopción en el momento que había nacido en el hospital.


Por el trabajo de Luis, que es ginecólogo y siempre ha hecho en su trabajo y en su vida una defensa de la vida desde el momento de la concepción, hemos sido muy sensibles a todos los temas que tienen que ver con el aborto, el diagnóstico prenatal y la situación que tienen las personas con síndrome de Down en nuestro país.


Fuimos a casa y lo comentamos en el comedor entre todos. Para nuestra sorpresa, hubo opiniones muy diferentes: los que estaban a favor y los que decían: ¿Os habéis vuelto locos? ¿Pero si somos siete? Como que ya ellos habían completado la familia. Cada uno de ellos reaccionó de una manera muy adecuada a su edad, cada uno con la edad que tiene. Muy divertido.


El día que llegó Josemaría fue una fiesta. Al día siguiente, estaban las fotos colgadas en la clase del colegio de las niñas. Lo conocía todo el mundo. Fue muy especial.


Te ayuda mucho a centrar las cosas importantes. Esos días que estábamos en la espera de Josemaría te entran todos los miedos. Yo me imagino que son muy similares a los de unos padres que se enteran de que van a tener un niño con síndrome de Down: el miedo a lo que va a pasar en el futuro, el miedo a lo que va a ser de ese niño, la preocupación por el día que faltes… Todas esas cosas que te planteas, de repente las pones en su sitio y dices: ¡Vamos a ver! Josemaría es el octavo y llega a una casa donde ya hay siete hijos y ¿qué he querido yo para estos siete?. ¿Y que quiero yo para estos siete que no le vaya a poder dar a Josemaría?, que es la posibilidad de ser muy feliz y de ser hijo de Dios. Y al final dices: ¡Eso se puede conseguir!. A lo mejor otras cosas no están a nuestro alcance.


Y también con los otros hijos: si realmente lo que yo quiero para mis hijos no es ni la carrera que tienen que estudiar, ni lo que tienen que llegar a ser, sino que sean muy felices y que sean buenos hijos de Dios. Cuando lo simplificas de esa manera, que yo creo además que es una manera muy real de verlo, que luego se materializa de muchas maneras, pero es muy real de plantearlo, se acabaron las complicaciones.


Al poco tiempo surgieron algunos problemas gordos en casa Me diagnosticaron una enfermedad hematológica grave, una leucemia. Aquello fue una cosa dura. Yo estaba en el hospital sin pelo –quiero decir, con menos pelo-, con la quimioterapia… Y cada vez que venía Josemaría era una inyección de alegría.


Aquí en casa, los niños también lo decían: mamá, ¿te imaginas cómo habría sido este año si no hubiéramos tenido a Josemaría? Te puedes plantear cómo te puede pasar esto ahora y luego te das cuenta de que realmente Josemaría ha sido el bálsamo todos en estos meses sin ninguna duda. Tiene la capacidad de sacar lo mejor de cada uno en casa. Eso es una realidad.



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