(AdoracionPerpetua.info/InfoCatólica) Tras la celebración de la Santa Misa, oficiada por el obispo de Getafe, Mons. Ginés García Beltrán, y la posterior procesión eucarística, el Señor era entronizado en la Ermita de San Cristóbal, en la Avda. de Fuenlabrada de Leganés, para ser adorado día y noche a partir de ahora.
Cientos de fieles acompañaron en esta celebración de un acontencimiento tan relevante. Tras la entronización del Santísimo daba comienzo el primer turno de adoración.
A continuación se reproduce un extracto de la homilía de la Santa Misa oficiada por Mons. García Beltrán:
Hoy vamos a tener un signo que posiblemente no salga en la prensa, en los medios de comunicación, pero es un signo de una gran profundidad y que seguro que dará muchos frutos. Hoy vamos a dejar al Señor en el corazón de este pueblo de Leganés para ser adorado. Inauguramos hoy esta capilla de adoración eucarística perpetua para que el Señor sea una realidad cotidiana en nuestra vida, para hacernos conscientes de que Él intercede cada segundo por cada uno de nosotros. Recordamos las palabras de aquellos discípulos que caminaban hacia Emaús y le dicen al Señor: «Quédate con nosotros». Esta es la oración que elevamos al cielo: Jesús, quédate con nosotros. Con nuestro pueblo, con nuestras familias, con tantas personas que tanto te necesitan, aunque no te conozcan. Quédate con los pobres, los enfermos, los necesitados. Quédate con nosotros, con nuestras comunidades parroquiales y religiosas. Quédate con nosotros.
El gesto que hoy comenzamos es una invitación a estar con el Señor. Pero sobre todo con la fe de que el Señor está con nosotros. Y no es una casualidad de que lo hagamos en la fiesta de los santos eméritos mártires San Cosme y San Damián, en otro tiempo, santos patronos de este pueblo de Leganés. «La sangre de los mártires es semilla de cristianos». La adoración perpetua de Leganés será también la semilla de nuevos cristianos, es más, y así se lo pido de corazón al Señor: será la semilla de numerosas y santas vocaciones para la Iglesia.
Por eso, queridos hermanos, lo que hacemos es vivir del misterio de la Iglesia que tiene su centro en Cristo, en la eucaristía. El concilio Vaticano II nos enseña que todo empieza en la eucaristía y todo en ella tiene su fin. Todo lo que hacemos en la Iglesia está relacionado con la eucaristía: la catequesis, la liturgia, la comunión... Por eso, poner la eucaristía en el centro de nuestra vida es centrar nuestra vida cristiana, es volver al misterio de nuestra fe. Es lo que confesamos en la respuesta de la plegaria eucarística: «Este es el sacramento de nuestra fe: anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurección. Ven Señor Jesús». La eucaristía es el memorial de la vida, muerte y resurrección de Nuestro Señor. Y por eso le pedimos que venga, para que nos haga vivir este misterio. Jesús es el pan de la vida eterna como hemos escuchado en el evangelio de hoy. La eucaristía es el cielo en la tierra, es el encuentro con el Señor. La eucaristía da sentido a nuestra vida para seguir caminando hacia el cielo, hacia ese encuentro. Tenemos que ser hombres y mujeres eucarísticos, tenemos que basar nuestra vida en la eucaristía. Un cristiano eucarístico es un cristiano caritativo. La caridad no brota de nosotros mismos. La caridad cristiana nace de la fuente eucarística. La eucaristía nos recuerda que el Señor se entregó por nosotros. Por cada uno de nosotros. En la eucaristía la entrega de Cristo se hace actual en cada momento, se hace presente el sacrificio de Cristo. Esto sólo se puede entender porque la eucaristía es un misterio de entrega.
Ójala que esta adoración perpetua, 365 días al año, 24 horas al día, sea sea un acto de agradecimiento a la presencia del Señor en nuestro mundo, así como una invitación continua a estar en esa su presencia. Evidentemente de no dejarlo nunca solo: nuestra presencia es lo más importante, aunque no sepamos qué decirle, cómo rezar o cómo adorarle, estamos allí con Él. Y ponemos a sus pies nuestra vida, nuestra familia, los problemas del mundo. Os invito a poner también a sus pies a los que no creen. La mayor parte de la población ya no cree, no van a la Iglesia. Pero nosotros sí. Y no hay ninguna oración por la conversión de los pecadores y por la conversión del mundo que no dé fruto. Por eso hay que hacerlo, ponerlos a los pies de Jesús Sacramentado. Que tengamos siempre claro cuál es el centro de nuestra fe, de nuestra vida cristiana.
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