Durante los pasados meses he estado recibiendo muchos emails y cartas de laicos, clérigos, teólogos y otros intelectuales, jóvenes y viejos, con sus pensamientos con respecto al Sínodo de los obispos que se celebrará en Roma en octubre y centrado sobre los jóvenes. Casi todos se dan cuenta de la importancia de la materia. Casi todos alaban las intenciones del Sínodo. Y casi todos muestran su preocupación, de un tipo u otro, sobre el momento del Sínodo y el posible contenido. La crítica que aparece abajo, recibida de un respetado teólogo norteamericano, es el análisis de una persona; otros pueden no estar de acuerdo. Pero es lo suficientemente importante para que merezca una consideración bastante más amplia y una discusión mientras que los delegados de los obispos se prepara para abordar los temas del Sínodo. Por lo tanto, aquí se las ofrezco.
Las principales dificultades teológicas en el Instrumentum Laboris (IL) para el Sínodo de 2018.
I. Naturalismo.
El IL se enfoca mucho en elementos socioculturales, en detrimento de materias morales y religiosas más profundas. Aunque el documento expresa el deseo de «releer» «realidades concretas» a la luz de la fe y de la experiencia de la Iglesia (§4), el IL
lamentablemente no lo hace. Ejemplos específicos:
- §52. Después de una discusión sobre la concepción instrumentalizada contemporánea del cuerpo y sus efectos de «actividad sexual temprana, múltiples parejas sexuales, pornografía digital, exhibición de cuerpos online, y turismo sexual», el documento solo se lamenta de «la deformación de la belleza y la profundidad de la vida afectiva y sexual». No se hace mención de la desfiguración del alma, su consecuente ceguera espiritual y el impacto en la recepción del evangelio por alguien tan herido.
- § 144. Se discute mucho sobre lo que la gente joven quiere; poco sobre cómo esos deseos deben ser transformados por la gracia en una vida que se ajuste a la voluntad de Dios para sus vidas. Después de muchas páginas de análisis de sus circunstancias materiales, el IL no ofrece ninguna guía sobre cómo estas preocupaciones materiales deben ser elevadas y orientadas hacia un fin sobrenatural. Aunque IL hace alguna crítica sobre los fines exclusivamente materialistas y utilitarios (§147), la mayoría del documento cataloga exhaustivamente las distintas realidades socio económicas y culturales de los jóvenes adultos, pero sin ofrecer ninguna reflexión significativa sobre sus preocupaciones espirituales existenciales o morales. El lector puede fácilmente deducir que esto último no tiene importancia alguna para la Iglesia. El IL justamente constata que la Iglesia debe animar a los jóvenes a «abandonar la búsqueda constante de pequeñas certezas (§145)». En ningún lugar, sin embargo, dice que también debe acrecentar esta visión con la gran certeza de que hay un Dios, de que los ama, y de que desea su bien eterno.
- Este naturalismo también es evidente en la preocupación que muestra el documento con respecto a las siguientes consideraciones: globalización (§10) abogar por el papel de la Iglesia en la creación de los «ciudadanos responsables» más que de santos (§147) y la preparación de los jóvenes para su papel en la sociedad (§135); los fines seculares para la educación (§149); promover la sostenibilidad y otros fines seculares (§152-154); promover «el compromiso social y político» como una «verdadera vocación» (§156); el apoyo de las «redes sociales» como un papel de la Iglesia.
- La esperanza del Evangelio está notablemente ausente. En §166, en el contexto de una discusión sobre la enfermedad y el sufrimiento, se cita a un hombre discapacitado: «nunca estás lo suficientemente preparado para vivir con una discapacidad; te lleva a hacerte preguntas sobre tu propia vida y reflexionar sobre tu mortalidad». Estas son cuestiones existenciales para las cuales la Iglesia posee las respuestas. El IL nunca responde a esta cita con una discusión sobre la cruz, el sufrimiento redentor, la providencia, el pecado o el Amor Divino. El IL es igualmente débil en las preguntas sobre la muerte en §171; el suicidio se describe como simplemente «desafortunado» y no se hace intento alguno de relacionarlo con los fallos de un comportamiento materialista. Esto también se ve en el tibio tratamiento de las adicciones.
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II. Una inadecuada comprensión de la autoridad espiritual de la Iglesia.
El IL cambia drásticamente los papeles de la ecclesia docens (la Iglesia que enseña) y la ecclesia discens (la Iglesia que aprende). Todo el documento está basado en la creencia de que el principal papel magisterial de la Iglesia es «escuchar». Más problemático es §140: «La Iglesia tendrá que optar por el diálogo como su estilo y su método,
fomentando un conocimiento de la existencia de nexos y conexiones en una realidad compleja…» No hay vocación, especialmente dentro de la Iglesia, que se pueda situar fuera de este dinamismo del diálogo… (énfasis añadido)«. En otras palabras, la Iglesia no posee la verdad, sino que debe ocupar su lugar junto con otras voces. Esos que han desempeñado el papel de profesores y predicadores en la Iglesia deben reemplazar su autoridad con el diálogo. (En este respecto, ver también §67-70).
- La consecuencia teológica de este error es la fusión del sacerdocio bautismal y sacramental. Desde la fundación de la Iglesia, por orden divina, los ministros ordenados de la Iglesia han sido encargados de la tarea de enseñar y predicar; desde su fundación al fiel bautizado se le ha encomendado el escuchar y ajustarse a la Palabra predicada. Sin embargo, el mandato de predicar es co-instituido por nuestro Señor con el ministerio sacerdotal mismo (cf. Mt 28, 19-20). Si la Iglesia abandonase su ministerio de la predicación, esto es, si los papeles de la Iglesia que enseña y la Iglesia que escucha se invierten, la jerarquía misma debería ser invertida y el ministerio sacerdotal se convertiría en el ministerio bautismal. En resumen, nos volveríamos luteranos.
- Aparte de este serio problema eclesiológico, esta aproximación presenta un problema pastoral. Es de conocimiento general que los adolescentes que provienen de hogares permisivos normalmente añoran padres que se preocupen lo suficiente para establecer normas y dirigirlos, incluso si ellos se rebelan contra esta dirección. De modo similar, la Iglesia como madre y profesora no puede, por negligencia o cobardía, abandonar este papel necesario de establecer límites y dirigir (cf. §178). Con respecto a esto §171, que señala la maternidad de la Iglesia, no va lo suficientemente lejos. Sólo ofrece un papel de escucha y acompañamiento eliminando el de enseñante.
III. Una antropología teológica parcial.
En las discusiones sobre la persona humana, el IL no hace mención de la voluntad. La persona humana se reduce numerosos lugares a »intelecto y deseo«, »razón y afectividad« (§147). La Iglesia, sin embargo, nos enseña que el hombre, creado a imagen de Dios, posee un intelecto y voluntad, mientras comparte un cuerpo y sus inclinaciones con el resto del reino animal. Es la voluntad la que se dirige fundamentalmente hacia la bondad. La consecuencia teológica de esta flagrante omisión es extraordinariamente importante, ya que la sede de la vida moral es la voluntad y no las vicisitudes del afecto. Otros ejemplos incluyen §114 y §118.
IV. Una concepción relativista de la vocación.
A través del documento se da la impresión de que la vocación se refiere a la búsqueda individual del sentido y la verdad particular. Los ejemplos incluyen:
- §129 ¿Que se quiere decir con »forma personal de santidad«? ¿O la »propia verdad?«. Mientras que la Iglesia ciertamente propone la propia apropiación personal de la verdad y la santidad, la Escritura dice claramente que Dios, la Primera Verdad, es Uno; el diablo es legión.
- §139 da la impresión de que la Iglesia no puede proponer la verdad (singular) a la gente y que deben decidir por ellos mismos. El papel de la Iglesia consiste sólo en acompañar. Esta falsa humildad se arriesga a subestimar las legítimas contribuciones que la Iglesia puede y debe hacer.
- §157 ¿Por qué debería la Iglesia apoyar caminos para cambiar los estilos de vida?. Esto en conjunción con las exhortaciones para que los jóvenes tomen la responsabilidad sobre sus propias vidas y construyan significado para ellos mismos (§87, §68-69) da la impresión de que la verdad absoluta no se halla en Dios.
V. Una pobre comprensión de la alegría cristiana.
La espiritualidad cristiana y la vida moral se reducen a la dimensión afectiva, claramente expresado en §130 donde se evidencia una concepción sentimentalista de la »alegría«. Ésta parece ser un estado puramente afectivo, una emoción feliz, a veces fundada en cuerpo o en el amor humanos (§76), a veces en el compromiso social (§90). A pesar de su constante referencia a la »alegría«, en ningún lugar el IL la describe como el fruto de la virtud teológica de la caridad. Ni es ésta caracterizada como el propio orden del amor, poniendo a Dios primero y después ordenando todos los otros amores con referencia a Dios.
- La consecuencia teológica de esto es que el IL carece de teología alguna de la cruz. La alegría cristiana no es una antítesis al sufrimiento, que es un componente necesario de una vida conformada a la cruz. El documento da la impresión de que el verdadero cristiano estará siempre »alegre« en el término coloquial. Más adelante implica el error de que la vida espiritual tendrá siempre como resultado la alegría sentida (afectiva). El problema pastoral que resulta de esto viene claramente expresado en §137: ¿Es el papel de la Iglesia hacer que los jóvenes »se sientan amados por Dios o ayudarlos a saberse amados a pesar de cómo puedan sentirse?
Además de las consideraciones hechas hay otras serias preocupaciones teológicas en el IL, incluyendo: una falsa comprensión de la conciencia y su papel en la vida moral; una falsa dicotomía propuesta entre verdad y libertad; una falsa equivalencia entre diálogo con jóvenes LGBT y el diálogo ecuménico; y un insuficiente tratamiento del escándalo de los abusos.
+ Charles Chapt, Ofm Cap
Publicado en First Things.
Traducido para InfoCatólica por Ana María Rodríguez
Charles Chaput, O.F.M. Cap., es arzobispo de Filadelfia y miembro del consejo permanente del Sínodo de los obispos. Su pertenencia al consejo terminará en octubre.
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