El cine y la crisis del amor romántico

(Family and Media) Desde la historia de Blancanieves y los siete enanitos al film «Más allá del amor» (Ghost), la leyenda de Tristán e Isolda al colosal Titanic, encontramos un mismo hilo conductor: cambian los mundos, los contextos, las épocas, pero el mito del amor romántico se presenta casi del mismo modo. En efecto, en cada uno de estos relatos (y podríamos aportar muchos otros ejemplos) encontramos como protagonistas a un joven guapo, valiente, atento y protector, y una muchacha buena, honesta, sincera, frágil, que necesita ser buscada, cuidada y «salvada».

El amor que nace entre los dos, aunque encuentre numerosos obstáculos, no puede ser detenido por nadie ni por nada: ni brujas, estafadores, pociones maléficas, desastres naturales; nada puede impedir a los enamorados seguir juntos, en el bien y en el mal. Al contrario, cuanto más son las dificultades, más fuerte se hace la relación.

Quizá no todos los finales prevén la fórmula del «vivieron felices y comieron perdices» (en algunos casos, el héroe de la fábula romántica llega incluso a morir por amor). Pero, ciertamente, el amor permanece vivo, porque es tan poderoso que sobrepasa incluso los confines de la muerte.

En cambio, ahora, algunos «cuentos modernos» dicen «adiós» a este paradigma.

En los últimos años, libros y películas de éxito han cambiado de perspectiva, haciendo suyo un mensaje muy diferente: «por muy grande, fuerte y cautivador que un amor llegue a ser, la realización de los sueños individuales está antes que la vida de la pareja. Por muy arrollador que resulte un sentimiento y aunque haga más bella la existencia, debe subordinarse siempre a los deseos personales. El amor no es y no puede convertirse en una razón de vida».

Presentamos a continuación dos películas como ejemplo.

Antes de ti (USA, 2016, dirección de Thea Sharrock)

Basado en el libro homónimo, el filme presenta a Louisa Clark, una joven de 26 años que vive en una pequeña ciudad de la campiña inglesa y pasa de un empleo a otro para ayudar a su familia, hasta que encuentra un trabajo como asistente de Will Traynor, un joven y rico banquero que vive en una silla de ruedas a causa de un accidente.

Will es cínico, frío, insolente, pero cuando Louisa empieza a trabajar para él, la dura coraza que se ha construido deja paso a una sensibilidad escondida detrás del dolor causado por el trágico accidente que destrozó su existencia. Hasta aquí, nada nuevo: parece que volvemos a las dinámicas de La bella y la bestia o, yendo atrás en el tiempo, a Jane Eyre.

La chica, sin embargo, descubre que Will ha hecho un pacto con sus padres: acepta esperar seis meses antes de tomar definitivamente la decisión de ir a una clínica suiza para morir.

Louisa quiere entonces demostrar a Will que su vida puede ser bella y plena, también en una silla de ruedas.

Los dos pasan juntos un período de renovada felicidad, pero esto no basta para hacer cambiar de idea a Will, que sigue firme en su postura: añora demasiado su vida anterior al accidente, y opta por el suicidio asistido, considerando que la presencia de Louisa, aunque es maravillosa, no es razón suficiente para seguir viviendo. Le declara su amor y le deja en herencia muchos bienes, para ayudarle a vivir «como se merece», feliz y realizada.

Si el amor «no basta»

Obviamente, un final clásico habría contemplado un cambio de planes del protagonista. Pero estas fábulas modernas juegan precisamente con la decepción de las expectativas. El público -acostumbrado a ver que se crece por amor, se cambia e incluso se opta por la vida cuando todo alrededor habla de muerte-, debe aprender a aceptar que el «yo» está antes que el «nosotros», y el único verdadero amor que se debe proteger a toda costa es el de uno mismo.

En un primer momento, finales como este pueden dejarnos perplejos. Pero, si reflexionamos, reconoceremos que son una más de tantas expresiones de una cultura que tiende cada vez más al individualismo, y huye de la «fusión» entre hombre y mujer, como si fuera una cárcel para la libertad.

Pero este final, ¿es coherente con los deseos más profundos del corazón del hombre?, ¿dice la verdad sobre quiénes somos o sobre cuál es la verdadera felicidad?

Más allá de que leer o ver una historia de este estilo puede ser un fuerte obstáculo para quien se esté esforzando por conllevar una situación de discapacidad y por encontrar razones que le lleven a valorar una existencia sin duda más complicada, el mensaje de esta «fábula contracorriente» puede ser perjudicial para quien haya perdido la esperanza en la fuerza del amor conyugal.

Historias como éstas pretenden derribar ilusiones falsas, para abrirnos a un supuesto realismo (↓es estúpido creer que el amor resuelve todo»); pero el modo de reaccionar del protagonista no es el único posible: son muchísimos los testimonios de personas que, a través de la solidaridad, de la cercanía de los seres queridos, de la alegría de compañeros de viaje creativos y optimistas, de la dedicación de un esposo fiel, han encontrado, tras un primer momento de desconcierto, la alegría de estar en el mundo, aunque de forma diferente.

No hay duda de que hay muchos Will, para quienes la salud o la belleza son lo más importante, pero también hay muchos Leo (el protagonista de la serie Pulseras rojas (ver Pulseras rojas 3: el drama del dolor, el miedo a la muerte, y el amor a la vida ) que, por amor a la vida, a su novia, a sus amigos, se aferra a una posibilidad sobre cien de curación, y lucha contra su enfermedad, con tal de seguir al lado de las personas que ama.

La la land (USA, 2016, dirección de Damien Chazelle)

Diferente, pero similar en cierto sentido, es el mensaje del filme La la land.

Aquí nadie está enfermo; los jóvenes protagonistas de esta historia aparecen llenos de energía y de sueños.

Ella, Mia, desea convertirse en una actriz de éxito y pasa de una prueba a otra, esperando triunfar en el cine, antes o después. Él, Sebastián, es un músico de talento, que sueña también con alcanzar el éxito.

Ganadora de seis premios Oscar, la película es un musical que muestra dos artistas en ciernes, que tienen en común el afán de perseguir sus objetivos, por muy difíciles que sean. Su pasión compartida por el arte les lleva a enamorarse. Los dos están juntos, viviendo en una especie de «mundo encantado» en las proximidades de una «Hollywood de ensueño», durante el tiempo que les separa de los objetivos fijados, hasta que llega el éxito. Para Mia, que ha vivido varios años trabajando en un bar para mantenerse, llega la ocasión de su vida cuando logra un papel importante en un filme, pero que la llevaría a trabajar en Francia.

Sebastián, consciente de lo importante que es para ella el sueño de convertirse en actriz, la anima a marcharse.

Tierno y conmovedor es el momento en que los dos se juran amor eterno, prometiendo encontrar soluciones para continuar juntos, pero aquella promesa cae en el vacío.

El filme concluye mostrando una Mia totalmente cambiada: se ha convertido en una actriz de éxito, se ha casado con otro hombre y tiene una niña.

Sebastián, por su parte, ha abierto un local siempre lleno, y que lleva el nombre sugerido por Mia cuando estaban juntos. Allí toca el piano con gran éxito de público.

Los dos se tropiezan al final de la película en el local de Sebastián, y se intercambian únicamente una mirada tristísima, llena de nostalgia. En esa mirada parece que se encierra el mensaje del filme: «Cuando dos sueños se convierten en irreconciliables, es justo, aunque resulte doloroso, seguir caminos diferentes».

Si falta el compromiso de estar juntos

También en este caso un final feliz sería la conciliación entre los sueños individuales y la vida de pareja. Después de algunos momentos de ajuste, los dos habrían podido encontrar juntos las soluciones necesarias para construir un proyecto de vida, sin renunciar a sus deseos, o quizá renunciando solo en parte, sin ser por esto infelices.

En cambio, llega la sorpresa para el público, al que parece que se quiere decir: «en la vida no se puede tener todo, la realidad nos dice que hay que elegir y a veces es más lógico optar por lo mejor para uno, más que para un hipotético nosotros».

El mito del amor romántico nunca habría permitido una separación dictada por intereses individuales: el amor podía ser obstaculizado, pero siempre por factores externos, y ambos habrían luchado hasta el fin para defender la unión. Aquí no hay el más mínimo rastro de un amor que se deba proteger a toda costa.

También en este caso deberíamos preguntarnos si el filme es honesto y coherente con lo que verdaderamente deseamos en lo más profundo de nosotros.

¿Realmente nos hace ser tan felices alcanzar el éxito, hasta el punto de renunciar a la plenitud que supone ser amados? ¿Estamos hechos para caminar solos, para realizarnos solos?

Es verdad que la tristeza de los protagonistas al final sugiere la duda de que no es así. Pero también en este caso parece prevalecer un presunto realismo: “la vida nos pone frente a opciones, y al amor no siempre corresponde la mejor”.

Un auténtico realismo, sin embargo, mostraría que el problema de esta historia no es encontrar la «crueldad de la vida», sino la falta de empeño por parte de los protagonistas para seguir juntos.

¿Finales decepcionantes o consoladores?

Los aficionados a las fábulas clásicas consideran como decepcionantes estos finales; otros, en cambio, más «abiertos a las novedades», los encuentran positivos: tendrían el mérito de despertarnos del sopor de la ingenuidad. Nos abrirían los ojos y mostrarían, con crudo realismo, que a veces la vida real está muy lejos de lo que esperamos.

Quizás hay otra posibilidad: que estos finales sean «consoladores».

Amar en serio no es algo obvio; al contrario, es la cosa más bella, pero al mismo tiempo, más difícil de aprender de la vida. Dar todo lo que se tiene a otro, renunciar al egoísmo, dejar de lado un poco de uno mismo en beneficio de un «nosotros», parece algo heroico. Y quizás lo es.

Los héroes, sin embargo, están demasiado lejos de nosotros (que somos inconstantes, llenos de limitaciones y de fragilidades), mientras que los protagonistas de estas fábulas modernas parecen mucho más cercanos.

Por otra parte, si ni siquiera en la ficción el amor puede superar los obstáculos, tanto más difícil será para mí defender a toda costa una relación, en una vida menos apasionante que una película.

Sin emitir juicios definitivos sobre los motivos de aceptación de este tipo de películas por parte del público (no hay duda que han tenido éxito), quisiéramos plantear una pregunta: ¿no será que en estos finales encontramos la coartada para justificar nuestras dificultades para amar? ¿No será que nos gustan, porque somos los primeros que no estamos dispuestos a darnos seriamente y a cualquier precio, y preferimos invertir en proyectos individuales en vez de pensar conjuntamente? ¡Esperamos vuestros comentarios!

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