Fátima: Misericordia, Señor, hemos pecado

Virgen de Fátima

–La Virgen de Fátima da a la Iglesia en 1917 una urgente llamada a la conversión.

–Pero el pecado no ha disminuido, sino que ha aumentado mucho en estos cien años.

El mensaje de la Virgen en Fátima «No sigan ofendiendo a Dios» (438), sólo es acogido si el pueblo responde confesando, Misericordia, Señor, hemos pecado (439). Pero no ha sido así, como lamenta Juan Pablo II: «¡La invitación a la penitencia, a la conversión y a la oración no han encontrado aquella acogida que debía!» (Fátima 13-V-1982). Por eso la única manera sincera que tiene la Iglesia para celebrar el Centenario de Fátima está en reiterar aquel mismo mensaje de la Santisima Virgen que en gran medida ha sido ignorado, resistido o incluso combatido hasta nuestros días.

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La pérdida del sentido del pecado

María en Fátima quiere que sus hijos recuperen el sentido del pecado que han perdido en gran medida. Su fiel discípulo, Juan Pablo II, colabora con Ella cuando al publicar la exhortación apostólica Reconciliatio et paenitentia (2-XII-1984), denuncia esa pérdida y señala sus causas y sus terribles efectos.

«“¿No vive el hombre contemporáneo bajo la amenaza de un eclipse de la conciencia, de una deformación de la conciencia, de un entorpecimiento o de una anestesia de la conciencia?” (Angelus 14-III-1982). Muchas señales indican que en nuestro tiempo existe este eclipse, que es tanto más inquietante, en cuanto esta conciencia, definida por el Concilio como “el núdeo más secreto y el sagrario del hombre” (GS 16), está “íntimamente unida a la libertad del hombre (…). Por esto la conciencia, de modo principal, se encuentra en la base de la dignidad interior del hombre y, a la vez, de su relación con Dios» (ib.). (…) Junto a la conciencia queda también oscurecido el sentido de Dios, y entonces, perdido este decisivo punto de referencia interior, se pierde el sentido del pecado. He aquí por qué mi Predecesor Pío XII, con una frase que ha llegado a ser casi proverbial, pudo declarar en una ocasión que “el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado”» (Radiomensaje 26-X-1946)» (n. 18).

Si crece la apostasía de la fe en Dios, disminuye necesariamente en el hombre la conciencia moral, porque el pecado es en su esencia «ofensa contra Dios». «Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces» (Sal 50,6). Y sigue el Papa:

«El “secularismo” [la apostasía] que por su misma naturaleza y definición es un movimiento de ideas y costumbres, defensor de un humanismo que hace total abstracción de Dios, y que se concentra totalmente en el culto del hacer y del producir, a la vez que embriagado por el consumo y el placer, sin preocuparse por el peligro de “perder la propia alma” [Mt 16,26], no puede menos de minar el sentido del pecado. Este último se reducirá a lo sumo a aquello que ofende al hombre. (…) [Pero] es vano esperar que tenga consistencia un sentido del pecado respecto al hombre y a los valores humanos, si falta el sentido de la ofensa cometida contra Dios, o sea, el verdadero sentido del pecado» (n. 18).

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La conciencia cristiana del pecado

La Virgen de Fátima quiere despertar la conciencia moral de un pueblo que en gran medida la ha perdido. Pero quiere suscitar en sus hijos «la conciencia cristiana» del pecado. Veamos sus rasgos principales.

+Reconocemos la gravedad de los pecados cometidos. Ése es el paso primero en el camino de la penitencia.

«Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y preceptos… Tú, mi Señor, tienes razón y a nosotros nos abruma la vergüenza» (Dan 9,5.7). «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos» (1Jn 1,8).

+Merecemos sufrir las consecuencias terribles de nuestros pecados. Son justos todos los castigos que recibimos a causa de ellos. Si los pecados causan la separación de Dios, «en quien vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28), sus consecuencias tienen que ser indeciblemente malas. «La maldad da muerte al malvado» (Sal 33,21). 

«No tienen descanso mis huesos a causa de mis pecados. Mis culpas sobrepasan mi cabeza, son un peso superior a mis fuerzas» (Sal 37,4-5)… «Señor, Dios de nuestros padres, digno de alabanza y glorioso es tu nombre… con justo juicio has traído todos estos males a causa de nuestros pecados… Porque hemos pecado y cometido toda clase de delitos, rebelándonos contra ti… Líbranos en virtud de tu prodigioso poder, y da gloria, Señor, a tu nombre» (Dan 3,26-45).

+Sólo Dios puede perdonarnos y librarnos de la esclavitud del pecado. El hombre no puede salvarse a sí mismo. «No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rm 7,19). «Pecador me concibió mi madre» (Sal 50,7).

«Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo. De gracia habéis sido salvados» (Ef 2,4-5). Señor, «no nos tratas como merecen nuestros pecados, ni nos pagas según nuestras culpas» (Sal 102,10).

+El pecado de los cristianos es especialmente miserable, porque habiendo sido re-generados por pura gracia de Dios, e introducidos en la familia divina como hijos, profanan la gracia celestial, divina, sobre-humana, que  al precio de la sangre de Cristo, han recibido por obra del Espíritu Santo. Corruptio optimi pessima.

«¿Acaso ignoráis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?» (1Cor 6,15). «¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno profana el templo de Dios, Dios lo destruirá. Porque el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros» (3,16-17). «Si una vez retirados de la corrupción del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo se enredan en ella y se dejan vencer, sus finales son peores que sus principios… “Volvióse el perro a su vómito” (2Pe 2,20-23).

+Pero Dios puede perdonar el pecado de los cristianos, y librarlos de su esclavitud. Él es amor trinitario eterno, entrado por la Encarnación en nuestra raza de pecadores, para salvarnos del pecado por su gracia. Todo está en su mano. Dios ha querido hacernos hijos suyos, ha querido ser Padre nuestro.  Como dice Santa Teresa, que cumpla, pues, con sus deberes de «padre»:

«Padre nuestro… En siendo padre nos ha de sufrir, por graves que sean las ofensas. Si nos tornamos a Él como el hijo pródigo, nos ha de perdonar, nos ha de consolar en nuestros trabajos, como lo hace un tal Padre… Nos ha ce regalar, nos ha de sustentar –que tiene con qué– y después ha de hacernos participantes y herederos con Vos [Jesucristo]» (Camino 44,1-2).

+Ha de salvarnos Dios por el amor que nos tiene y por la gloria de su Nombre.

«Sálvanos, oh Dios, Salvador nuestro, reúnenos y líbranos de entre los gentiles. Daremos gracias a tu santo Nombre, y nos gloriaremos cantando tu alabanza» (1Cron 16,35).

El mensaje de la Virgen en Fátima pretende que los cristianos recobren el sentido del pecado, y se vuelvan al Salvador, pidiendo su perdón y su gracia. En la medida en que esos altos fines no se alcancen,  será necesario reconocer que ese mensaje de Dios comunicado por la Virgen ha sido rechazado.

* * *

Los pecados que «dejan de ser pecado» –es un decir–.

Hace dos años publiqué un artículo (326) Catálogo de pecados descatalogados que me parece oportuno recordar ahora, aunque sólo sea en forma abreviada.

El N. T. da listas de pecados, más de veinte. Algunos son predicados por el mismo Cristo: «los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad» (Mc 7,21-21; +Mt 15,19-20). En la parábola del publicano menciona tres: «ladrones, injustos, adúlteros» (Lc 18,11). Y de otros pecados concretos se habla en las parábolas de la cizaña, del rico Epulón, del hombre avaro, del siervo infiel, del juicio final, del escándalo, etc.

También los Apóstoles formulan catálogos de pecados, sobre todo San Pablo. El listado mayor lo da en su carta a los Romanos (1,24-32), donde hallamos muy especialmente señalado el pecado nefando de la unión homosexual entre hombres o entre mujeres (26-28). Otra lista: «inmorales, idólatras, adúlteros, lujuriosos, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores: no heredarán el reino de Dios» (1Cor 6,9-10). «Con quien sea así, ni compartir la mesa… Expulsad al malvado de entre vosotros» (ib. 5,11.13).

La conciencia de los cristianos ha de conocer bien los pecados que ofenden a Dios, para que nunca estime el mal como bien o el bien como mal. Ha de saber que hay pecados internos y externos, o sólo internos («todo el que mira una mujer deseándola, ya ha cometido con ella adulterio en su corazón», Mt 5,28). Y que además de  los pecados de comisión, también los hay de omisión (las vírgenes necias, Mt 25,11-13; el que no hace rendir sus talentos, 25,27-29; las buenas obras de caridad no realizadas, culpables en el juicio final, Mat 25,41-46), etc.

 

Tres observaciones

1. Un pecado queda descatalogado, más o menos, cuando se dan estos signos: –1) cuando la predicación deja de hablar de una cierta virtud y de señalar los pecados contrarios; –2) cuando se ha generalizado de tal modo que llega verse como algo «normal», que no hace cargo de conciencia; –3) cuando es ya un pecado que no suele ser acusado en la confesión sacramental, ni siquiera por los pocos cristianos practicantes que se siguen confesando: no los estiman relevantes, ignoran en la práctica su pecaminosidad.

La simonía puede ser un ejemplo de pecado en gran medida descatalogado en aquellas regiones y tiempos en que viene a ser casi el modo normal por el que los hijos de la nobleza, más instruidos y de presencia más fuerte en el mundo, acceden a los altos cargos de la Iglesia. Muchos señores medivales consideran que Obispados, Monasterios y Parroquias forman parte de sus dominios. A ellos, pues, les corresponde dar la investidura de la autoridad en esas entidades eclesiales. El tráfico sobre los cargos principales de la Iglesia es considerado generalmente como algo lícito y normal. Es un gran pecado descatalogado. Lo que le permite perdurar a pesar de ocho  Concilios regionales, a pesar de la acción de los Papas (Nicolás II, 1058-1061; Gregorio VII, 1072-1085), y a pesar de la predicación de grandes santos (San Bruno, 1030-1101; San Bernardo, 1090-1153…) Finalmente la Iglesia santa, con el poder de Dios, acaba con esa plaga.

2. Sobre la culpabilidad subjetiva de quienes incurren y perseveran en pecados descatalogados no trataré aquí detenidamente. Puede haber atenuantes de la culpa, o incluso eximentes. Ésta es doctrina moral  siempre común en la Iglesia –la ignorancia invencible y otras consideraciones–. Mientras el gravísimo pecado de la simonía estuvo vergonzosamente vigente, pudo haber y hubo Obispos, Abades y Párrocos buenos y celosos que habían accedido en buena conciencia a sus cargos por medios simoníacos. Cuando un pecado se generaliza en gran medida, acaba por verse como «normal»… como lícito.

3. El catálogo que, a modo de ejemplo, voy a dar aquí de pecados hoy descatalogados es muy incompleto. Podrían mencionarse otros muchos pecados, que se dan sobre todo en las Iglesias locales descristianizadas, orientadas hacia la extinción.

* * *

El alejamiento crónico de la Misa dominical ha venido a ser un pecado descatalogado. El IIIº mandamiento de la ley de Dios ordena darle en privado y en público un culto de alabanza, adoración y acción de gracias. Esta obligación es muy grave, porque (208) La Iglesia es para la gloria de Dios. Por eso (234) Los cristianos no-practicantes son pecadores públicos (234). No hay vida cristiana si no hay vida eucarística, ya que, como en varios textos afirma el Concilio Vaticano II, la Eucaristía es la fuente y el culmen de toda vida cristiana.

Manda la ley de la Iglesia: «El domingo, en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto» (can. 1246; +1247). Catecismo de la Iglesia: «Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave» (2181). Es ley de Cristo: «si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,53-54).

El absentismo a la Misa dominical puede perdurar –como la simonía– durante siglos, si la pastoral de muchas Iglesias locales no inculca que es pecado grave rechazar gracia tan inmensa y necesaria. Perdón, no puede durar siglos, porque antes se derrumba la Iglesia.

La pasividad de la Autoridad apostólica para combatir eficazmente herejías y sacrilegios es objetivamente un pecado muy grave, que en gran parte de la Iglesia hace ya más de medio siglo está descatalogado. Como varios Papas han declarado en más de una ocasión, son (39) Innumerables las herejías actuales. Y esas herejías y sacrilegios con frecuencia perduran durante muchos años porque quedan impunes.

Juan Pablo II afirma: «se han propalado verdaderas herejías en el campo dogmático y moral» (6-II-1981). Ya Pablo VI habla de una Iglesia en estado de «autodemolición» (7-XII-1968). Efectivamente, al ser la fe el fundamento de la Iglesia, las herejías, minando la fe, son las causas principales de su derribo. Pero son los Obispos, con el Papa, al ser constituidos como Episcopoi (vigilantes), los principales guardianes de la ortodoxia en la Iglesia.

Manda la Iglesia: «Debe ser castigado con una pena justa 1º, quien enseña una doctrina condenada por el Romano Pontífice o por un Concilio Ecuménico o rechaza pertinazmente la doctrina descrita en el c. 752 [sobre el Magisterio auténtico en fe y costumbres] y, amonestado por la Sede Apostólica o por el Ordinario, no se retracta» (Código can.1371). Esta grave norma –debe ser castigado– puede decirse que, al menos en una parte importante de la Iglesia, ha venido siendo sistemática e ilícitamente quebrantada por los Pastores. El respeto liberal hacia la libertad de expresión ha prevalecido sobre el valor de la ortodoxia y de la ortopraxis. O quizá no se ha reprobado el error y frenado eficazmente al errante «por no crear divisiones y tensiones dentro de la Iglesia» [sic].  Por una u otra causa, graves errores han sido enseñados durante decenios por profesores promovidos o tolerados o defendidos por sus Obispos propios.

Las (45-47) reprobaciones tardías de graves errores es en buena parte inútil, pues dan lugar durante decenios a la amplia difusión de herejías entre el pueblo cristiano. En el caso de Anthony De Mello (1931-1987), la muy enérgica reprobación de la Congregación de la Fe se produce en 1998, doce años después de su muerte. En muchas lenguas y naciones pudo reinar impunemente veinte o treinta años (best seller) en librerías religiosas, también diocesanas.  

(40-41) La Autoridad apostólica se ha debilitado mucho en doctrina y disciplina. Y ésa es una de las causas principales de que no pocos Obispos en treinta años hayan perdido la mitad o dos tercios del rebaño cristiano que el Señor les había confiado… El incumplimiento generalizado de uno de los más graves deberes que tienen como Sucesores de los Apóstoles ha venido a ser un pecado descatalogado.

El impudor es un pecado descatalogado entre la mayor parte de los católicos. Teniendo en cuenta únicamente a los laicos, puede decirse que el sentido del pudor sólo subsiste en pequeños restos de Yavé. Refiero esa afirmación principalmente a los modos de vestir. Habiéndose abandonado la vergüenza y el sentido del pudor en playas, piscinas, espectáculos, donde la desnudez casi total ha sido largamente afirmada, el impudor se extiende por todas las otras zonas de la vida ordinaria –espectáculos y publicidad, TV e internet, literatura y conversaciones, etc.– hasta venir a ser un pecado descatalogado.

La Escritura, sin embargo, enseña que Adán y Eva, después de su primer pecado, «se avergonzaron» de su desnudez, y que Dios quiere el vestido para el hombre herido por el pecado: Él mismo «les hizo vestidos y los vistió» (Gén 3,7.21). Por eso en Israel y en la Iglesia, fieles a la voluntad divina, siempre se predicó a los fieles el pudor en el vestir y en las costumbres, aunque a veces esa virtud hubiera de ser vivida y guardada en medio de un mundo generalizadamente impúdico. Jesús enseñó que «todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón» (Mt 5,28). Por eso, aunque en el mundo de la Iglesia de los primeros siglos la desnudez era frecuente en termas, teatros, gimnasios y fiestas, siempre los Santos Padres y las leyes de la Iglesia fomentaron el pudor, y reprobaron tanto las termas y la inmodestia como los espectáculos obscenos, que –como muchas playas, piscinas y espectáculos de hoy– eran ocasiones próximas de pecado. Hoy el impudor es un pecado descatalogado, del que apenas nunca se predica. Incluso algunos lo consideran un progreso en la historia del mundo y de la Iglesia, como una irrenunciable evangelización del cuerpo humano. En este blog hay varios artículos dedicados al pudor y la castidad (10-12, 89, 94, 180-1-3, 334, 258-264).

La anticoncepción es un pecado descatalogado en una gran parte de la Iglesia. Incurre en ella sistemáticamente la mayoría de los matrimonios cristianos, situación muy explicable si se tiene en cuenta el silencio casi absoluto en la cuestión, o la mala enseñanza que se ha dado y se da sobre ella en predicaciones, catequesis, publicaciones, cursos prematrimoniales, confesiones. El aborto elimina una vida humana en la que Dios había infundido un alma, y la anticoncepción es un horror semejante, pues impone la voluntad del matrimonio a la posible voluntad de Dios, eliminando crónicamente la concepción de hijos. El aborto es más o menos combatido en la Iglesia, pero la anticoncepción es de hecho consentida en muchas Iglesias locales por el silencio. La anticoncepción resiste a Dios, baja enormemente el índice de natalidad, nos deja sin hijos, lleva al suicidio demográfico, corroe profundamente la unión conyugal, es una de las causas principales del gran número de separaciones, divorcios y adulterios. ¿No sería gravemente urgente combatirla?…

Sólo puede ser vencida una plaga tan terrible por la oración y la predicación: «cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida» (Humanæ vitæ 11). San Juan Pablo II enseña que «Pablo VI, calificando el hecho de la anticoncepción como «intrínsecamente ilícito», ha querido enseñar que la norma moral no admite excepciones: nunca una circunstancia personal o social ha podido, ni puede, ni podrá convertir un acto así en un acto de por sí ordenado [lícito]» (12-XI-1988; cfCatecismo 2370; en este blog [260-263]).

El adulterio no ha sido descatalogado en toda la Iglesia, pero en algunas Iglesias locales lleva camino de serlo. Hace ya bastantes años se comenzó por eliminar el nombre adulterio, usado por Cristo, los Apóstoles y veinte siglos de Tradición católica, sustituyéndolo por el eufemismo «divorciados vueltos a casar». La devaluación del adulterio como pecado viene de lejos. Recuerdo que en 1968, estando yo destinado en Chile, un párroco centroeuropeo recomendaba a un marido abandonado que rehiciera su vida y se volviera a casar. Lo hizo, y vino a ser uno de los «matrimonios» más activos de la parroquia (sic). En 2007, al morir el famoso cantante Pavarotti, adúltero público, recibe del Arzobispo y de 18 concelebrantes en la Catedral de su ciudad natal un funeral solemnísimo, claramente prohibido  por el Derecho Canónico (c. 1184). Y con ocasión del Sínodo 2014-2015 y de la consecuente Exhortación postsinodal, estos intentos de descatalogación del adulterio como grave pecado se han ido expresando de un modo cada vez más patente, pues «en ciertos casos» pueden aquellos que conviven more uxorio con quien no están casados proseguir en su estado lícitamente, en paz y gracia de Dios.

Un Cardenal alemán, en un Consistorio de Cardenales, considera que «muchos, después de haber vivido amargas experiencias [en su primer matrimonio], encuentran en estas nuevas uniones una felicidad humana, y más aún un regalo del cielo» (305). Un Arzobispo español dice de los adúlteros que, cuando «han rehecho una vida, y lo han hecho seriamente, lo han hecho en profundidad, humanamente,… [han logrado] un crecimiento… ¡un acercamiento personal a Dios! ¡Estoy seguro de ello!» (ib.). Un Obispo dominico francés, considera que la pareja adúltera al «comprometerse en una segunda alianza ha creado un segundo vínculo tan indisoluble como el primero» (323).

Este oleaje embravecido de mentiras se estrella contra la roca que es Cristo, cuya palabra permanece para siempre. El Decálogo, Cristo y sus apóstoles reprueban el adulterio como grave pecado (Es 20,14; Mc 10,11-12; y paralelos; 1Cor 6,9-10). El pecado de adulterio, con los de herejía y homicidio, siempre es incluido por la Iglesia en los antiguos catálogos entre los pecados más graves, aquellos que exigen una disciplina penitencial más severa (288).

La práctica de la homosexualidadno la tendencia, por supuesto– lleva también camino de ser un pecado descatalogado, al menos en la práctica de ciertas Iglesias locales. Algunas hay que, de manera informal y subrepticia, disponen ya de rituales para la bendición de parejas homosexuales en templos católicos. Los argumentos de aquellos Pastores y teólogos que prácticamente descatalogan las uniones homosexuales como pecados graves vienen a ser los mismos que hemos referido al hablar del adulterio. Un Obispo belga: «Debemos buscar en el seno de la Iglesia un reconocimiento formal de la relación que también está presente en numerosas parejas bisexuales y homosexuales. Al igual que en la sociedad existe una diversidad de marcos jurídicos para las parejas, debería también haber una diversidad de formas de reconocimiento en el seno de la Iglesia». Opiniones semejantes fueron incluidas en la Relatio post disceptationem del Sínodo (2014, n. 52), que al tratar de las uniones homosexuales propone considerar que «hay casos en que el apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas».

Por el contrario, tanto en Israel como en la Iglesia, los actos homosexuales han sido siempre considerados con especial horror, como el vicio nefando sodomítico. «Apoyándose en la sagrada Escritura, que los presenta como depravaciones graves (Gen 19,1-29; Rm 1,24-27; 1Cor 6,9-10; 1Tim 1,10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congr. Fe, 1976, Persona humana 8). Son contrarios a la ley natural» (Catecismo 2357).

San Pablo, en el elenco de pecados que describe en los paganos, menciona la práctica homosexual en términos muy duros, como pecado contra naturam (Rm 1,24-27). Pocos Padres lo combaten; en parte porque es un pecado que ya ha desaparecido en su tiempo, y en parte por la norma paulina: nec nominetur in vobis (Ef 5,3-4).

* * *

La descatalogación de graves pecados es hoy la causa principal y el efecto más patente de la ruina de no pocas Iglesias locales. A diferencia de los demás pecados, aquellos que son descatalogados no son combatidos en la predicación y en la disciplina pastoral, persisten impunes y pacíficamente en nuestra época; son males graves, sin duda, pero tan generalizados que no se les combate: se dan por perdidos, sin combatirlos. Como si la gracia de Dios, obrando por su Iglesia, nada pudiera hacer para vencer al mundo en esos pecados.

Y hay muchos más pecados-permitidos, además de estos pocos que he citado como ejemplo. Vienen a ser los matorrales de espinos de la parábola, que ahogan en el mundo la virtud evangélica sembrada por Cristo Salvador, y que acaban con la vida cristiana de los pueblos.

El ruego y mandato de Nuestra Señora de Fátima es una denuncia muy fuerte del pecado dentro de la Iglesia: «No sigan ofendiendo a Dios nuestro Señor, que ya está muy ofendido» (6ª aparición). Es ante todo una llamada a la conversión y a la reforma interna. Misericordia, Señor, hemos pecado…

Se dará una verdadera reforma de la Iglesia el día en que se restaure la asistencia a la Misa dominical, la práctica del sacramento de la penitencia, el combate eficaz contra herejías y sacrilegios, contra el impudor y la lujuria, contra la anticoncepción y el adulterio, etc. Si no se consiguen con la gracia del Salvador estas victorias, es decir, si rechazamos a la Virgen de Fátima, no alcanzaremos sino falsas reformas, sólo de imagen, de estilo, superficiales y cosméticas, muy favorecidas por el mundo.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía 

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