Septiembre, además de ser el Mes de la Patria, es también el de la Biblia. Es un mes destinado a promover la lectura de las Escrituras durante toda la vida. «La Iglesia recomienda de modo especial e insistentemente a todos los fieles […] la lectura asidua de las divinas Escrituras para que adquieran «la ciencia suprema de Jesucristo» (Flp 3,8)» (Catecismo de la Iglesia Católica 133).
En las Escrituras quien nos habla es Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne (ver Jn 1,1-18), pues «muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Hb 1,1-2). En efecto, Cristo es la Verdad y la Luz que nos ilumina, nos salva y nos concede la vida eterna.
Por ello los cristianos no basamos la fe en un libro, sino en la Palabra de Dios que es Jesucristo. No basta con citar el texto de la Biblia para que sea Dios quien hable, pues hasta el demonio puede usar de la Escritura para tentar, como lo intenta sin éxito con Jesús en el desierto. En efecto, el diablo le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna» (Mt 4,6). Citando al Salmo 91,11-12, el demonio muestra que se sabe de memoria la Escritura. Pero en este caso no es Palabra de Dios, sino demoniaca.
Por ello la lectura de la Escritura necesita de ciertas condiciones de parte de quien la lee. Hay que leerla con la fe de que es el mismo Señor quien está hablando, comunicando su verdad y su amor.
Es necesario ser humildes, pues no depende de las propias condiciones humanas el entender la Palabra de Dios, sino que se requiere de la gracia, según dice Cristo: «Yo te glorifico, Padre, porque has ocultado estas cosas a sabios y grandes y se las has revelado a los sencillos» (Mt 11, 25). Esta humildad también lleva a reconocer que es la Iglesia la depositaria de la Palabra de Dios, el Magisterio su intérprete auténtico y que hay que entenderla en comunión con la Tradición viva de la Iglesia desde los Apóstoles hasta nuestros días.
Además la lectura de las Sagradas Escrituras debe ser orante. En efecto, hay que recordar «que a la lectura de la Biblia deben acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus Palabras» (Dei Verbum 25). «El encuentro con Jesús en las Escrituras nos lleva a la Eucaristía, donde esa misma Palabra alcanza su máxima eficacia, porque es presencia real del que es la Palabra viva» (Papa Francisco).
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica
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