El Papa y la comunión de los divorciados y vueltos a casar

La anunciada Exhortación Apostólica post-sinodal del Papa está siendo esperada tan intensamente como nunca antes lo ha sido otra. La especulación sobre el posible contenido de este documento se centra sobre la premisa de que el Documento final del Sínodo de la familia, de alguna manera, dejó sin resolver la posibilidad de que las personas divorciadas y vueltas a casar pudieran recibir la comunión, y por tanto, es algo que el Papa debe resolver de una manera o de otra.

Esto, por otro lado, ha despertado una amplia ansiedad sobre lo que ocurrirá después, con algunos esperando que la Iglesia acepte la revolución social (¿sexual?) que trató de evitar la «Humanae vitae» mientras otros se preguntan si todo el Magisterio va desaparecer por las costuras que estallan. Es una gran vergüenza que este alboroto se haya producido por algo que solo se reduce a una falsa premisa y a una simple triquiñuela de carácter político.

Lo llamo una falsa premisa porque lo es. La resolución final del Sínodo no dejó sin resolver el tema de la comunión de los divorciados civilmente y «recasados» civilmente; lo dejó de lado y sin discutir. Aunque algunos obispos y comentaristas han insistido, desde el momento de su publicación, que el documento dijo o hizo algo realmente significativo sobre quiénes podían recibir la comunión, ninguno de ellos ha podido alterar el texto final que, simplemente, no toca el tema.

Los que como el Cardenal Marx insisten en que una cierta apertura se ha forzado, añaden más confusión, más aún que los que les contradicen, como el Cardenal Pell, quien simplemente remite al texto mismo. La idea de que la confusión puede inferir o deducir que el potencial para el cambio se ha creado, tanto en la doctrina como en la práctica, a partir del silencio, es manifiestamente ridícula. La «Relatio» no hace mención alguna a la posibilidad de distribuir la comunión con «drones». ¿Está este asunto pues, en discusión?

De la misma manera, hay una clara percepción de que este es un tema candente de carácter urgente, sobre el que el Papa Francisco debe hacer algo. Un relato, debidamente articulado por John Allen del «Boston Globe», ha encuadrado perfectamente el tema, en el cual cualquier cosa que el Papa haga es una reacción deliberada para escapar de este problema que no puede dejar sin resolver. Incluso no haciendo nada e ignorando todo el asunto, sería una respuesta calculada. El tema  ha llegado a considerase como de urgencia, aunque a decir verdad, no tiene base alguna.

Todo esto ha crecido por medio de una constante presentación en la prensa, en medios seculares y  católicos, dando vueltas sin parar, desarrollando ideas nuevas que crean falsas impresiones de la situación. Por ejemplo, cuando se trata del tema de la comunión de los divorciados y casados de nuevo civilmente, es frecuente que se utilice sólo el término de «divorciados», evitando citar su nueva unión civil. Los primeros –divorciados, sin nueva unión- no tienen ningún problema para comulgar, son los otros, los vueltos a unirse, los que no lo pueden hacer. Pero al ampliar el grupo con la expresión «los divorciados», se da entender que el problema afecta a muchísimos más. Y esto es lo queda en los ojos y la mente de los lectores. Se crea una corriente de simpatía, como con las madres solas que trabajan duro y que han sido abandonadas por sus maridos.

Esta sutil deformación de los términos del problema no es nada agradable; no solo crea confusión en los que pretender comprender el asunto, sino que también puede llevar a una de estas madres solas, abandonadas por sus maridos, a creer que tampoco ella puede comulgar, que no es digna de recibirla, como de hecho ha ocurrido.

La supuesta incapacidad de las personas de este grupo, artificialmente inflado, de recibir la comunión, se describe –en estos medios- con verbos pasivos opresivos: son rechazados, son excluidos, se les prohíbe, se les niega. Esta imposición autoritaria se presenta como «actualmente», «de momento», dando la impresión de que podría cambiar de un momento a otro por un ilustrado liderazgo.

Es esta una sencilla pero efectiva manera de invertir la situación, ya que lo que se presenta es una negativa y arbitraria imposición sobre un grupo marginado, más que un sencillo asunto para los católicos, que tiene consecuencias personales a la luz de las enseñanzas de la Iglesia.

Otro juego de manos al uso es difundir la idea de que la incapacidad para recibir la comunión de los que viven efectivamente en adulterio, es un castigo impuesto por la Iglesia. Pero no hay tal imposición. El que sea necesario estar en gracia de Dios para acercarse a recibir la comunión, de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, se deduce simplemente de dichas normas.

Son libres de ignorar esta realidad, si lo desean, y verdaderamente, si alguno de los que están en esta situación (divorciados y vueltos a unir civilmente) desea comulgar, nadie se lo impide. En mi experiencia legal como canonista, nunca he oído de un solo caso en que un sacerdote negara públicamente la comunión a los que se han presentado en esas condiciones, como muchos hacen.

Pero todo esto no es el verdadero problema. No hay un deseo real de apartarse de las enseñanzas de la Iglesia sobre las disposiciones para recibir la comunión. Más bien, lo que muy sutilmente se está tratando de defender es la legitimación del divorcio y de los casamientos posteriores. Si una persona divorciada y «recasada» desea recibir la comunión nadie se lo impide físicamente; lo que se está intentando es que la Iglesia diga que cualquier cosa que se haga está bien.

Una vez entendemos esto, advertimos el engaño del argumento de que esto puede ser parte de un «acompañamiento pastoral», cuando acompañar a alguien implica que hay una dirección hacia la que ir y una intención de cambiar; no hay estímulo para nada de esto (ni para ir, ni para cambiar), una vez se haya legitimado el punto de partida.

La idea de que el Papa debe, y efectuará, una propuesta radical, presentada por una pequeña minoría de personas, de una parte del mundo a la que no prestó atención, como bien se sabe, parece inverosímil, cuando se quitan todos los factores de la ecuación.

Ciertamente, solo la presión de los comentarios y la especulación son los que parecen prestar credibilidad a esa idea.

El último año escribí, tal como yo lo veía, la explicación más simple del porqué de las aparentes confusas respuestas del Papa a temas apremiantes. Mi razón era que él no trata con un amplio espectro de medios de discusión y debate y, en consecuencia, el conjunto de los medios de opinión no recibía su información sobre los diferentes temas, para mayor confusión.

Todavía pienso que este es el caso y ello me lleva a creer que cuando la Exhortación Apostólica se publique, la misma, como la «Relatio» del Sínodo, no tratará en absoluto el asunto de la comunión de los «recasados», o si lo hace, lo hará como de paso, confirmando la doctrina de la Iglesia.

Otros pueden intentar enredar con este silencio, como lo han estado haciendo, pero ello no cambiará la realidad de la enseñanza de la Iglesia.

Edwar Condom 

Traducido por “Laudetur IesusChristus” del equipo de traducción de InfoCatólica

Publicado originalmente en Catholic Herald

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