La elección del otro

Las razones que mueven al corazón humano son complejas y no siempre puede comprenderlas la razón, pero para darse totalmente y para siempre a otro, hay que tomar sin duda una resolución en la que entre la persona entera, no bastando lo puramente sentimental y afectivo, sino también teniendo muy en cuenta la razón y la conciencia.

Hoy los noviazgos se desarrollan generalmente en un clima muy privado, con muy escasa interferencia social. Ello conlleva una mayor intimidad, pero a costa de la estabilidad, que ya no es algo que se da por supuesto, sino un criterio que puede tenerse o no, si bien es cierto que el amor que se tienen entre sí los novios tiende naturalmente a ser para siempre, y que el compromiso mutuo del noviazgo es señal y anticipo del don fiel, total y recíproco que llamamos matrimonio.

A diferencia de lo que sucedía antes muy a menudo, cuando los padres suplantaban la voluntad de sus hijos y especialmente, la de sus hijas, los padres han de aceptar con serenidad y paz la formación de una nueva familia, con lo que supone de separación hacia ellos, desempeñando el papel de consejeros discretos y comprensivos, pero sin imponerse, evitando los excesos de la intromisión autoritaria que no respeta la independencia de los hijos, y del desinterés que deja a los jóvenes sin pautas de conducta ni valores y hace que éstos se encuentren desamparados porque no pueden comunicarse con sus padres. Los padres han de procurar dialogar con sus hijos y su consejo ha de ser tomado muy en cuenta por éstos, si bien la decisión final es de los novios, ya que se trata de su vida y ésta es una de las ocasiones en que no se puede decidir por otros, decisión que quien la toma no puede dejarla a la improvisación ni a decisiones apresuradas, sino que ha de guiarla el amor y la prudencia, no el interés (dinero, miedo a la soledad), ni el despecho contra nadie (antiguo amante o padres).

Para fundar un hogar y una familia se necesita ante todo que ambos tengan una madurez psicológica y espiritualque les haga sentirse abiertos hacia Dios y capaces de buscar en el otro, más que sus cualidades físicas, sobre todo dotes de carácter y formación que haga posible entre ellos el diálogo, la comprensión y el perdón. Es imprescindible igualmente un buen estado de salud física y psíquica para asumir las exigencias de la vida en común.

Cuanto más crece la certeza de que el uno es para el otro, los novios deben estar abiertos a posibles cambios en respuesta a los deseos del otro, compenetrándose así más y más, como futuros compañeros de vida y futuros esposos. Y porque el otro es distinto, no han de temerse las discusiones, especialmente si ello significaría rehuir los temas importantes, como el problema sexual, la vida religiosa práctica, las ideas políticas o la organización del hogar, pues es necesario conocer la verdadera personalidad del otro y aceptarle tal cual es, así como saber mostrar la nuestra, cosa que sólo se consigue con una mutua apertura. El estar siempre y en todo de acuerdo no es muchas veces lo mejor. Muchos novios llegan al matrimonio sin haber hablado de muchas cosas ni tener ideas claras, incluso sin conocerse suficientemente. Pero no ha de olvidarse que el otro es por encima de todo una persona con una individualidad que hay que respetar, que tiene una vocación sobrenatural, y que tratándose de Dios hay una frontera, no pudiendo nadie penetrar en el coloquio íntimo entre Dios y un alma, ni en los designios de Dios sobre esa alma.

Los novios deben ir discerniendo si están hechos el uno para el otro, siendo muy importante que el amor no se construya sobre bases meramente humanas, pues es muy de desear que edifiquen su relación y quieran asentar su futura familia sobre la roca firme de la gracia divina (cf. Mt 7,24-27), siendo conscientes de que su amor proviene de Dios, creador e inventor del amor, no pudiendo, en consecuencia, lo que es pecado ser amor. Es, por tanto, muy conveniente para el bien de la pareja que el Espíritu Santo pueda actuar de verdad en ellos porque está presente en la vida de cada uno y de la pareja por la oración, que sería muy provechoso la realicen también, aunque no exclusivamente, en común.

En el noviazgo está la clave de tantas cosas, positivas y negativas, que condicionarán más tarde la vida matrimonial, en un sentido o en otro. Actuar razonable e inteligentemente, y no al arbitrio de las sensaciones y emociones, es muy importante, así como tener ideas claras sobre la justa jerarquía de los valores, pues quien está bien preparado, puede afrontar mejor las dificultades. De modo especial deben conocer el significado profundo del matrimonio, entendido como unión de amor para el pleno desarrollo personal de la pareja y para la procreación. Hay que inculcar especialmente a los futuros esposos una conciencia viva de todas sus responsabilidades de cónyuges y de padres.

Pedro Trevijano, sacerdote

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