Amoris lætitia–8. ¿Y ahora qué?…

Comunión eucarística en Perú

–Esto está bastante oscuro…

–«Muchas afirmaciones de la Amoris lætitia necesitan ser aclaradas», es el título de un artículo del Mons. Antonio Livi, profesor emérito de la Universidad Lateranense, que publicamos en InfoCatólica.

En los siete artículos precedentes a éste he ido señalando aquellos puntos de la Amoris lætitia que pueden dar lugar a interpretaciones inconciliables con la doctrina y disciplina de la Familiaris consortio, la Veritatis splendor y otros documentos pontificios precedentes. En éste considero solamente el status quæstionis actual en la Iglesia después de la AL.

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La exhortación apostólica postsinodal Amoris lætitia (8-IV-2016) vino a culminar los trabajos de los Sínodos episcopales de octubre 2014 y octubre de 2015. En el capítulo 8º, Acompañar, discernir e integrar la fragilidad, la Exhortación trata de la pastoral que debe aplicarse a las parejas que llama «irregulares». En este tema concreto es donde se produjeron las más numerosas y graves discusiones en los Sínodos, y acerca del cual se han publicado hasta hoy innumerables estudios, libros y artículos. Pues bien, en la AL, según algunos, finalmente «se abre una puerta» a la comunión eucarística de las, así llamadas, «parejas irregulares», entre ellas, los llamados «divorciados vueltos a casar». Quienes así piensan, se apoyan especialmente en algunos textos de la Exhortación, como éstos que siguen:

(293)… cuando la unión alcanza una estabilidad notable mediante un vínculo público, está connotada de afecto profundo, de responsabilidad por la prole, de capacidad de superar las pruebas… (298)… Existe el caso de una segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas(305)A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado –que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno– se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia [351]…. [Nota 351] En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos. Por eso, “a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar [absolución] de la misericordia del Señor” (exhort. ap. Evangelii gaudium, 44). Igualmente destaco que la Eucaristía “no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento [comunión] para los débiles” (ib. 47)». (303)… Con la ayuda de «el dicernimiento responsable y serio del pastor… la conciencia puede reconocer no sólo que una situación no responde objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que ésa es la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo».

I.– Surgen interpretaciones de la AL contrarias a la doctrina católica

Conviene señalar y neutralizar cuanto antes la principales, para impedir que lleguen a ser las convicciones predominantes en las diversas Iglesias locales.

1. Se dice que la Iglesia ha confirmado la praxis pastoral de aquellas Iglesias locales que, «contra Ecclesiæ legem» y contra su doctrina, venían ya dando la comunión a parejas irregulares. Ésa era y es, en efecto, hace años la línea pastoral seguida en algunas parroquias o diócesis de Alemania, Austria, Suiza, Francia, Bélgica, Canadá, EE.UU, etc. El cardenal Kasper, por ejemplo, está contento. Asegura que Está abierta la puerta a la comunión de los divorciados vueltos a casar. Y considera que AL es «ciertamente» un respaldo para la Conferencia Episcopal Alemana. 

Igualmente los teólogos que propugnaban desde hace años esa vía, como Marciano Vidal, cantan victoria, como él lo hace después de la AL en su artículo Participación plena en la Eucaristía de las personas divorciadas vueltas a casar - Un ejemplo de evolución doctrinal dentro de la continuidad, publicado en la web del Instituto Superior de Ciencias Morales (Madrid). En él advierte que los mismos Diarios civiles «todo esto lo deducen de lo expuesto en los dos números (305-306)… y de la nota a pie de página (nota 351)». Por otra parte, contra la opinión de quienes dicen que la AL no ha cambiado la doctrina anterior, piensa Vidal que en ella «existe la “innovación” de llevar la solución al ámbito de la conciencia personal».

 

2. No pocos pensarán que quedan desautorizados los defensores de la vigente doctrina y disciplina de la Iglesia, según la cual niegan la comunión a adúlteros y concubinarios. Con frecuencia se verán presionados a permitir lo que la Iglesia prohíbe, cuando tanto «el discernimiento» pastoral de algún sacerdote, como «la conciencia» de los interesados sean favorables a no negarla. Por lo demás, es evidente que, en tales casos, los que pretendan la comunión siempre hallarán «un montón de maestros a la medida de sus propios deseos» (2Tim 4,3). Raro será el caso de que en su propia Iglesia local no hallen a ninguno. O en la diócesis próxima. Quedaría el católico como el cristiano de una confesión protestante: «si lo que me dice este pastor no me convence o no me conviene, buscaré otro, hasta hallar uno que confirme mi juicio y voluntad».

Poco después de publicada la AL, el filósofo alemán Robert Spaemann, entrevistado por Von Anian Christoph Wimmer (28-IV-2016: CNA Deustch), es interrogado sobre las consecuencias de la AL en la Iglesia, y responde: «Las consecuencias ya se pueden ver ahora. La creciente incertidumbre y la confusión: desde las conferencias episcopales al último sacerdote en la selva (…) Cada sacerdote que se atenga al ordenamiento sacramental previo podría sufrir formas de intimidación por parte de sus fieles y ser presionado por su obispo. Roma ahora puede imponer el requisito de que sólo sean nombrados obispos los “misericordiosos”, que estén dispuestos a suavizar el orden existente (…) Se puede esperar un impulso secularizador y un nuevo descenso en el número de sacerdotes en muchas partes del mundo»…

Y en otro lugar de la entrevista señala: «Los clérigos que se atienen al orden existente no condenan a nadie, sino que tienen en cuenta y anuncian este límite hacia la santidad de Dios. Es un anuncio saludable. Acusarlos injustamente, por esto, de “esconderse detrás de las enseñanzas de la Iglesia” y de “sentarse en la cátedra de Moisés… para lanzar piedras a la vida de las personas» (nº 305), es algo que no quiero ni comentar» (((    http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=26522   ))).

Anna Silvas, profesora australiana de patrología, en una conferencia dada cerca de Melbourne ante varios obispos, sacerdotes y fieles, sí comenta lo de la cátedra de Moisés: «¿“Fariseos”? Qué lenguaje más inapropiado! Los fariseos eran, de alguna manera, los modernistas del judaísmo, los amos de diez mil matices y, más concretamente, los que apoyaban con tenacidad la práctica del divorcio y del nuevo matrimonio. Los verdaderos análogos de los fariseos en todo este asunto son Kasper y sus aliados».

 

3. La ambigüedad de la AL trae y traerá consigo inevitablemente confusión y divisiones en la Iglesia, porque sobre temas muy graves unos interpretarán una cosa, y otros la contraria.

El cardenal Caffarra dice en una entrevista: «El cap. VIII, objetivamente, no es claro. De otra manera ¿cómo se explicaría el “conflicto de interpretaciones” encendido entre los obispos?» (Marco Ferraresi, La Bussola Quotidiana 25-V-2016).

Y Anna Silvas declaraba en la conferencia citada: «Creo que ni la lectura más piadosa de la “Amoris lætitia” permite que se diga que ha evitado la ambigüedad […] Desafío a cualquiera a releer con seriedad la encíclica Veritatis Splendor, concretamente los números 95 a 105, y a no concluir que hay una profunda disonancia entre esa encíclica y esta exhortación apostólica». Pero esto, necesariamente, tiene que ser causa de confusión y de división. Por eso dice:

«Las serias dificultades que preveo, sobre todo para los sacerdotes, surgen del enfrentamiento entre las distintas interpretaciones sobre las escapatorias discretamente abiertas en toda la exhortación Amoris lætitia. ¿Qué hará un joven sacerdote apenas ordenado que, bien informado, desea mantener que los divorciados que se han vuelto a casar no pueden recibir la comunión, mientras que su párroco tiene una política de “acompañamiento” que, al contrario, prevé que pueden recibirla? ¿Qué hará un sacerdote con un sentido de la fidelidad similar si su obispo y su diócesis deciden una política más progresista? ¿Qué hará una región de obispos respecto a otra región de obispos cuando cada grupo de obispos decida cómo cortar y dividir los “matices” de esta nueva doctrina, por lo que en el peor de los casos lo que se considera pecado mortal en un lugar es acompañado” y permitido en el otro? Sabemos que ya está ocurriendo, oficialmente, en ciertas diócesis alemanas y, no oficialmente, en Argentina e incluso aquí, en Australia, desde hace años». Los sacerdotes pastores quedarán divididos inevitablemente entre los misericordiosos y los legalistas.

Pero esta consecuencia tan grave para la Iglesia Católica, que es una, santa, católica y apostólica –una en todo lo que afecte a la fe y la moral–, no parece preocupar nada, sino más bien alegrar, a quienes más responsables son de esa inadmisible división, como el cardenal Kasper, que en una entrevista publicada en Aachener Zeitung (Aquisgrán 22-IV-2016) declaraba:

Ahora, después de la AL, los obispos alemanes tienen «viento en popa para resolver esas situaciones [de parejas irregulares y comunión] en forma humana». La puerta está abierta: «Hay también una cierta libertad para cada uno de los obispos y conferencias episcopales. Porque no todos los católicos piensan como nosotros los alemanes. Aquí [en Alemania] se puede permitir lo que en África está prohibido. Por eso el Papa da libertad para diferentes situaciones y para futuros desarrollos».

Puede ser, por tanto, que en una región de la Iglesia estimen lícito lo que en otra siguen considerando, como siempre, que es un sacrilegio. ¿Es posible que dentro de la unidad de la Iglesia puedan perdurar diferencias tan fuertes en materias tan graves sin que llegue a producirse un cisma? Solamente una confirmación pontificia clara y precisa de las verdades debatidas, hecha en continuidad con la Tradición católica, podrá espantar ese real peligro y reafirmar la necesaria unidad católica.

 

4. Según algunos, la AL exhorta a que se implanten unas nuevas normas de pastoral sacramental en Iglesias locales que venían ateniéndose a las normas tradicionales de la Iglesia. Es, por ejemplo, el caso producido el  9 de abril, al día siguiente de la publicación de la AL: El Presidente de la Conferencia Episcopal de Filipinas ordena dar ya la comunión a los adúlteros.

5. Entienden también que las enseñanzas propias de la AL han de ser incorporadas a la enseñanza de la Teología moral católica en la Iglesia.

(311) La enseñanza de la teología moral no debería dejar de incorporar estas consideraciones, porque, si bien es verdad que hay que cuidar la integridad de la enseñanza moral de la Iglesia, siempre se debe poner especial cuidado en destacar y alentar los valores más altos y centrales del Evangelio [363: Evang. gaudium 36-37], particularmente el primado de la caridad como respuesta a la iniciativa gratuita del amor de Dios. A veces nos cuesta mucho dar lugar en la pastoral al amor incondicional de Dios. Ponemos tantas condiciones a la misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de significación real, y ésa es la peor manera de licuar el Evangelio»… Etc.

Pero este intento, como hemos podido señalar en los artículos anteriores, no puede menos que resultar problemático en algunas cuestiones. Habría que hacer cambios importantes en la doctrina moral clásica, por ejemplo, –sobre la aplicabilidad de los leyes morales absolutas a los casos concretos, –sobre la distinción entre mandamiento e ideal, –sobre la articulación del trinomio ley moral-discernimiento-conciencia personal, etc. Pero creo que la dificultad más importante está en

el entendimiento de los «actos intrínsecamente malos», que ellos consideran en la enseñanza de la AL –aunque no estén en ella formuladas de modo explícito– en modos no conciliables con la doctrina precedente de la Iglesia, tal como es expresada por Pío XII en Soyez les bienvenues (1952), en la Humanae vitae 14 (1968), en Reconciliatio et poenitencia 17 (1984), en el Catecismo 1753-1755 (1993) y en otros documentos de la Iglesia de nuestro tiempo, muy especialmente en la encíclica Veritatis splendor 1993, en sus capítulos II (54-65) y IV (71-83), donde se enseña la doctrina católica sobre esta cuestión en forma monográfica. Todos esos documentos católicos dan la misma doctrina clara y precisa, la que secularmente ha enseñando la Iglesia. Por eso no es fácil que esta doctrina pueda ser afectada por quienes mantienen errores que esos mismos documentan han rechazado ya. La Veritatis splendor, partiendo ya de la Escritura, demuestra que la Iglesia ha enseñado de modo universal y continuo la condición intrínsecamente mala de ciertos actos que son ilícitos semper et pro semper.

«En cuanto a los actos que son por sí mismos pecados (cum iam opera ipsa peccata sunt) –dice san Agustín–, como el robo, la fornicación, la blasfemia u otros actos semejantes, ¿quién osará afirmar que cumpliéndolos por motivos buenos (bonis causis), ya no serían pecados o –conclusión más absurda aún– que serían pecados justificados?» (Contra mendacium VII,18. Cf. Sto. Tomás, Quaestiones quodlibetales IX,7,2; Catecismo de la Iglesia Católica, 1753-1755). Por esto, las circunstancias o las intenciones nunca podrán transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su objeto en un acto subjetivamente honesto o justificable como elección» (81).

Justamente lo contrario viene enseñado por quienes más colaboraron en la redacción de la AL. Ya vimos al final de mi último artículo (379), cómo el cardenal Schönborn, antes del Sínodo-2015, se pronunciaba contra los argumentos empleados con «el hacha de lo “intrinsece malum”». Casi con las mismas palabras argumenta hoy el P. Antonio Spadaro, S. J., colaborador principal en la redacción de AL, en su artículo «Amoris lætitia». Struttura e significato dell’Esortazione apostolica post-sinodale di Papa Francesco, en la revista «Civiltà Cattolica» (IV-2016, pp. 105-128), que él mismo dirige:

Comentando el número (302) de AL, hace notar que «el intrinsece malum, si se entiende mal, suprime la discusión sobre las circunstancias y sobre las situaciones siempre complejas de la vida. El acto humano nunca es simple, y existe el peligro de montar de modo artificial la articulación verdadera entre objeto, circunstancias y finalidad, que por el contrario habrían de entenderse a la luz de la libertad y de la atracción hacia el bien, como hace la Exhortación apostólica justamente. De hecho, no puede reducirse el acto libre al acto físico de tal manera que la pureza de la lógica suprima toda discusión moral y toda circunstancia. Toda la riqueza de la articulación moral resultaría así inevitablemente aniquilada» (pg. 120, nota 11) .

Sería cosa de preguntarle al P. Spadaro: «Eso, “si se entiende mal”. Pero ¿y si se entiende bien?… El Catecismo –como siempre la Iglesia– enseña que «hay actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto; por ejemplo… el adulterio» (1756). ¿Pueden, por el contrario, venir a ser lícitos estos actos de adulterio en determinadas circunstancias, hasta hacer incluso posible la comunión eucarística de los que en ellos incurren habitualmente, si vienen a ser autorizados por un «discernimiento» pastoral y una «conciencia» favorables? Tal tesis de teología moral es inconciliable con la doctrinal moral de la Iglesia Católica.

II.– Doctrina y disciplina hoy vigentes en la Iglesia Católica

Es evidente que el Magisterio apostólico crece siempre fiel a sí mismo, y que nunca puede dar lugar a divisiones irreconciliables en ninguna cuestión grave de fe y costumbres. Por eso, inmediatamente después de la publicación de la Amoris lætitia, hubo varias declaraciones de cardenales notables y de eclesiásticos principales asegurando que permanecía vigente en la Iglesia la doctrina católica y la disciplina pastoral consecuente en referencia al matrimonio indisoluble y al adulterio. Las deducciones doctrinales y prácticas que algunos ha hecho, basándose en algún párrafo confuso de la AL y en cierta enigmática nota al pie de página, de ningún modo pueden primar sobre la doctrina de la Iglesia Católica, afirmada en estos temas con absoluta claridad.

El cardenal Caffarra, a la pregunta de Ferraresi en la entrevista ya citada: «¿La Amoris lætitia enseña o no enseña que existe un espacio de acceso a los sacramentos para los divorciados que se han vuelto a casar?», responde: «NoQuien vive en un estado de vida que objetivamente contradice el sacramento de la Eucaristía no puede acceder a ella. Como enseña el Magisterio precedente, pueden acceder en cambio quienes, no pudiendo satisfacer la obligación de la separación (por ejemplo, a causa de la educación de los hijos nacidos de la nueva relación), viven en continencia. El Papa toca este punto en una nota (la n. 351). Ahora bien, si el Papa hubiera querido cambiar el Magisterio precedente, que es clarísimo, habría tenido el deber, y el deber grave, de decirlo clara y expresamente. No se puede cambiar la disciplina secular de la Iglesia con una nota [a pie de página], y además de tenor incierto. Estoy aplicando un principio interpretativo que siempre se ha admitido en Teología. El Magisterio incierto se interpreta en continuidad con el precedente».

Y George Woodall, profesor inglés de teología moral (Ateneo romano Regina apostolorum), escribía en The Catholic World Report (31-V-2016), precisando bien la cuestión: «Francisco declaró que el sínodo sobre la familia de 2014 a 2015 no tenía la intención de cambiar la doctrina, sino sólo quería examinar asuntos de disciplina pastoral. Se debe aceptar que él no cambió ninguna doctrina; por lo tanto, la enseñanza anterior permanece plenamente vigente. Si bien la disciplina pastoral no es doctrina directamente como tal, debe expresar y basarse en la doctrina; nunca la debe socavar. Por lo tanto, en caso de que un Papa quisiera introducir simplemente una nueva disciplina, si esa disciplina pareciera contradecir o poner en entredicho la enseñanza de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio, la de San Pablo que dice que el adulterio excluye del reino de Dios o la doctrina y práctica de la Iglesia de que quienes tengan la intención de vivir en un estado gravemente contrario a esas enseñanzas no pueden ser absueltos o recibir la comunión, tal Papa estaría bajo una obligación moral grave de explicar claramente a los fieles cómo, en su opinión, ese cambio disciplinar no contradice esas doctrinas».

 

El Nuevo Testamento señala la fornicación y el adulterio como graves pecados. «La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio» (Catecismo 2353). San Pablo, al enumerar 16 pecados en Gál 5,19-21, cita la fornicación en primer lugar: «las obras de la carne son conocidas: la fornicación… quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios». Y hace lo mismo en 1Cor 6,9-10, al enumerar 10 pecados principales: «No os engañéis; ni los fornicarios… poseerán el Reino de Dios». Y el propio Señor Nuestro y Salvador Jesucristo, contestando a una consulta, responde: «si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos»; y enumera entre ellos, «no cometerás adulterio» (Mt 19,17-18).

Por eso la convivencia del adulterio estable, directamente prohibida por un mandato de Cristo (Mt 19,3-9; Mc 10,1-12), y no precisamente por una «ley abstracta», se incluye como uno de los actos que «independientemente de las circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto» (Catecismo 1756). No olvidemos que fueron los mandatos de Cristo, siempre acompañados por su gracia, los que, corrigiendo a Moisés, salvaron a los hombres de las plagas del divorcio y del adulterio.

La doctrina y disciplina de la Iglesia no propone «leyes abstractas», sino que formulan la misma palabra de Dios y de su Cristo: «no lo separe el hombre», «no cometerás adulterio»… Como ya he reiterado en anteriores artículos, la Iglesia niega en varios documentos principales la comunión eucarística a los divorciados vueltos a casar. De Juan Pablo II: –1981, exhortación apostólica postsinodal Familiaris consortio, 84; –1983, Código de Derecho Canónico, can. 915; –2003, encíclica Ecclesia de Eucharitia, 35-37; y de Benedicto XVI, –2007,exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis, 29, donde se reiteran las normas tradicionales, ya expuestas por su Predecesor. Transcribo algunos fragmentos, especialmente de la Ecclesia de Eucharistia, donde se expone más ampliamente esa doctrina y disciplina, y que cuenta con la especial autoridad docente propia de una encíclica.

Familiaris consortio. «La Iglesia, fundándose en la Sagrada Escritura, reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos mismos los que impiden que se les admita, ya que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía […] Y cuando el hombre y la mujer, por motivos serios –como, por ejemplo, la educación de los hijos– no pueden cumplir la obligación de la separación, asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos» (84; cf. Benedicto XVI, Sacramentum caritatis  29).

Ecclesia de Eucharistía.  (35)… «resulta una exigencia intrínseca a la Eucaristía que se celebre en la comunión [con la Iglesia] y, concretamente, en la integridad de todos sus vínculos. (36). La comunión invisible, aun siendo por naturaleza un crecimiento, supone la vida de gracia, por medio de la cual se nos hace “partícipes de la naturaleza divina” (2Pe 1,4), así como la práctica de las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad. En efecto, sólo de este modo se obtiene verdadera comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No basta la fe, sino que es preciso perseverar en la gracia santificante y en la caridad, permaneciendo en el seno de la Iglesia con el “cuerpo” y con el “corazón” (Lumen gentium 14); es decir, hace falta, por decirlo con palabras de san Pablo, “la fe que actúa por la caridad” (Gal 5,6).

«La integridad, pues, de los vínculos invisibles es un deber moral bien preciso del cristiano que quiera participar plenamente en la Eucaristía comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. El mismo Apóstol llama la atención sobre este deber con la advertencia: “Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa” (1Cor 11,28). San Juan Crisóstomo, con la fuerza de su elocuencia, exhortaba a los fieles: “También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo”.

«Precisamente en este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica establece: “Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar” (n. 1385; canon 916). Deseo, por tanto, reiterar que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia, la norma con la cual el Concilio de Trento ha concretado la severa exhortación del apóstol Pablo, al afirmar que, para recibir dignamente la Eucaristía, “debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal” (Denz 1647, 1661).

(37). … «El juicio sobre el estado de gracia, como es obvio, corresponde solamente al interesado, tratándose de una valoración de conciencia. No obstante, en los casos de un comportamiento externo grave, abierta y establemente contrario a la norma moral, la Iglesia, en su cuidado pastoral por el buen orden comunitario y por respeto al Sacramento, no puede mostrarse indiferente. A esta situación de manifiesta indisposición moral se refiere la norma del Código de Derecho Canónico que no permite la admisión a la comunión eucarística a los que “obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave” (canon 915)».

Por otra parte, si solamente la persona puede juzgar en conciencia de su estado de gracia –y ni siquiera ella misma puede saberlo con absoluta certeza (Trento: Denz 1534)­–, entonces ciertamente el sacerdote ministro de la Eucaristía no puede «discernir» ese estado de conciencia, y estará obligado a negar la comunión a quien esté en situación objetiva de pecado. En suma:

«La Amoris lætitia no cambia la disciplina de la Iglesia», como afirma Mons. Livio Melina, Presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para el matrimonio y la familia. «Por tanto, después de la AL admitir a la comunión a los divorciados “recasados”, fuera de las situaciones previstas en la Familiaris consortio 84 y de la Sacramentum caritatis 29 [convivencia como hermanos], va contra la disciplina de la Iglesia, y enseñar que es posible admitir a la comunión a los divorciados “recasados”, más allá de estos criterios, va contra el Magisterio de la Iglesia».

Sea párroco, obispo, cardenal o Conferencia Episcopal quien así actúe.

III.– La multiplicación previsible de los sacrilegios

Durante muchos siglos de la historia de la Iglesia el sentido de lo sagrado estaba profundamente vivo tanto en el pueblo cristiano, como en pastores, teólogos y normas canónicas. Y en negativo, lógicamente, el horror por el sacrilegio se daba con la misma viveza. Actualmente, como ha podido verse en el debate sobre la posible comunión de los adúlteros, tanto lo sagrado como lo sacrílego han sido términos mental y verbalmente ausentes. Pero vayamos por partes.

 

1. Pérdida del sentido de pecado

Juan Pablo II, en la exhortación Reconciliatio et poenitentia (2-XII-1984), en el capítulo que trata de El misterio del pecado, dedica un amplio número, el 18, a describir y analizar La pérdida del sentido de pecado, fenómeno espiritual característico de nuestro tiempo, y a señalar sus causas. Cito sólo un fragmento.

 El sentido de pecado «tiene su raíz en la conciencia moral del hombre… y está unido al sentido de Dios, ya que deriva de la relación consciente que el hombre tiene con Dios como su Creador, Señor y Padre. Por consiguiente, así como no se puede eliminar completamente el sentido de Dios ni apagar la conciencia, tampoco se borra jamás completamente el sentido del pecado.

«Sin embargo, sucede frecuentemente en la historia, durante períodos de tiempo más o menos largos y bajo la influencia de múltiples factores, que se oscurece gravemente la conciencia moral en muchos hombres… Muchas señales indican que en nuestro tiempo existe este eclipse, que es tanto más inquietante, en cuanto esta conciencia, definida por el Concilio como “el núcleo más secreto y el sagrario del hombre” (Gaudium et spes 16), está íntimamente unida a la libertad del hombre (…). Por esto la conciencia, de modo principal, se encuentra en la base de la dignidad interior del hombre y, a la vez, de su relación con Dios… Junto a [al oscurecimiento de] la conciencia queda también oscurecido el sentido de Dios, y entonces, perdido este decisivo punto de referencia interior, se pierde el sentido del pecado. He aquí por qué mi Predecesor Pío XII, con una frase que ha llegado a ser casi proverbial, pudo declarar en una ocasión que “el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado” (Radiomensaje 26-X-1946)».

 

2. Pérdida del sentido de lo sagrado

Dios es santo, y lo sagrado está siempre en el orden de las criaturas. Son «sagradas» aquellas criaturas especialmente elegidas por Dios y por la Iglesia para manifestar al Santo y comunicarlo, facilitando la unión con Él. Hay sagradas Escrituras, sagrados Concilios, pastores sagrados, templos sagrados, sacramentos –bautismo, eucaristía, orden, matrimonio–, sacramentales –agua bendita, por ejemplo–, sagrada teología, sagrados cánones, etc. Pues bien, la pérdida del «sentido de lo sagrado» ha sido hace ya más de medio siglo diagnosticada con certeza por los Papas, teólogos e incluso por los estudiosos de las religiones no creyentes: es también un mal du siècle. La extrema escasez de vocaciones sacerdotales, desconocida en la historia de la Iglesia, tiene en esa pérdida su raíz principal. Su causa es la debilitación o pérdida de la fe en Dios, es decir, la secularización, o si se quiere, la apostasía.

Pero cuidado: en modo alguno ha de atribuirse esta degradación religiosa al sagrado Concilio Vaticano II, 21º ecuménico, que usa con gran frecuencia la terminología de lo sagrado». Así lo muestro y demuestro en mi estudio Sacralidad y secularización (Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2005, pg. 9-10), donde expongo con cierta amplitud la esencia de lo sagrado en las religiones, y sus modalidades en el paganismo, el judaísmo y el cristianismo.

 

3. Pérdida del sentido del sacrilegio

Al perderse el sentido y el horror del pecado, y al debilitarse o incluso al negarse el sentido y la veneración de lo sagrado, es previsible e inevitable que desaparezca también el conocimiento y el horror del sacrilegio, y precisamente aquél que atenta contra la sagrada Eucaristía, el más grave.

«El sacrilegio consiste en profanar o tratar indignamente los sacramentos y las otras acciones litúrgicas, así como las personas, las cosas y los lugares consagrados a Dios. El sacrilegio es un pecado grave, sobre todo cuando es cometido contra la Eucaristía, pues en este sacramento el Cuerpo de Cristo se nos hace presente sustancialmente» (Catecismo 2120).

Un cristiano, por ejemplo, que sin arrepentimiento ni propósito de enmienda verdaderos, acude al sacramento de la penitencia y finge esas disposiciones espirituales necesarias, obviamente profana el sacramento y comete sacrilegio. Otro caso: los católicos que viven en adulterio more uxorio, y que no piensan terminar su convivencia, si acceden a la comunión eucarística –por ejemplo, para acompañar a sus hijos en su primera comunión–, incurren en pecado de sacrilegio.

(Nota bene.– En lo anterior y en lo que sigue ha de tenerse siempre en cuenta la clásica distinción entre pecados formales, en los que hay culpa, porque consciente y libremente se quebranta con ellos un mandamiento de Dios o de la Iglesia, y aquellos otros pecados materiales que se cometen por ignorancia invencible de la norma moral o por falta de advertencia en el entendimiento o de libertad en la voluntad. En este sentido, al tratar de los sacrilegios, es preciso distinguir aquellos que son formales de lo que son puramente materiales).

 

4. Los sacrilegios son actualmente habituales en algunas Iglesias

Existen hoy comunidades cristianas en las que probablemente son más los sacrilegios que los sacramentos. Señalaré tres de los sacrilegios que me parecen principales y más frecuentes.

La anticoncepción. La confesión y la comunión eucarística de los esposos que habitualmente practican la anticoncepción son sacrílegas, se entiende, al menos objetivamente consideradas. Los esposos, engañados por falsos pastores, la consideran un progreso científico en la historia de la vida sexual, un derecho al que no piensan renunciar. En el menos malo de los casos, esas confesiones y comuniones será pecados y sacrilegios materiales, pero sin duda causarán de hecho graves destrozos en el matrimonio y la familia. La Iglesia siempre ha enseñado que

«es intrínsecamente mala “toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio hacer imposible la procreación”» (Catecismo 2370; Humanæ vitæ 14). Pueden ver el tema más desarrollado en el artículo de este blog (290) Sínodo-2014. Silencio sobre la anticoncepción y la castidad

La Misa dominical. La confesión y la comunión eucarística realizadas eventualmente por cristianos no-practicantes, es decir, por bautizados que voluntaria y largamente se mantienen ausentes de la Eucaristía dominical, a no ser que se hagan con el arrepentimiento y el propósito necesarios, es sin duda un sacrilegio, ya que durante años y de modo público están quebrantando el mandamiento de la Iglesia más grave: «El domingo, en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto» (canon 1246).

Esta ley de la Iglesia no es en el Nuevo Testamento más que la expresión del IIIª mandamiento del Decálogo: «acuérdate de santificar el día del sábado». Por tanto, si no es lícito dar la comunión eucarística a «quienes persisten en un manifiesto pecado grave» (canon 915), hacerlo –quizá en ocasiones como una boda, un funeral, primeras comuniones, etc.– es cometer un sacrilegio. Desarrollo más esta cuestión en el artículo (234) Los cristianos no-practicantes son pecadores públicos.

–La comunión eucarística. Cuando los adúlteros, concubinarios y otras parejas irregulares acceden a la comunión, cometen un sacrilegio, aunque, estando quizá engañados por pastores infieles, será no pocas veces un sacrilegio solamente material. Ya vimos cómo la encíclica Ecclesia de Eucharistia, negaba la comunión «en los casos de un comportamiento externo grave, abierta y establemente contrario a la norma moral», considerando que tales personas están en una «situación de manifiesta indisposición moral», en la que obstinadamente persisten (37).

 

5. Es previsible que aumenten los sacrilegios en la comunión eucarística

Apoyándose en una mala interpretación de la AL, favorecida por su ambigüedad, se arraigará más y se ampliará la costumbre culpable de dar la comunión a «parejas irregulares», allí donde ya hace años viene practicándose contra la ley de la Iglesia Católica. Y en otras Iglesias locales, hasta ahora libres de ese error y pecado, se irá introduciendo con ese mismo fundamento… El porvenir de las Iglesias en esta cuestión tan grave podemos hasta cierto punto preverlo si escuchamos ciertas declaraciones falsas que, como las que cito ahora, conducen al sacrilegio eucarístico:

El Presidente de la Conferencia episcopal de Filipinas, arzobispo Villegas, al día siguiente (9-IV-2016)  de la publicación de AL, escribe a todos los católicos de su nación… «Los obispos y sacerdotes deben recibir ya con los brazos abiertos a los que se mantenían fuera de la Iglesia por un sentimiento de culpa y vergüenza… Vayamos a su encuentro, como el Papa nos pide que hagamos, y asegurémosles que siempre hay un lugar en la mesa de los pecadores [sic], en la que el Señor se ofrece a sí mismo como comida para los miserables».

El Director del departamento de Teología Moral de la Universidad Gregoriana, P. Miguel Yáñez, S. J.: «El Papa Francisco claramente dice que no queremos tratar de una familia ideal, que se presta a una ideología, sino de una familia real, y el concepto que usa prevalentemente para hablar de la familia es la familia herida, y esto se conecta perfectamente con la Iglesia hospital de campaña… Tratar de acercarse a todas las situaciones, acá nadie queda excluido, y no hace falta que el Papa indique cada una de la situaciones, él lo dice claramente, la Iglesia es la casa paterna donde hay lugar para todos, por lo tanto nadie tiene que quedar excluido». 

La Hoja diocesana de Albacete. Según la transcripción literal que me enviaron en un comentario a mi blog (8-V-2016 - 11:59 PM), un padre franciscano había escrito seráficamente en la Hoja: «La Iglesia tiene el encargo de parte de Jesucristo de restituir la dignidad a quienes viven como si la hubieran perdido por culpa de sus fracasos matrimoniales… No hay divorciados ni divorciados vueltos a casar ni comunión o no para los divorciados que estrenan pareja. Lo que hay son personas, con historias concretas… Personas, la mayor parte de ellas, víctimas a las que se ha tratado como culpables… El Papa dice que la Iglesia elige amar, como Dios. Un cristiano, o elige “reintegrar”, devolver lo que es justo a quien ha sufrido, o no es de Cristo».

Con declaraciones como éstas, y tantas otras, es de temer un considerable aumento de sacrilegios en las comuniones eucarísticas. Pero ésta es una cuestión que no parece preocupar mucho… Tengamos misericordia, como San Pablo, hacia aquellos que se arriesgan a comer y beber su propia condenación (1Cor 11,29). ¡Y tengamos misericordia del cuerpo sagrado de Cristo!

Oremos, oremos, oremos.

José María Iraburu Larreta, sacerdote

Post post.– Una duda me ha venido con frecuencia al escribir las páginas de este artículo: hasta qué punto se mantiene viva en algunos la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía… Pablo VI confiesa esta fe de la Iglesia en el Credo del pueblo de Dios (1968):

Creemos que «el pan y el vino consagrados por el sacerdote se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, sentado gloriosamente en los cielos; y creemos que la presencia misteriosa del Señor bajo la apariencia de aquellas cosas, que continúan apareciendo a nuestros sentidos de la misma manera que antes, es verdadera, real y sustancial» (n.24).

Índice de Reforma o apostasía 

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