Habiéndome referido en mi último blog a la obra de Patrick Madrid, «Cincuenta cosas que aprendí en mis primeros cincuenta años» (en Estados Unidos y en Reino Unido), he decidido poner el foco en otro capítulo, por haberlo encontrado, al mismo tiempo, fácil de entender y pleno de sabias reflexiones basadas en su propia experiencia, que pueden ser también las de los lectores.
Madrid cuenta que como apologista de plena dedicación, estaba dando una conferencia sobre la fe católica, cuando un mormón le preguntó si podría hablar al final. Durante su conversación, que fue sobre la Eucaristía y el Santísimo Sacramento del Sagrario, el mormón le señaló: «Sinceramente, yo tengo la impresión de que la mayoría de los católicos no creen lo que usted acaba de explicar sobre la Eucaristía». Madrid quedó sorprendido y pensó para sí mismo: «Como católico creo que yo debería saber mucho mejor que lo que ese mormón pudiera saber sobre lo que creen los católicos, en especial sobre algo tan central como la Eucaristía». Pero el mormón siguió diciendo que él había asistido a varios bodas católicas y a otras misas católicas y le puedo decir que los católicos que he visto en ellas estoy seguro no parecían creer en lo que usted acaba de decir sobre la presencia de Jesús en la Eucaristía».
Y él continuó: «He visto católicos yendo a comulgar mascando chicle… Algunos parecen realmente aburridos. He visto a algunos que se van saludando por el camino al altar». Y después de recibir la comunión, «parecen desinteresados e indiferentes».
Lógicamente, Madrid comenzó a sentirse muy incómodo, reconociendo que lo que le decía el mormón eran casos muy frecuentes y que «la falta de respeto generalizada a la presencia real de Jesús en el Santísimo Sacramento, es el resultado directo de la generalizada falta de fe actual, era un verdad incuestionable.
El mormón repitió su primera observación, diciendo: «No quiero ser irrespetuoso ni nada por el estilo, pero creo que los católicos no creen en lo que usted cree sobre este tema». Pero lo que dijo a continuación fue aún peor: «Si yo creyese lo que usted cree… si yo realmente, de verdad, creyera que allí esta –de verdad- Dios mismo y no un mero símbolo, yo caería al suelo, tendido sobre mi rostro y me postraría así ante Él. ¡Yo estaría tan poseído de reverencia y adoración! Y nunca he visto a ningún católico manifestar este respeto. Por ello, creo que ustedes no creen lo que dicen creer».
Madrid concluye que el mormón «había manifestado una verdad terrible con tanta claridad junto con una precisión devastadora que fue lo único en que pude pensar durante el resto de la conversación».
La «lección de vida» que aprendió consistió en darse cuenta de que los católicos no siempre edificamos y evangelizamos a los no católicos. «Podemos, incluso, dar mal ejemplo y desevangelizar, aún sin quererlo, simplemente a fuerza de nuestra total pereza, y la complacencia y satisfacción de nosotros mismos, junto a nuestra falta de reverencia por las cosas santas.
Al final de cada capítulo, Madrid añade el texto más apropiado de la Sagrada Escritura que subraya la «lección» que ha aprendido. En este caso, el texto es: «Guardemos la gracia, por la cual serviremos agradablemente a Dios con temor y reverencia» (Heb 12, 28).
Las observaciones del mormón fueron para mí como un despertador. Yo he escuchado a otras personas fuera de la Iglesia señalar el mismo punto: «Si vosotros, católicos, creéis lo que decís que creéis…»
Lo que nosotros católicos pretendemos creer es tremendo. La reverencia y el recogimiento en Misa deberían guardarnos contra la idea de que ella es un simple ejercicio rutinario del fin de semana.
Francis Phillips
Traducido por “Laudetur IesusChristus”, del equipo de traductores de InfoCatólica.
Publicado originalmente en Catholic Herald
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