(Aica) En su discurso, Francisco hizo hincapié en el pacto educativo, escuela-familia, venido a menos en los últimos años:
«Hoy, de hecho, cuando se habla de alianza educativa entre escuela y familia, lo hacemos especialmente para denunciar su ausencia: la familia ya no aprecia como antes el trabajo de los educadores, a menudo mal pagados, y ellos advierten como una invasión fastidiosa la presencia de los padres en la escuela, terminando por mantenerlos al margen o considerarlos adversarios».
De ahí que Francisco los incentivó, para cambiar dicha situación, a vencer el temor del otro y a cultivar y alimentar la confianza hacia la escuela y los educadores:
«Sin ellos se arriesgan a quedarse solos en vuestra acción educativa y a ser menos capaces de hacer frente a los nuevos desafíos que vienen de la cultura contemporánea, la sociedad, los medios de comunicación y las nuevas tecnologías»
El Papa subrayó la necesidad de estimar a los educadores «como los más preciosos aliados» en la educación de los hijos:
«Si ustedes, padres, necesitan de los educadores, también la escuela necesita de ustedes y no puede alcanzar sus objetivos sin realizar un diálogo constructivo con quien tiene la primera responsabilidad del crecimiento de sus alumnos».
Y citando la exhortación Amoris laetitia recordó que la escuela no sustituye a los padres, sino que los complementa. «Cualquier otro colaborador en el proceso educativo debe actuar en nombre de los padres, con su consenso y, en cierta medida, incluso por encargo suyo», añadió.
Luego recordó un sabio proverbio africano, ya citado en otra ocasión, que reza: «Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo», y advirtió sobre la necesidad, dictada por ese motivo, de que en la educación escolar no falte la colaboración entre los distintos componentes de la misma comunidad educativa:
«Sin comunicación frecuente y sin confianza recíproca, no se construye ninguna comunidad y sin comunidad, no hay educación posible».
Seguidamente hizo presente la tarea de la Iglesia en la educación, e invitó a los padres a sentirla siempre a su lado en la misión de educar a sus hijos, para hacer de toda la sociedad «un lugar a medida de familia, para que toda persona sea acogida, acompañada, orientada hacia valores verdaderos y puesta en condiciones de dar lo mejor de sí para el crecimiento común».
Ya en el final de su discurso, antes de despedirse con gratitud y cercanía de los progenitores, el Papa los animó a custodiar con compromiso y generosidad los hijos, «el don más precioso que han recibido», dejándoles la libertad necesaria «para crecer y madurar como personas a su vez capaces, un día, de abrirse al don de la vida».
«Que la atención con la cual, como asociación, vigilan sobre los peligros que amenazan la vida de los más pequeños, no les impida mirar con confianza el mundo, sabiendo elegir e indicar a vuestros hijos las mejores ocasiones de crecimiento humano, civil y cristiano», pidió.
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