Uno de los interrogantes de mucha gente es si existe o no el infierno. Con respecto a esto, el Nuevo Testamento enseña con total claridad que el destino de los hombres buenos y el de los impíos después de la muerte, será totalmente diverso. En la parábola del rico y del pobre Lázaro (cf. Lc 16,19-31) Jesús da por supuesta la existencia del infierno y la impenitencia final de algunos que «no se convencerán ni aunque resucite un muerto», en clara alusión a su propia resurrección. En el episodio del Juicio Final (Mt 25,31-46) vemos como el criterio decisivo del Juicio divino es no sólo el cumplimiento de los mandamientos, sino sobre todo la actitud ante el prójimo necesitado con la práctica de las obras de misericordia. Quienes así actúen, serán premiados con la vida eterna feliz. Pero también se dice: «Apartaos de mí malditos, id al fuego eterno preparado para el demonio y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis’ Entonces también éstos contestarán responderán diciendo: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos?’ Él les contestará diciendo: ‘En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno» (Mt 25,41-46).
En cuanto a la Iglesia su Catecismo afirma: «1033. Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno» y «1035. La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno».
Es evidente que lo que Dios pretende de nosotros es que nos tomemos en serio esta vida y nos demos cuenta de su importancia. Ahora bien, al enseñarnos el dogma del infierno, lo que Dios pretende es conducir al hombre a tener en cuenta la posibilidad real de una condenación eterna e imponer una seriedad radical a la existencia. Como dijo Pascal: «la meditación sobre el infierno ha llenado de santos el cielo» .
El infierno indica la separación definitiva entre Dios y el hombre. Pero la suerte del hombre no se decide solamente por nuestra actitud de fe o incredulidad con Dios, sino también en nuestra actitud ante nuestro prójimo, criatura e imagen de Dios y aquí la Historia está llena de crímenes horribles y grandes maldades que van endureciendo a algunos hasta llevarles a un rechazo total de Dios. Al infierno va quien actúa contra la voluntad de Dios y no quiere arrepentirse.
Dios respeta nuestra decisión y como Él es la Vida, lo que resulta de nuestro rechazo a Dios es la muerte eterna. Por supuesto que en el asunto de nuestra salvación, Dios no es imparcial ni le da lo mismo que nos salvemos o condenemos, para algo ha muerto en la cruz. Pero Dios no quiere imponernos su amistad, sino que le amemos libremente: Él «no quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión» (2 P 3,9). En Lc 15,7 se nos dice: «habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse», porque mientras estemos en esta vida, la conversión siempre es posible, y por ello la Iglesia nos pide que recemos por la conversión de los pecadores, siempre posible por muy grandes que sean sus pecados, pero Dios no nos salva contra nuestra voluntad.
En una visita a una parroquia de Roma, el Papa Francisco se encontró con un grupo de niños que le preguntaron: «Si Dios perdona a todos, ¿por qué existe el infierno?». A esta preguntas, el Papa respondió así: «Ahora pregunto también yo: Dios perdona todo, ¿o no?» -dijo el Papa. Los niños gritaron al unísono: «¡Sí, perdona todo!»– «Porque es bueno ¿o no?» -insistió; los niños respondieron: ¡Sí!, ¡es bueno!». Sucesivamente el Papa recogió la pregunta y respondió que el infierno es querer alejarse de Dios porque no se desea su amor. «Al infierno no te envían: vas tú, porque eliges de estar allí. El Infierno es alejarse de Dios porque yo no quiero el amor de Dios. Este es el infierno. El diablo está en el infierno porque él lo ha querido: nunca ha deseado una relación con Dios». Va al infierno solamente el que dice a Dios: ''No te necesito, me las arreglo solo», añadió el Papa. Pero si no se puede afirmar de nadie que esté en el infierno los textos bíblicos nos dicen que no sólo están los demonios, sino también todos aquéllos que mueren en la impenitencia final.
Pedro Trevijano, sacerdote
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