Los que respetan la doctrina, pero luego atacan los dogmas de fe

Entre los tantos mensajes surgidos en estos días del Sínodo, no faltan los que, habiendo sido presentados como meras adaptaciones «pastorales» a la cambiante situación sociológica, proponen en realidad un cambio de la doctrina dogmática y moral de la Iglesia, en particular por cuanto se refiere al sacramento del Bautismo, de la Penitencia, del Matrimonio y de la Eucaristía. Las objeciones que han sido presentadas por importantes Pastores en el interior del Sínodo (pensemos básicamente en el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Card. Gerard Müller), precedidos y seguidos de autorizados teólogos fuera del mismo, ciertamente no son dictadas por prejuicios ideológicos o posiciones conservadoras, sino sólo por la defensa adecuada de los elementos esenciales del dogma católico y la moral, que la acción pastoral no necesita convalidar, sino que debe siempre volver a proponer apropiadamente y con eficacia, para llevar al pueblo de Dios a comprenderlos, amarlos y vivirlos en todo tiempo y lugar.

La réplica a tales objeciones es a menudo desconcertante. Los autores de las propuestas más inquietantes siguen repitiendo que las reformas de sus reclamos no tocan la doctrina, o que la pastoral no debe estar «condicionada» por la doctrina, que estaría hecha de nociones abstractas alejadas de la vida real, donde están comprometidos los «agentes pastorales». En ambos casos, cuando dicen «doctrina» nunca se sabe a qué se refieren concretamente. Debo decir, a propósito, que uno de los peores problemas derivados de las polémicas sobre reformas que el Sínodo introduciría en la praxis de la Iglesia, es justamente la creciente confusión de los términos (no sociológicos, sino teológicos) de la cuestión y por lo tanto, la sustancial ambigüedad del discurso. Lo ha señalado incluso uno de los círculos menores del Sínodo, el denominado «Anglicus D», moderado por el Cardenal canadiense Thomas Collins, cuando se expresó contra el Instrumentum laboris (el texto que sirve de guía para los trabajos sinodales) lamentando que en este documento «no se encuentra ninguna definición del matrimonio» y que ésta es «una grave ausencia que provoca ambigüedad en todo el texto».

Yo, por amor a la claridad (prerrequisito de toda confrontación de opiniones, sobre todo en teología), prefiero hablar simplemente de «dogma», como he hecho en varias publicaciones recientes que entran vivamente en el debate actual (primero Dogma y Liturgia, luego Dogma y espiritualidad, y finalmente Dogma y pastoral, editadas todas por la ed. Leonardo Da Vinci). Y por «dogma» entiendo (y tengo buenos motivos para creer que todos deberíamos entenderlo así) la fe de la Iglesia, es decir la doctrina católica cierta, en cuanto garantizada por el Magisterio y propuesta a todos los fieles en términos explícitos y definitivos como verdad revelada por Dios, primero con los Profetas y luego con Cristo Jesús. En la noción de «dogma» se incluyen entonces:

1) Las fórmulas litúrgicas que constituyen el «Credo», es decir la solemne profesión de fe de la Iglesia; se trata de los «símbolos», como los que se recitan en la celebración eucarística (el Símbolo de los Apóstoles y el Símbolo Niceno constantinopolitano) y también otros como el Símbolo Atanasiano (que expone en modo detallado los términos del misterio trinitario).

2) Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, es decir la Sagrada Escritura, cuyo contenido es considerado por la Iglesia como «la Palabra de Dios, puesta por escrito», en el sentido que ésta tiene como autores a los hagiógrafos, que no obstante expresan fielmente lo que Dios mismo les ha inspirado. En la Sagrada Escritura lo que está explícitamente enseñado por Dios pertenece al dogma de modo inmediato. Lo que en cambio requiere ser explicitado o interpretado pertenece al dogma de modo mediato, como cuando la Iglesia se pronuncia autorizadamente sobre su correcta interpretación, siendo el Magisterio, por expresa disposición de Cristo mismo, el garante de la divina inspiración de la Escritura y de su inerrancia.

3) Las fórmulas dogmáticas emanadas del misterio eclesiástico en forma solemne (concilios ecuménicos, especialmente pronunciamientos del Papa ex cátedra), o también en forma ordinaria, cuando la doctrina es expuesta como definitiva e irreformable.

Un ejemplo absolutamente pertinente, en el contexto de las discusiones del Sínodo sobre la Familia, es la norma moral acerca de la indisolubilidad del matrimonio, ya como contrato natural, y por lo tanto también como sacramento de la Nueva Alianza, ya cuando se trata de un matrimonio entre bautizados. La norma se encuentra especialmente enunciada por Cristo mismo en los Evangelios, en términos tales que no requieren ninguna interpretación de su significado esencial y de su práctica. La Iglesia, de hecho, la ha recibido literalmente, insertándola en un coherente corpus doctrinal, constituido por documentos del magisterio solemne (como los del Concilio de Trento) y del magisterio ordinario (desde la encíclica Casti Connubii de Pío XI hasta la encíclica Familiaris Consortio, de Juan Pablo II), sobre la base de las cuales han sido promulgadas las leyes vigentes de la Iglesia (véase el Código de Derecho Canónico del 1983).

Lo mismo cabe decir de la necesidad de no estar comprometidos con el pecado al momento de acercarse a la Comunión eucarística, como advierte en términos perentorios San Pablo. En definitiva, la materia matrimonial tiene en la Sagrada Escritura y en el Magisterio una formulación precisa y definitiva: estamos en presencia de articuli fidei, de artículos de fe, o sea de elementos esenciales de la doctrina católica cierta y definida, razón por la cual esbozar hipótesis de una praxis pastoral en contraste con ella significa no sólo ignorar sino incluso contradecir el dogma católico, sean cuales sean los argumentos dialécticos con los que se trate de disimular tales contradicciones.

Entre los argumentos dialécticos más a menudo utilizados está la pretendida necesidad de superar, con una práctica atenta a la concretización de situaciones existenciales, lo que sería el límite de la doctrina sobre el matrimonio, o sea su «abstracción» y su «lejanía de la vida». Hablar en estos términos constituye un verdadero absurdo desde el punto de vista teológico. En teología todos deberían saber que la verdad revelada tiene un carácter intrínseca y eminentemente pragmático; se trata de una «verdad que salva», es la misericordia de Dios que viene al encuentro del hombre, incapaz de salvarse con los solos recursos de su inteligencia y de su voluntad, mostrándole la meta que debe alcanzar y brindándole los medios para alcanzarla. En teología todos – repito- deberían saber que la verdad revelada no es algo meramente teórico y distante de la vida, teniendo en cuenta que todos citan las palabras mismas de Jesús, el Revelador del Padre, que dice de Sí: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».

Por lo demás, como hacía notar ya en el Medioevo Santo Tomás de Aquino, la revelación contiene no sólo verdades metafísicas (la Trinidad, las dos naturalezas en la única Persona de Cristo, la acción carismática del Espíritu Santo que santifica a todos los fieles y asegura a la Iglesia la infalibilidad y la indefectibilidad), sino también verdades históricas, como se hace evidente en el Credo (la creación, el pecado original, el diluvio universal, la vocación de Abraham, la liberación del pueblo de Israel de la cautividad en Egipto, y finalmente, «llegada la plenitud de los tiempos», el nacimiento del Salvador de María Virgen, su Pasión, muerte y resurrección, su Ascensión al Cielo). Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, no sólo contempla la verdad metafísica de la «Presencia real» de Cristo bajo las especies del pan y del vino, sino que también hace «memoria» de los acontecimientos salvíficos realizados por Dios en la «historia de la Salvación» y que culminan, precisamente en el Sacrificio de la Cruz.

Por lo tanto, que el dogma sea abstracto y lejano a la vida real, ciertamente no lo pueden pensar los Pastores, si son fieles a su tarea eclesial de «maestros de la fe», ni los teólogos si son fieles a su misión eclesial de interpretación racional de la fe que profesan junto a todos los demás fieles.

Antonio Livi

Publicado originalmente en La Nuova Bussola Quotidiana

Traducido al español por el equipo de traductores de InfoCatólica

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