En la tercera semana del sínodo, tuve que hacer un corto viaje a Dublín por exigencias de un proyecto no relacionado con el sínodo, y allí pude visitar los edificios originales de la Universidad Católica de Irlanda, el proyecto de Newman en Dublín en la década de 1850, que ahora recibe el nombre de Newman House. Los imponentes edificios de St Stephen’s Green pertenecen ahora al University College de Dublín, pero la iglesia que Newman construyó para su universidad católica sigue siendo una parroquia activa, y el cura de la parroquia tuvo la amabilidad de permitir que este capellán de la Newman House de Canada celebrara allí la misa diaria.
Visitar los lugares en los que estuvo Newman no me distrajo del sínodo sino que, por el contrario, me alentó a corregir algunos peligros que pueden acecharle. A medida que se acerca a su fin, están quedando claras cuatro cosas.
La carta de los «13 cardenales», junto con la respuesta favorable del Papa Francisco, lograron resultados reales. Lejos de perjudicar los trabajos del sínodo, le dieron a los padres sinodales el espacio y la estructura que necesitaban. El sínodo se desarrolló con discusiones abiertas y sin temor a la manipulación, ya que se aseguró que se votaría el documento final, y que se publicarían los informes de los círculos menores. Sin estas garantías, que antes de la carta de los cardenales no estaban aseguradas, se hubiera reproducido la atmósfera de sospecha y rencor que marcó la segunda semana del sínodo de 2014.
La garantía del Papa Francisco – hay que destacar que no ha sido la primera vez – de que no se iba a tocar la doctrina proporcionó a una gran mayoría de los padres sinodales la confianza para rechazar la propuesta de Kasper de admitir a la Sagrada Comunión a los divorciados vueltos a casar civilmente, ya que esto afecta claramente a varios aspectos fundamentales de la doctrina de los sacramentos. A finales de la última semana, estaba claro que la propuesta de Kasper no se iba a aprobar en el documento final.
La propuesta secundaria de Kasper sobre una «opción local» en la que los diferentes países y regiones podrían adoptar diferentes enfoques también fue rechazada de forma contundente.
La tercera propuesta de Kasper, presentada por el Arzobispo Blase Cupich de Chicago de manera informal en un encuentro con los periodistas, hizo que todos reprodujeran los momentos inmediatamente posteriores a la publicación de la Humanae Vitae en 1968. Entonces, como ahora, se planteó que el Magisterio podría formular una norma moral universal, pero en conciencia cada persona podría decidir, se supone que de acuerdo con su confesor, que esa norma universal no se aplicaba a esa persona o a ese caso concretos.
Lo que había presentado de manera informal el Arzobispo Cupich lo formalizaron los obispos de habla alemana en lo que llamaron la propuesta del «fuero interno» – la misma idea con un nombre distinto. La respuesta a la cuestión de cómo se tratará la conciencia en el documento final, se ha dejado para el sábado, el último día de trabajo del sínodo.
El Arzobispo Cupich dijo que la «conciencia es inviolable y tenemos que respetarla».
Lo que dijo es verdad, pero no es toda la verdad. El Catecismo de la Iglesia Católica trata sobre la conciencia en un artículo que contiene más de 20 párrafos. En relación con la propuesta de Cupich y los obispos alemanes leemos en el #1790 lo siguiente:
Un ser humano debe siempre obedecer a ciertos juicios de su conciencia. Si actuara deliberadamente en contra de ella, se condenaría. Pero puede suceder que la conciencia moral permanezca en la ignorancia y formule juicios erróneos sobre los actos que se van a realizar o que se han realizado ya. (1790)
El Catecismo sigue diciendo que esta ignorancia «puede imputarse a la responsabilidad personal» y «en estos casos, la persona es culpable de los males que cometa» (1791). Especifica que los errores de conciencia pueden provenir de la «aserción de una idea equivocada de autonomía de la conciencia» así como de «un rechazo de la autoridad de la Iglesia y de sus enseñanzas», entre otros factores (1792).
La enseñanza sobre la conciencia excluye por lo tanto la posibilidad de que cuando uno conoce mejor la enseñanza de la Iglesia, pueda ser libre de rechazarla en conciencia.
Y esto nos lleva a Newman. La sección del Catecismo sobre la conciencia tiene 15 notas a pie de página: ocho son escriturales, y hacen referencia a 14 versículos diferentes; tres son de la Gaudium et Spes #16, el tratado lírico sobre la conciencia del Vaticano II; dos son de la Dignitatis Humanae, la declaración del Vaticano II sobre la libertad religiosa; y una de San Agustín y otra de John Henry Newman.
Una compañía bastante notable para el Beato John Henry Newman, y la referencia es a su Carta al Duque de Norfolk, en la que ofrece un tratado completo sobre la conciencia, que proporcionó el marco para la Gaudium et Spes #16:
La conciencia no es un egoísmo con una visión a largo plazo, ni un deseo de ser coherente con uno mismo; sino una mensajera de Él, que, tanto en naturaleza como en gracia, nos habla a través de un velo, y nos enseña y nos dirige por medio de Sus representantes. La conciencia es el Vicario original de Cristo, profeta en sus informaciones, monarca en su autoridad, sacerdote en sus bendiciones y anatemas, y aunque el sacerdocio eterno de todo el mundo dejara de existir, en ella permanecería e influiría la motsl sacerdotal it the sacerdotal…
La conciencia es un guía severo, pero en este siglo ha sido sustituido por un contrincante, del que, durante los dieciocho siglos anteriores, nunca se había oído hablar, y con el que nunca se le podía confundir, si es que se le oía. Es el derecho a la propia voluntad … el derecho de pensar, hablar, escribir y actuar según el propio juicio o el propio humor, sin pensar en Dios en absoluto… es el puro derecho y libertad de conciencia que deja de lado a la conciencia.
Si el Beato John Henry se apareciera en espíritu en la sala del sínodo y dijera eso, difícilmente se le podría considerar una reliquia del siglo XIX. Estaría de plena actualidad en estos días finales del sínodo. Y podría llevarse un seria reprimenda del Arzobispo Cupich y de los obispos de habla alemana, que sugirieron, sin sutileza alguna, que los obispos que se expresan como Newman – en esencia, por supuesto, porque hoy día nadie puede igualar su estilo – carecían de caridad pastoral.
En 1968, tras la publicación de la Humanae Vitae, la maniobra del «fuero interno» se extendió, aprobada por conferencias episcopales enteras y dominando las facultades de teología católicas. Veinte años de confusión desembocaron en el proyecto más ambicioso, excluyendo el propio Catecismo, de la colaboración teológica entre Juan Pablo y Joseph Ratzinger, la Veritatis Splendor, la encíclica sobre los fundamentos de la vida moral. Se tardó seis años en escribirla y se realizó una consulta global al mismo tiempo que se trabajaba en el Catecismo. Juan Pablo trató en ella la cuestión de la conciencia con un detalle exhaustivo.
La propuesta Cupich-Germana en el sínodo, aunque se presenta como una simple forma de resolver los casos difíciles, supone un ataque frontal contra la Veritatis Splendor, y por extensión a la Gaudium et Spes #16, y a su padre espiritual el Cardenal Newman. Si Newman fue el «padre ausente» del Vaticano II, su presencia es ciertamente necesaria en el Sínodo 2015.
Juan Pablo – en colaboración con Ratzinger, quien reconoció públicamente su deuda con Newman cuando viajó a Birmingham en 2010 para beatificarle personalmente – adopta la visión de Newman de la vida moral como una gran aventura, según la que la conciencia del hombre le permite tocar en la vida ordinaria el orden divino del cosmos. Es esta visión, y el rechazo de su negación, la que anima el final de la Veritatis Splendor, donde Juan Pablo trata los puntos de vista contrapuestos manifestados en el Sínodo 2015:
En ocasiones, en las discusiones sobre problemas morales nuevos y complejos, puede parecer que la moral cristiana es demasiado exigente, difícil de entender y casi imposible de llevar a la práctica. Esto no es cierto, puesto que la moral cristiana consiste, en la simplicidad del Evangelio, en seguir a Jesucristo, en abandonarnos en Él, en dejar que su gracia nos transforme y su misericordia nos renueve, unos dones que nos llegan en la comunión viva de su Iglesia (#119).
El Beato John Henry Newman estaría de acuerdo.
Artículo original en Catholic Herald
Traducido por Blanca lozano, del equipo de Traductores de InfoCatólica
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