El Papa recibe a una delegación de la Comunión Mundial de las Iglesias Reformadas

(Zenit) Del mismo modo ha observado que hay muchas iniciativas y buena colaboración en diferentes lugares. Pero «todos podemos hacer mucho más juntos para dar un testimonio vivo a todo el que pida razón de nuestra esperanza»: transmitir el amor misericordioso de nuestro Padre, que hemos recibido gratuitamente y estamos llamados a dar generosamente.

El encuentro de hoy –ha asegurado el Papa en su discurso– es un paso más en el camino que caracteriza el movimiento ecuménico. Tal y como ha recordado, han pasado diez años desde que una delegación de la Alianza Mundial de las Iglesias Reformadas visitó al papa Benedicto XVI. En este tiempo, la histórica unificación del Consejo Ecuménico Reformado y de la Alianza Mundial de las Iglesias Reformadas, que tuvo lugar en 2010, «ha sido un ejemplo tangible de progreso hacia la meta de la unidad de los cristianos» y, para muchos, «un estímulo en el camino ecuménico», ha observado el Pontífice.

Asimismo, ha asegurado a los presentes que «debemos dar gracias a Dios» ante todo por el redescubrimiento de nuestra fraternidad que «tiene su raíz en el reconocimiento del único Bautismo y en la consiguiente exigencia de que Dios sea glorificado en su obra».

Por eso, ha asegurado que «católicos y reformados pueden promover un crecimiento mutuo en esta comunión espiritual, para servir mejor al Señor». En esta misma línea, el Pontífice ha subrayado que la reciente conclusión de la cuarta fase del diálogo teológico entre la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas y el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, con el tema ‘La justificación y la sacramentalidad: la comunidad cristiana como artesana de justicia’, representa «un motivo especial de agradecimiento». Y ha manifestado su alegría al ver que el informe final destaca con claridad «el vínculo inseparable entre la justificación y la justicia».

Al respecto, el Santo Padre ha recordado que nuestra fe en Jesús «nos impulsa a vivir la caridad mediante gestos concretos», capaces de incidir «en nuestro estilo de vida», «en las relaciones» y «en la realidad que nos rodea». Sobre la base del acuerdo acerca de la doctrina de la justificación, el Papa ha asegurado que hay muchos campos en que reformados y católicos pueden trabajar juntos para testimoniar el amor misericordioso de Dios, «verdadero antídoto frente al sentido de desorientación y a la indiferencia que nos circundan».

Reconociendo que hoy se experimenta a menudo una ‘desertificación espiritual’, el Santo Padre ha indicado que, especialmente allí donde se vive como si Dios no existiera, nuestras comunidades cristianas «están llamadas a ser cántaros que apagan la sed con la esperanza, presencias capaces de inspirar fraternidad, encuentro, solidaridad, amor genuino y desinteresado», «han de acoger y avivar la gracia de Dios, para no encerrarse en sí mismos y abrirse a la misión».

En esta línea, el Santo Padre ha reconocido que no se puede comunicar la fe viviéndola «de manera aislada» o «en grupos cerrados y separados», en una especie de falsa autonomía y de inmanentismo comunitario. Así no se da respuesta –ha añadido– a la sed de Dios que nos interroga y que está presente también en tantas formas nuevas de religiosidad.

Para concluir el encuentro, ha deseado que este «encontrarnos» sirva de ánimo a todas las comunidades reformadas y católicas para seguir trabajando juntos en la transmisión de la alegría del Evangelio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

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