¿Santo Tomás abortista?

 

El Dr. Alberto Fernández, elegido dedocráticamente candidato a la presidencia de la Nación, es un conocido partidario de la legalización del aborto. Se ha difundido ahora un escrito suyo, que lleva fecha 29 de abril de 2018, en el cual presenta las posiciones que se han enfrentado con motivo del debate parlamentario, considerándolas irreconciliables y absurdas. Además sostiene que las penas previstas en el Código correspondiente no sirven para disuadir del propósito abortista a quienes están decididos a recurrir a aquella operación criminal. Como otros políticos de la misma laya, manipula las cifras de mortalidad materna y pretende hacernos creer que ya a comienzos del siglo XXI se practicaban más de medio millón de abortos por año; esta falsificación le permite sostener que se trata de un problema urgente de salud pública; ni sospecha las facetas científica, filosófica, jurídica, sociológica, psicológica y política del asunto.

El candidato Fernández parece experto no sólo en estadística, sino también en filosofía. Alude a los casos de despenalización ocurridos en diversos países y asigna a esos sistemas legales la tesis de que el embrión no asume apariencia humana, la condición misma de ser humano, hasta que el sistema nervioso no se haya desarrollado suficientemente en él; sólo entonces el fruto de la concepción puede experimentar el dolor que la agresión le impone. Atribuye a la influencia del catolicismo que la antigüedad haya entendido que «la persona no era tal hasta el momento de la animación, es decir, el tiempo en que el alma ingresaba al cuerpo». Según él, tanto Aristóteles como Santo Tomás aceptaban el aborto si se realizaba antes de que el feto se convirtiera en persona con la animación, que se producía a los 40 días de gestación en el varón, y a los 80 o 90 en la mujer. No cita ningún texto en apoyo de su tesis. ¿Qué fuentes habrá consultado? Concluye su discurso con el trajinado tema de la desigualdad: las mujeres pudientes pueden abortar en óptimas condiciones médicas; en cambio las pobres están condenadas a la falta de asepsia y otros peligros propios de la clandestinidad. Concluye: «por preservar los dogmas», la sociedad hipócrita y decadente, deja morir a las pobres mujeres que se han embarazado sin quererlo. Su sesudo discurso muestra su hilacha neoperonoide, y se desliza hacia el melodrama.

Estudio a Santo Tomás desde mi adolescencia. Para que el Dr. Fernández advierta que los tomistas, y en general los que repudiamos el aborto como un «crimen abominable» (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 51), no somos giles, me detengo a exponer sintéticamente la compleja enseñanza de Tomás de Aquino sobre el embrión humano.

Lo primero que es preciso comprender, es que el sabio dominico procedía siempre científicamente, y con respeto se atenía a las conclusiones de los médicos contemporáneos, así como aceptaba los datos biológicos de la tradición aristotélica. Esta cuestión de método implica una tensión entre sus principios filosóficos (p. ej. el alma forma del cuerpo, y las consecuencias que de este dato antropológico - metafísico se siguen), y por otra parte los resultados de una medicina que la ciencia moderna considera superados. Si Tomás hubiera conocido los estudios de Jerôme Lejeune y nuestros conocimientos actuales sobre el genoma humano, habría comprendido que constituían un apoyo empírico inmejorable para su antropología filosófica, y hubiera renunciado a la teoría de una «animación humana retardada». Para el Aquinate la concepción humana no se limita a un solo acto, sino que debe considerarse como un conjunto, y dura hasta que concluye la formación y organización del cuerpo, que es la acción principal. Son varias las etapas de este proceso; así lo explica en las Cuestiones «De Potentia», el Comentario al Libro de Job, en diversos pasajes de los Libros II y III de su Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo y en la misma Suma Teológica. Sin entrar en detalles (que superarían las dimensiones de una nota periodística), enumero esas estapas que él llama: «resolución del semen», «compactación de la masa corporal», y la «distinción de los órganos»; es esa la preparación para recibir el alma racional, que es directamente creada por Dios. Se suceden un alma vegetativa y otra sensitiva, que son sucesivamente eliminadas para que finalmente se introduzca el alma racional y espiritual, que contiene la perfección de cada una de las otras. Ya decía Aristóteles en su libro sobre la «Generación de los Animales» que «solo la inteligencia entra desde afuera y solo ella es divina».

Según esta embriología existe, pues, un orden de la naturaleza que puede describirse como una sucesión de almas que se van reemplazando; Tomás indica el momento de la dotación del alma racional para poder hablar entonces de una persona humana. El embrión va en camino hacia la perfección, cuya última fase corre entre la creación del alma por Dios y el nacimiento. El embrión mantiene su identidad a lo largo del desarrollo y desde el principio debe considerarse humano. J. E. Meyer habla de «personalidad embrionaria», ya que se trata de un organismo capaz de su propio desarrollo. En la embriología tomista queda claro que el embrión recibe desde el primer momento la naturaleza humana (Suma Teológica I-II q. 81 a.1 ad 2). Piotr Roszak, en su estudio sobre la vida del embrión según el gran Doctor de la Iglesia, explica que «de la continuidad del sujeto, a pesar de la discontinuidad de las formas (provisorias) que sufren el remplazo, surgen varias implicaciones éticas y un respeto al embrión desde el inicio».

El candidato presidencial -se nota- no ha leído a Santo Tomás, de allí que resulta vano su intento de «corrernos con la vaina». Tomás denuncia al aborto como pecado grave, y su embriología -que en la actualidad ya no goza de la exactitud científica que se le podía reconocer en el siglo XIII- implica que no es lícito abortar antes de que el embrión reciba el alma racional y espiritual que es la forma del cuerpo humano. Lo afirma claramente en la Suma Contra Gentiles, libro III, cap. 122; en ese pasaje declara al aborto pecado contra la naturaleza, y añade que ninguna especie animal, incluso las bestias, hace eso (cf. el Comentario al IV Libro de las Sentencias, d.31 q.2 a.3, donde lo estigmatiza como un «maleficium», es decir, una depravación). Esta identificación del aborto con el «maleficium» lo iguala al homicidio y a la «occisión de un inocente». La eliminación de la vida embrional ataca a un sujeto que es el mismo a lo largo de todo el proceso, entendido este como un camino de perfección; por lo tanto, se trata de una operación ilícita que interrumpe un desarrollo natural que debe continuar hasta el nacimiento de la nueva criatura. Los principios metafísicos que rigen la antropología tomista -la distinción acto-potencia, la afirmación de que la vida de los vivientes es el acto de ser- permiten pensar que el momento de la concepción es el de la animación y el comienzo del ser personal del hombre, lo cual coincide con los descubrimientos de la ciencia actual.

En su estudio de la encarnación del Hijo de Dios, Tomás prescinde de la embriología. En el instante en que María consiente al anuncio del ángel, por la acción divina atribuida al Espíritu Santo, «del cuerpo de la Santísima Virgen se forma (empieza a formarse) el Cuerpo de Cristo», y es creada su alma humana, constituyéndose así una naturaleza humana que es asumida por la segunda Persona de la Trinidad divina (cf. Lectura sobre el Evangelio de Mateo, cap. 1 n. 94). Jesús es hombre unívocamente a nosotros, como nosotros lo somos. «Corresponde al concepto de especie humana que el alma se una al cuerpo, ya que la forma no constituye la especie si no es el acto de una materia, y de este modo se consuma la generación» (Suma Teológica III, q.2 a 5c.). En suma, la Persona del Hijo eterno asume una humanidad plena, para ser perfecto Dios y perfecto hombre. La univocidad de la naturaleza humana de Cristo con la nuestra, permite comprender la formación del hombre prescindiendo de los datos médicos de la antigüedad, que han perdido todo valor científico.

La enseñanza de la Iglesia sobre el aborto ha sido invariable desde el siglo I, y se encuentra expresada en los más antiguos documentos cristianos; está basada en el quinto precepto de la Torá judía: No matarás. El autor de la Didajé o Doctrina de los Doce Apóstoles, escribió: No matarás el embrión mediante el aborto, ni darás muerte a un recién nacido. El Concilio Vaticano II también asocia el aborto al infanticidio (G.S, 51).

Para entablar un debate serio sobre el tema, los políticos deberían estudiar, y proceder luego con honestidad, evitando prejuicios ideológicos carentes de valor intelectual.

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