En cierta ocasión, viajando en autobús de Madrid a Logroño, se subieron en Almazán dos chicas adolescentes. Al poco rato sabíamos todos que una de las chicas había suspendido seis, que tenía que estar en su casa en Soria a las diez de la noche (eran las diez y media), y que sus padres no la querían porque al llegar a casa le esperaba una bronca. Entonces intervino un señor mayor y le dijo unas cosas sobre las que pensé: «Estate calladito, que no vas a hacerlo mejor». Recuerdo que le dijo a la chica que la bronca era precisamente una señal que sus padres la querían. Si tú a tus padres no les interesases y no te quisieran, no te dirían nada, porque para ellos es mucho más fácil y cómodo no decirte nada, pero afortunadamente para ti no es así.
Siempre he pensado que lo que los padres pueden hacer por sus hijos son fundamentalmente tres cosas: sus consejos, pero aunque sean buenos hijos, a partir de la pubertad no sirven de mucho, aunque siempre hay que darlos, aunque les llamen cansos, pero para poder decir a sus hijos. «te avisé». Las otras dos cosas son su oración, con un efecto muchas veces no visible, pero real, y su buen ejemplo. Oración y buen ejemplo se juntan de modo muy especial en la Misa y sobre todo en la Misa y muy especialmente en la Eucaristía.
Los hijos son, desde luego, muy queridos por los padres, pero es fundamental que lo sepan, porque se lo dicen sus padres. No nos olvidemos que la adolescencia es una época de grandes cambios y que los adolescentes están muy inseguros y hambrientos de cariño, por lo que es necesario darles una buena inyección de autoestima. Para ellos es necesario conocer que son muy importantes para sus padres y que éstos están accesibles y a su disposición. El cariño hacia los educandos es la única receta universalmente válida en educación. Aunque a veces sea desesperante y difícil el trato con ellos, pues su inseguridad les lleva a la reacción contraria de creerse ya autosuficientes, es una de las épocas en que más necesitan nuestra ayuda en forma de escucha y diálogo, especialmente las chicas con su madre. También, aunque a veces haya que reñirles y castigarles por lo que hacen mal, es muy conveniente premiarles y decirles que nos hemos dado cuenta de lo que hacen bien. Los adolescentes son una caja de sorpresas y, a veces, cuando esperas una respuesta positiva de ellos, te fallan lamentablemente, pero también, y creo que en más ocasiones, te sorprenden muy agradablemente.
Conviene, a su vez, que los padres sepan que son queridos por sus hijos, más de lo que ellos a menudo piensan. La mayor parte de los adolescentes tienen un gran cariño hacia sus padres, se saben queridos y están orgullosos de ellos, conformes e incluso agradecidos con la educación que reciben, aunque, con frecuencia, les da vergüenza manifestar externamente su cariño. Más de una vez les he preguntado que si tuviesen un hijo de su edad, cómo lo educarían. La respuesta casi siempre es: más o menos como a mí. Sólo hay un punto en que el desacuerdo es radical, y se da en todos los países: la hora de llegar a casa. Ahí el desacuerdo es radical, pero es que ahí quieren ser jueces y parte. Para los hijos es preciso que se den cuenta que la confianza se gana y hay que merecerla.
Me estoy refiriendo a padres y familias cristianas. Pero lo que me aterra, es lo que espanta a tantos abuelos en el confesionario. Muchos de ellos me dicen: «he procurado educar a mis hijos cristianamente. Son honrados, tienen grandes valores humanos, pero la Iglesia no la pisan». Es muy fácil que esos padres que tan solo educan a sus hijos en valores humanos, se encuentren que sus hijos no tienen, por supuesto porque así lo han querido ellos, valores cristianos, pero tampoco valores humanos, tanto más cuanto que si te descuidas, se está enseñando a los niños y adolescentes la diabólica pero legal ideología de género, con su total inversión de valores, que favorece la fornicación y el crimen del aborto, mientras condena el matrimonio monogámico y la familia. Un ejemplo de esta lucha contra nuestros valores es el impuesto del IVA: los pañales de niño tienen un impuesto del veintiuno por ciento, los preservativos del diez por ciento y la píldora abortiva del día después el cuatro por ciento. Eso es lo que podemos esperar de nuestras autoridades, lo que no deja de ser un motivo más para que los padres no descuiden la educación de sus hijos.
P. Pedro Trevijano, sacerdote
Publicar un comentario