En relación con las propuestas del card. Kasper (y compañía) de introducir el divorcio (y compañía) en la Iglesia, a menudo se nos dice que, como vivimos en una Época Nueva y Distinta, hacen falta Propuestas Novedosas e Innovadoras® para llegar a las personas. Incluso a veces se cita la frase de Cristo: a vino nuevo, odres nuevos (Mc 2,22).
Pensando sobre todo esto, se me ha ocurrido consultar a un experto en los efectos de este tipo de propuestas. No se trata de un experto meramente teórico, sino de alguien que conoce esos resultados de primera mano, porque resulta que no son Propuestas Novedosas e Innovadoras®, sino un mero y aburrido reciclaje de las medidas que ya se tomaron en el Anglicanismo hace décadas.
El experto, por supuesto, es John Hunwicke, antiguo pastor anglicano y converso al catolicismo en el Ordinariato creado por Benedicto XVI. Con su agudeza y humor habituales, el P. Hunwicke ha comentado estos temas en un par de artículos en su blog Mutual Enrichment y yo traduzco hoy sus comentarios para edificación de los lectores, escarmiento de los imprudentes y confusión del Viejo Nick.
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De nuevo, escuchamos la profundamente necia sugerencia de que la disciplina actual de la Iglesia de no permitir que los “divorciados vueltos a casar” reciban la Sagrada Comunión podría sustituirse (sólo caso por caso, por supuesto) por un período de disciplina muy dura (seguro que sí), seguido por la readmisión a la Comunión.
Ya intentamos todas esas tonterías en la Comunión Anglicana. Si no recuerdo mal, cuando fui ordenado como sacerdote anglicano en los sesenta, los que se habían “casado” por segunda vez después de haberse casado válidamente con otra persona, debían someterse a la disciplina de quedar excluidos de la Sagrada Comunión durante seis meses.
La norma no era más que papel mojado. Ni los obispos ni los clérigos parroquiales estaban dispuestos a arrostrar la ira (quiero decir, los sentimientos heridos) de aquellos a los que debían invitar a someterse a esa disciplina.
Créanme, ya probamos esas ideas en el Anglicanismo de Inglaterra y demostraron ser un mero paso preliminar brevísimo antes de la aceptación automática de todas las uniones de hecho.
[…] Con gran ayuda del antiguo Adversario, mi viejo y querido Anglicanismo llegó, hace décadas, al lugar al que intentan conducir hoy a la Iglesia Católica. Estoy de acuerdo en que es tremendamente sensato seguir el ejemplo y las enseñanzas del Anglicanismo si es que ése es el lugar al que han decidido dirigirse, con la misma augusta ayuda.
A mi entender, sin embargo, parecen ser (1) desconcertantemente ingenuos al no ser conscientes del destino al que de hecho se dirigen, (2) irritantemente arrogantes al creer que son los primeros en haber tenido esas Brillantes y Novedosas Ideas, y (3) totalmente obtusos al no darse cuenta de quién las ideó y dónde lo hizo.
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1) Un Arzobispo canadiense no muy espabilado quiere que las mujeres sean ordenadas diaconisas. Así es cómo, en el Anglicanismo, se fue preparado a la gente para que aceptaran las sacerdotisas.
2) Rosica, ese sujeto de lengua viperina cuyos deberes parecen incluir decir a los padres sinodales lo que deben pensar, afirma que la admisión a la Comunión de los divorciados en una nueva unión debería decidirse regionalmente. Como anglicanos, nuestro término técnico para esto era “autonomía de las provincias”. Es una forma genial de pervertir la fe… Se consigue que una perversión comience sólo en un lugar y, después, uno la extiende mediante una combinación de intimidación y sigilo.
¿Es que piensa el Diablo que puede salirse con la suya en la Iglesia Católica cuando el Anglicanismo muestra con total claridad a dónde llevan estos juegos? Parece que sí, y no sería la primera vez.
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