Recientemente viví una experiencia inquietante de tintes surrealistas. Por casualidad, alguien había publicado una fotografía de unas niñas vestidas con el uniforme escolar en la página Facebook de antiguas alumnas de mi colegio, que antes era un internado y ahora es un colegio católico para alumnas externas. La fotografía estaba encabezada por un breve texto relativo a los nuevos problemas transgénero con los que han de lidiar las escuelas privadas.
Añadí un comentario de una sola línea diciendo que esperaba que dichas escuelas no claudicaran, en esta materia, ante lo políticamente correcto. De inmediato, esta observación mía fue respondida con enérgicas protestas. Por ello, escribí un par de párrafos más para explicar las razones por las que, en materia de sexualidad, los cristianos no hacemos sino atenernos a la historia, la Biblia, la biología y el sentido común, y recomendé algunos libros. Estas observaciones suscitaron las respuestas iracundas e irracionales de varios comentaristas, que exigieron el cierre inmediato del hilo. Y en efecto, fue cerrado.
Recordé este incidente al leer el libro de Gabriele Kuby, «The Global Sexual Revolution: Destruction of Freedom in the Name of Freedom» (La revolución sexual mundial: La destrucción de la libertad en nombre de la libertad), traducido del alemán y publicado recientemente en inglés por la editorial Angelico Press. Como indica su título, el libro explica detenidamente, basándose en una amplia investigación y aportando datos reveladores, por qué en las últimas décadas la sociedad occidental –no así el resto del mundo– ha pasado del feminismo militante a la destrucción del matrimonio, para llegar ahora a promover agresivamente la «ideología de género» y el derecho a «elegir» el propio sexo.
Este escalofriante relato describe la influencia demoledora que ejercen las Naciones Unidas –a través de sus conferencias internacionales sobre el control de la población y los derechos de las mujeres– así como la Unión Europea, que, siguiendo su agenda laicista, hostiga a los Estados miembros renuentes a tipificar penalmente la «intolerancia» y los «delitos de odio», en particular la «transfobia». Según Kuby, «nunca antes había existido una ideología que pretendiera destruir la identidad sexual del hombre y la mujer, así como erradicar toda norma ética de comportamiento sexual.»
Kuby añade que «ahora ya no está permitido sostener, en la predicación, la enseñanza o la educación, que los fines de la sexualidad son la unión amorosa entre un hombre y una mujer y la procreación.»
Los lectores de Catholic Herald conocen y deploran esta insidiosa ofensiva. Ahora bien, por lo general, la voz de los cristianos está cada vez menos presente en el foro público, en donde la «tolerancia» ha pasado a ser el grito de guerra del relativismo y ya no resulta posible mantener un debate racional, reflexivo y respetuoso, tal como aprendí, penosamente, en la página de Facebook de antiguas alumnas de mi colegio.
Francis Phillips
Traducido por Víctor Lozano para InfoCatólica
Publicado originalmente en Catholic Herald
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