(Christoph Renzikowski/KNA) Una conversación diez años después del «discurso de Ratisbona» del Papa Benedicto XVI
Señor obispo, ¿dónde estaba usted el 12 de septiembre de 2006?
En Múnich. Estaba preparando con un amigo un libro sobre nuestro común maestro de religión. Nos reuníamos en la casa parroquial de San Pedro para redactar las últimas correcciones mientras el televisor estaba encendido. Teníamos de pasada medio oído puesto en lo que estaba sucediendo en Ratisbona.
¿Cuándo fue usted consciente de la importancia de las declaraciones del Papa?
Recuerdo que la polémica cita de un emperador ostrogodo acerca del profeta Mahoma, de 500 años de antigüedad, aún dos días más tarde no era objeto de ningún comentario en Freising (sede tradicional del arzobispado de Múnich-Freising, N. del T.). Por la tarde escuché en los medios que había habido protestas e incluso disturbios violentos en Egipto y otros países árabes. Así, al leer de nuevo el discurso, me di cuenta de que la cita podía ser objeto de malentendidos, si uno se empeñaba en ello.
En realidad el discurso de Benedicto iba sobre el gran tema de su vida: la relación entre fe y razón.
Sí, y de hecho la cita no puede ser en absoluto entendida fuera de este contexto. El gran discernimiento de Benedicto consiste en que fe y razón son mutuamente dependientes. Yo creo que cada año que pasa esto es más actual. Sin la razón la fe tiene el peligro de derivar hacia el fanatismo, y sin fe se empequeñece la razón, se llena de ataduras, pierde su propia dignidad.
A pesar de todo, prevaleció la impresión de que el Papa quiso hablar del tema Islam y violencia.
Así son las reglas de la comunicación pública. Cuando se saca a la palestra un tema conflictivo queda muy restringida la capacidad de análisis. Es difícil de evitar, pero en este caso no le hizo ningún favor a la acogida general que obtuvo el discurso.
En el mundo islámico hubo al principio una gran indignación. Se le pidió al Papa una rectificación o, al menos, una disculpa. En la Iglesia, internamente, se habló también de una torpeza diplomática evitable.
Opino que todas esas reacciones no fueron justas. Por supuesto que el Papa eligió una cita con un cierto potencial provocativo, pero en ningún momento la asumió como propia. Lo menos que se puede esperar de gente instruida es que comprendan e informen correctamente sobre el uso que se dio a dicha cita.
Si uno consulta hoy la versión que ofrece el Vaticano del discurso, se ve que Benedicto XVI ha añadido aclaraciones en dos notas a pie de página.
Sin embargo, quien conoce su obra sabe también que en el tema de la identidad espiritual de Europa Joseph Ratzinger ha observado alguna coincidencia entre cristianos y musulmanes, por ejemplo el respeto por lo sagrado. Sólo aquél que quiera ocultar esto, o que simplemente lo ignore, ha podido valorar la cita como una nota agresiva contra el Islam.
Cierto tiempo después tomaron la palabra más de 100 intelectuales musulmanes en lo que parecía una nueva iniciativa de diálogo católico-musulmán. ¿Qué ha sido de todo ello?
Sé del Vaticano que ahí han sucedido muchas cosas en secreto. Pero en el diálogo cristiano-islámico siempre surge la cuestión de los interlocutores representativos. ¿Cómo se pueden incorporar las grandes autoridades de la universidad? Aquí se pone de manifiesto que el conflicto inter-islámico entre sunitas y chiitas es mucho más dramático que la tensión entre cristianos y musulmanes. Sería interesante que las iglesias cristianas pudieran aportar su ayuda, basada en su experiencia histórica común, para avanzar en el «ecumenismo» inter-islámico.
La violencia terrorista en nombre de Allah conmociona no sólo el Oriente y el Norte de África. Se practica también en Europa por medio de jóvenes que han crecido aquí o que han venido como refugiados. ¿Qué lecciones podemos extraer de aquel discurso del Santo Padre de entonces, que hoy cumple diez años de antigüedad, para los problemas actuales?
Lo primero que me gustaría es que las autoridades islámicas se distanciaran más claramente de lo que hasta ahora hemos podido percibir. Y también que fijaran una interpretación espiritual obligatoria de aquellos versos del Corán que a menudo son utilizados como legitimación de la violencia. En mi opinión hay que plantear la cuestión de cómo hay que entender el Corán, de dónde proviene su autoridad. También nosotros los cristianos estamos llamados a explicar cómo entendemos nuestra Sagrada Escritura. Pero nuestra fe no se basa en un libro o en una idea abstracta, sino en una persona que se nos ha revelado a través de un acontecimiento histórico. También acerca de esto, de la imagen de Dios, deberíamos llevar a cabo un diálogo religioso fundamental.
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