Queridos sacerdotes concelebrantes, queridas autoridades, queridos fieles donostiarras y visitantes que disfrutáis de estas fiestas entre nosotros; queridos todos, hijos de Dios, y por su gracia, hijos también de María:
El 15 de agosto la Iglesia Católica celebra la solemnidad de la Asunción de María a los Cielos… ¿Qué es lo que confesamos en este día, que en el año 1950 fue declarado como dogma de fe por el Papa Pio XII? María, la Madre de Dios, inmaculada y siempre virgen, al terminar el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. A diferencia del resto de los santos, los cuales gozan solo en alma de la visión de Dios en el Cielo, a la espera de que su cuerpo participe de la gloria de la resurrección de Cristo al final de los tiempos; María participa plenamente del Cielo desde el mismo momento de su muerte; no solo con su alma, sino también con su cuerpo.
Los teólogos especialistas en mariología han explicado el sentido de esta “singularidad” de María: Ella ha sido la persona humana más unida a la misión de su Hijo, salvador y redentor de la humanidad, lo cual la une al destino eterno de su Hijo de forma especial. Así lo dice bellamente la liturgia de hoy: “no quisiste que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu Santo, concibió en su seno al autor de la vida”.
Pero no se trata exclusivamente de la fiesta de la unión de la Madre con su Hijo resucitado; sino que se trata de una fiesta en la que celebramos la esperanza de lo que Dios quiere realizar en todos nosotros. La Asunción al Cielo es la reverberación de la resurrección de Jesucristo en el miembro más eminente de la Iglesia, que se convierte en un gran anuncio de lo que Dios espera consumar en el resto de sus hijos. De esta forma, María es consuelo y esperanza de los que peregrinos en la tierra.
Conviene que hagamos algunas aplicaciones concretas de las enseñanzas derivadas de nuestra fe en la Asunción. Refiero brevemente tres de ellas:
1.- Hagamos una aplicación a la última de las obras de misericordia corporales: “Enterrar a los difuntos”: En efecto, la salvación de Dios, como contemplamos en María, alcanza al hombre entero; cuerpo y alma. En efecto, nuestro cuerpo –y no solo nuestra alma o espíritu— está llamado a la salvación eterna. En coherencia con esto, la fe católica rechaza de lleno la creencia en la reencarnación, por cuanto ésta supone una minusvaloración de la corporalidad… Precisamente, la fe cristiana es la fe en la “encarnación”, es decir, la fe que confiesa que Dios asumió la carne humana por toda la eternidad. Digámoslo de un modo claro: ¡Dios tiene cuerpo humano! Sí, me refiero a la humanidad de Jesús engendrada en las entrañas de la Virgen María. La fe cristiana es incompatible con los dualismos de corte reencarnacionista que se difunde en nuestros días, al amparo de una espiritualidad difusa que se conoce con el nombre de “New Age” o “Nueva Era”.
Por ello, la fiesta de la Asunción de María a los Cielos, nos invita a cuidar especialmente de la última de las obras de misericordia corporales: “enterrar a los difuntos”. En efecto, de nuestra la fe cristiana en la resurrección de los muertos, se deriva la piadosa práctica de dar sepultura al cuerpo de los difuntos. Es una consecuencia práctica de nuestra fe en la resurrección de los cuerpos, que están llamados a unirse con sus almas en la parusía final. No en vano, la etimología latina del término “cementerio” significa, ni más ni menos que, ¡dormitorio! Y no está de más recordar que la legítima incineración de los cuerpos no anula la obra de misericordia que nos pide dar sepultura a los difuntos.
2.- Ecología del hombre; respeto a nuestra corporalidad: Frente a la tendencia dualista que tiende a disociar la materia del espíritu o el cuerpo del alma; la fiesta que hoy celebramos nos recuerda que el ser humano es una unidad sustancial de cuerpo y alma. Nuestro cuerpo no es una especie de “prótesis”, que podamos manipular o cambiar a nuestro antojo. El cuerpo es el icono del alma. No es “algo” sino que es “alguien”, soy “yo” mismo. Por lo tanto, cuando “jugamos” con nuestro cuerpo, lo hacemos con nuestra propia alma, es decir, con nuestra propia persona. Transcribo unas palabras de la encíclica “Laudato Si” que el año pasado publicó el papa Francisco, en la que aboga por una ecología integral, y no solo por una ecología animal, vegetal o mineral: “La ecología humana implica algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo»” (LS 155)
3.- Esperanza trascendente: La fiesta de la Asunción es una invitación a que elevemos nuestras “esperanzas” hacia una “esperanza trascendente”... Alguien dijo que quien carece de una verdadera “esperanza”, vive invadido por multitud de deseos: deseos materiales, miopes, cortoplacistas, etc… Y es que, en última instancia, la esperanza no es otra cosa que la fe en el Dios fiel y misericordioso. Decía San Agustín que: “Hay dos grandes peligros: vivir sin esperanza, y vivir con una esperanza sin fundamento”. Si no tenemos fe, nuestra esperanza corre el riesgo de reducirse a un optimismo voluntarista. Por ello, el Papa Francisco gusta de repetir: “No me gusta la palabra ‘optimismo’ porque expresa una mera actitud psicológica. Me gusta más usar la palabra esperanza”. El mismo Francisco añade: “La esperanza es como la levadura, la que hace que el alma sea grande”.
En definitiva, queridos hermanos, le pedimos a nuestra Madre Asunta a los Cielos que reciba nuestra “espera” y la transforme en “esperanza”; que acoja nuestros “deseos” y los purifique hasta transformarlos en “voluntad de Dios”.
Os deseo unas felices fiestas de Semana Grande, en las que se visualice la riqueza del encuentro respetuoso entre las sensibilidades tan diversas existentes en nuestra sociedad; abiertos siempre a la comunión. ¡Feliz día de la Asunción de María a los Cielos!
+ José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián
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