(Paolo Facciotto / La Nuova Bussola Quotidiana) «Llamemos a las cosas por su nombre: Lutero no quería reformar la Iglesia, sino que la demolió objetivamente. Redujo la fe a sentimiento y suprimió la realidad eclesial en lo referente a su sacramentalidad. Es inexacto y parcial decir que fue un reformador incomprendido». Éstas son palabras de monseñor Luigi Negri, que el domingo por la noche presentó en un concurrido acto público en el cine Tiberio de Rimini su último libro, la nueva edición actualizada de «Falsas acusaciones a la Iglesia. Cuando la verdad desenmascara los prejuicios», publicada por la editorial Gribaldi, con una presentación de mons. Luigi Giussani.
Entre los diez capítulos de la obra, escrita en el estilo vigoroso y sintético que caracteriza al autor, uno de ellos está dedicado precisamente al protestantismo, un tema muy de actualidad con motivo del ya próximo quinto centenario de su origen. Respondiendo a la pregunta del moderador sobre lo que había ocurrido en 1517 y los años siguientes, el arzobispo de Ferrara-Comacchio ha explicado:
«Lutero fue quien empezó la reducción de la fe a puro sentimiento. Lo hizo bajo el impulso de muchas problemáticas, incluyendo las de orden personal y orden moral, pero es indudable que desde Lutero en adelante la fe no es una cosa objetiva, un encuentro real e histórico que continúa sucediendo: es un sentimiento. Como dicen sus formulaciones más radicales: si sientes que estás salvado, estás salvado; si no sientes que estás salvado, no estás salvado.
El sentimiento se produce al leer las Sagradas Escrituras, por lo cual la realidad eclesial, en su forma concreta, no sólo ya no es necesaria, sino que es sustancialmente dañosa. La Iglesia constituye una forma de mediación indebida entre Cristo y la persona. Pero el Cristo con el que el protestante afirma encontrarse es un Cristo que pasa muy pronto a ser el contenido del mensaje de las Escrituras, interpretado adecuadamente por los exégetas.
Hay que llamar a las cosas por su nombre: Lutero no quería reformar la Iglesia (aunque no sé si en principio tenía este deseo), sino que, de hecho, objetivamente, la demolió. Cuando él empezó su demolición, la Iglesia católica florecía en casi toda Europa. Pero si la fe es un problema individual, subjetivo, la Iglesia ni siquiera puede verse, la verdadera Iglesia, que es la de los elegidos, es secreta: sólo la ve Dios y uno la identifica en su conciencia. Por eso no existe una historicidad de la Iglesia de los elegidos, sino la historicidad de la Iglesia alemana, la inglesa, la francesa...
A esto se une el hecho de que entonces había enormes posesiones económicas y abundancia de fincas rústicas. Las grandes órdenes de caballería germánicas poseían dos tercios de los campos. Precisamente, una cosa que no tiene absolutamente nada que ver con la fe católica, y que si los luteranos no la superan acabará por impedir el retorno (aparte del hecho de que las mujeres ahora son también »obispas«), es la creación de la Iglesia del Estado. Lutero dice: en toda esta masa de realidad eclesial, pido a los príncipes de la nación alemana que nos protejan. Y así nace la Iglesia alemana. En Inglaterra está la iglesia anglicana, en Praga está la iglesia husita, y de modo semejante en otras naciones. Por tanto, por primera vez la pertenencia eclesiástica no radica en la fe, sino en el hecho de ser alemán, inglés, francés, etc.
Reducción psicológica y espiritual de la fe y supresión de la realidad eclesial en su sacramentalidad: Lutero no cree que la Iglesia sea sacramento, ya que prácticamente hace desaparecer todos los sacramentos, excepto el bautismo.
Nosotros nos hemos encontrado, en estos tres últimos siglos, con un intento de demolición interna de la Iglesia de carácter «semi-protestante». Cuando algunos grandes hombres de la Iglesia como Benedicto XVI y San Juan Pablo II hablaban de un cripto-protestantismo presente en la realidad de la Iglesia católica, estaban diciendo que el enemigo protestante no estaba fuera; el enemigo protestante se había asentado sólidamente en el interior de la Iglesia.
Éste es Lutero. Si se dice otra cosa, si se dice que fue un gran reformador, pero la Iglesia no lo comprendió y bla, bla, bla, se están diciendo cosas realmente parciales e inexactas».
La presentación del libro, promovida por la Fundación Juan Pablo II para la Doctrina Social de la Iglesia, prosiguió con temas como la doble vía del pasado (Revolución francesa, concordatos), de la historicidad del acontecimiento cristiano y del presente.
Al principio de su intervención, Negri dio indicaciones de método para el estudio de la historia de la Iglesia y recordó cómo en la «Juventud Estudiantil» de los años 60, dirigida por Giussani, nacieron las llamadas «fichas de revisión» sobre argumentos históricos, literarios o científicos, que se copiaban en ciclostil y se distribuían gratuitamente. En algunos casos, como en el de «el problema de Galileo», de esas fichas nacían opúsculos de prensa autofinanciados gracias a la ayuda personal del sacerdote de Desio. Eran temas lejanos en el tiempo, pero que llegaban a las aulas y constituían puntos de discusión con el laicismo imperante en las escuelas.
«Es la dialéctica de la fe. Es la dialéctica entre la fe y el mundo. Si una fe no recibe dialéctica del mundo y no proporciona dialéctica al mundo, no tiene sentido», comentó Negri. Y sobre la relación entre la Iglesia y el Estado dijo: «Esta tensión entre el poder y la Iglesia, entre en el poder y la vida y la libertad religiosa, es una constante en la vida de la Iglesia y vuelve en formas infinitas. ¿Acaso piensan ustedes que hoy el debate sobre los llamados valores sensibles no constituye un enfrentamiento frontal con una concepción de la vida totalmente atea, puramente científica y tecnológica, en la cual todo es ciencia y tecnología, una modalidad que decide si dejar o no dejar a los niños que nazcan, y que manipula la existencia de éstos? Hoy el nuevo totalitarismo es de carácter tecno-científico».
De este tema Negri pasó al debate sobre la reforma constitucional:
«La cuestión es que las dos realidades sean independientes y soberanas. Fíjense bien dónde va a parar la realidad de la Iglesia en este nuevo ordenamiento. Nuestra Constitución considera ciertamente que la sociedad está hecha de personas, familias, grupos, realidades sociales de mayor o menor importancia, pero también de una realidad social ajena e irreductible a las demás, que se llama Iglesia católica».
Si el nuevo dictado constitucional trae a la mente una imagen (lo digo hipotéticamente) de sociedad como conjunto de individuos; si se reconocen sólo los derechos de los individuos, y ya se reconocen a regañadientes los de la familia, los derechos de la Iglesia se reconocen menos que nunca. Ése es un cambio constitucional que, en mi opinión, debe ser rechazado. Hago mucho hincapié en esto porque no hay fe sin batalla.
La Iglesia debe asegurarse en cada momento de su historia de que el poder no la aplaste, y por otra parte debe vivir con coherencia la reducción de sus pretensiones con respecto al Estado. La Iglesia no pretende guiar al Estado. La Iglesia no ha querido nunca ser una Iglesia de Estado; al contrario, su idea fundamental es que en la sociedad haya libertad para todos». «No se adapten ustedes a la mentalidad del siglo: el peligro es precisamente ése, el de razonar como el mundo. Vivir como el mundo es una necesidad mezquina, ya que también el cristiano está sometido a la tentación. Pero razonar con los criterios del mundo es el pecado del cual dependen todos los demás».
La lucha con el poder forma parte de nuestra misión. Esta misión no se reduce a la lucha con el poder, pero no hay verdadera misión si ésta se lleva a cabo de forma pacifista: existen leyes que están cambiando la faz de la sociedad y de la familia, pero a los cristianos no nos interesan estas cosas..; a nosotros nos interesa nuestra experiencia subjetiva, el decirles en un susurro a nuestros amigos no cristianos: «Eh, oye; para no caer en la tentación de restringir la libertad de los demás...». Ésta no es la misión de la Iglesia.
La misión de la Iglesia es hacer que frente al mundo, de forma oportuna o inoportuna, la Iglesia continúe divulgando el gran mensaje de Cristo. Y que lo divulgue no anunciándolo de forma abstracta, sino con la realidad de un pueblo. La evangelización hace nacer la Iglesia y la incrementa. Esto proviene de las primeras prédicas, hechas por los primeros apóstoles, que también tenían las manos bastante ásperas... porque cuando Pedro habla, entre los que le escuchan, están los que maltrataron al Señor. Y él no dice en absoluto: «Hagamos como si no hubiera pasado nada y os perdono a todos.» El perdón se da después de haber señalado las culpas. El perdón de Dios lo obtenemos en la Confesión, pero sólo cuando uno admite su culpa y siente sobre sí el juicio de la Iglesia. El juicio de la Iglesia se expresa como perdón, pero el juicio existe».
Y hablando del tema del próximo referéndum, dijo mons. Negri: «La Iglesia no puede dejar de juzgar cosas como éstas; si no las juzga es infiel a su misión. Por eso quienquiera que diga, sea cual sea el color de su ropaje, que se puede uno quedar en silencio y pensando en otras cosas, traiciona a la Iglesia».
Mons. Negri ha trazado después un paralelismo histórico con el «no» del Papa a las leyes raciales del fascismo: «Si la iglesia no tiene el valor de decir estas cosas, deja a su pueblo a la deriva. Pero si el pueblo se queda a la deriva, el mismo pueblo tiene –en mi opinión– el sacrosanto derecho de decir: pero ¿por qué vosotros, que sois nuestros pastores, nos dejáis a la deriva? Hay cuestiones de la vida socio-política ante las que los verdaderos cristianos no pueden guardar silencio».
(Traducción de Alberto Mallofré, del Equipo de traductores de InfoCatólica)
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(N. del E.-Mons. Luigi Negri (Milán, 1941-), laureado en Filosofía y licenciado en Teología, fue ordenado sacerdote (1972) y, colaboró con Mons. Giussani en la formación de Comunión y liberación. Muchos años profesor en la Universidad Católica de Milán, es autor de numerosas obras. Nombrado Obispo de San Marino-Montefeltro (2005), es actualmente Arzobispo de Ferrara-Comacchio (2012))
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