(InfoCatólica) En plena polémica sobre cuestiones como la comunión de los divorciados vueltos a casar, con cardenales y obispos sosteniendo posturas antagónicas e irreconciliables, representantes de la Santa Sede estuvieron la semana pasada en Costa Rica para dar a conocer su interpretación la Exhortación Apostólica Amoris Letitia a los pastores encargados de guiar las diócesis y parroquias.
Mons. Vito Pinto, decano de la Rota Romana, se encargó de exponer y aclarar a los presentes cómo cree él que pueden cumplir con lo expuesto por el Santo Padre.
En este encuentro, realizado el 7 y 8 de agosto en el Centro Diocesano de Pastoral en La Garita de Alajuela participaron cardenales, obispos, vicarios judiciales y párrocos, provenientes de Nicaragua, Costa Rica y Panamá.
Aparte de las cuestiones sobre los procesos de nulidad, en las que pidió a los obispos involucrase en los casos y no dejaro todo en manos de los vicarios judiciales, Mons. Pinto habló también de los sacerdotes como guías en el proceso de discernimiento de los implicados en situaciones especiales (divorciados vueltos a casar), pues los pastores no pueden conocer la conciencia de cada quien y por lo tanto, según él, corresponde a la propia persona discernir qué camino debe seguir dentro de la Iglesia.
Las reacciones de los obispos a las palabras del decano de la Rota no se hicieron esperar.
«Este encuentro, sin duda, vendrá a fortalecer nuestra acción pastoral a favor del matrimonio y la familia, desde la perspectiva que nos plantea la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. Respondemos así al deseo presente en ese documento, como es exhortar a los obispos, sacerdotes y vicarios judiciales, responsables de la acción pastoral, una nueva e inmensa cruzada que sostenga, ayuda y reactive la familia en la fuerza vital que procede de su origen sacramental, es decir, el matrimonio»
Mons. José Rafael Quiroz
Arzobispo de San José, Costa Rica«Me parece interesante cómo debe ser el discernimiento del obispo y cómo hacerlo desde un conocimiento del Derecho Canónico y la Eclesiología del Papa. Cuando Mons. Vito Pinto nos hablaba de que el obispo no debe confiar todo a su vicario judicial, yo pensaba que no solamente eso, sino que debe haber una comunión estrecha entre ellos. Lo siento como una novedad, porque a pesar de que ya el Papa Juan Pablo II había hablado de eso, creo que los obispos nos limitábamos a firmar»
Cardenal Leopoldo Brenes
Arzobispo de Managuam Nicaragua“Es importantísimo, mi impresión es que escuchar al decano es escuchar las ideas del Papa en persona, la pasión con que habló es la misma que le pone el Papa. Nos dice que ejerzamos justicia pero con caridad y misericordia, con equidad y progresividad. El presbítero acompaña a las personas para que estas, a conciencia, si ven que califican después de un serio discernimiento, puedan acudir a la Confesión y a la Comunión”
Mons. Manuel Eugenio Salazar
Obispo de Tilaràn-Liberia, Costa Rica
En contra del Magisterio de la Iglesia
La postura de Mons. Vito Pinto, choca abiertamente con el Magisterio de la Iglesia, tal y como lo enseñó San Juan Pablo II en la exhortación post sinodal Familiaris Consortio:
84. La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.
La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos»
Y en cuanto al papel de la conciencia, el decano de la Rota Romana y Mons. Manuel Eugenio Salazar, contradicen igualmente lo indicado en la «Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar», aprobada por el papa San Juan Pablo II y enviada a los obispos por el entonces Cardenal Joseph Ratinzger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (luego papa Benedicto XVI), el 14 de septiembre de 1994:
6. El fiel que está conviviendo habitualmente «more uxorio» con una persona que no es la legítima esposa o el legítimo marido, no puede acceder a la Comunión eucarística. En el caso de que él lo juzgara posible, los pastores y los confesores, dada la gravedad de la materia y las exigencias del bien espiritual de la persona y del bien común de la Iglesia, tienen el grave deber de advertirle que dicho juicio de conciencia riñe abiertamente con la doctrina de la Iglesia. También tienen que recordar esta doctrina cuando enseñan a todos los fieles que les han sido encomendados.
7. La errada convicción de poder acceder a la Comunión eucarística por parte de un divorciado vuelto a casar, presupone normalmente que se atribuya a la conciencia personal el poder de decidir en último término, basándose en la propia convicción,sobre la existencia o no del anterior matrimonio y sobre el valor de la nueva unión. Sin embargo, dicha atribución es inadmisible. El matrimonio, en efecto, en cuanto imagen de la unión esponsal entre Cristo y su Iglesia así como núcleo basilar y factor importante en la vida de la sociedad civil, es esencialmente una realidad pública.
Igualmente, San Juan Pablo II, Papa, explica en la encíclica Ecclesia de Eucharistía, la enseñanza de la Iglesia en relación a quienes comulgan en pecado mortal y la de quienes, aun no creyendo estar en pecado mortal, viven públicamente de forma contraria a la moral católica:
36. La integridad de los vínculos invisibles es un deber moral bien preciso del cristiano que quiera participar plenamente en la Eucaristía comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. El mismo Apóstol llama la atención sobre este deber con la advertencia: « Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa » (1 Co 11, 28). San Juan Crisóstomo, con la fuerza de su elocuencia, exhortaba a los fieles: «También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo»
Precisamente en este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica establece: « Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar» Deseo, por tanto, reiterar que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia, la norma con la cual el Concilio de Trento ha concretado la severa exhortación del apóstol Pablo, al afirmar que, para recibir dignamente la Eucaristía, « debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal »
37. La Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí. La Eucaristía, al hacer presente el Sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándolo sacramentalmente, significa que de ella se deriva una exigencia continua de conversión, de respuesta personal a la exhortación que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto: « En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! » (2 Co 5, 20). Así pues, si el cristiano tiene conciencia de un pecado grave está obligado a seguir el itinerario penitencial, mediante el sacramento de la Reconciliación para acercarse a la plena participación en el Sacrificio eucarístico.
El juicio sobre el estado de gracia, obviamente, corresponde solamente al interesado, tratándose de una valoración de conciencia. No obstante, en los casos de un comportamiento externo grave, abierta y establemente contrario a la norma moral, la Iglesia, en su cuidado pastoral por el buen orden comunitario y por respeto al Sacramento, no puede mostrarse indiferente. A esta situación de manifiesta indisposición moral se refiere la norma del Código de Derecho Canónico que no permite la admisión a la comunión eucarística a los que « obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave».
En el mismo sentido se pronunció el papa Benedicto XVI en la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis:
El Sínodo de los Obispos ha confirmado la praxis de la Iglesia, fundada en la Sagrada Escritura (cf. Mc 10,2-12), de no admitir a los sacramentos a los divorciados casados de nuevo, porque su estado y su condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se significa y se actualiza en la Eucaristía.
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