(Josue Villalón/AlfayOmega) Viernes de Dolores en la catedral sirio-católica del Espíritu Santo de Homs. Poco antes de las cinco de la tarde comienzan a llegar grupos de mujeres, algún que otro joven y varias familias. Muchos de ellos, especialmente los más mayores, visten de negro: «Durante la Cuaresma y la Semana Santa acudimos a la iglesia vestidos así», aclara Christine Arwash, feligresa.
En seguida comienza el rezo del vía crucis, una oración muy importante para los cristianos de Siria y de Oriente Medio. «Esta oración es una tradición para nosotros –comenta el joven Hamer Mussa–. Por eso venimos todos los días de Cuaresma, y especialmente cada viernes, a rezar juntos». El párroco preside el encuentro, un diácono lleva una cruz grande de madera pintada de color negro y tres acólitos portan cirios. Van deteniéndose en cada estación alrededor de la Iglesia.
Después de las lecturas de los Evangelios, se reza el padrenuestro y el avemaría en árabe y en siriaco, la lengua litúrgica del rito sirio-católico. El templo aún muestra las marcas de la guerra que se ha ensañado especialmente con la minoría cristiana de Siria. El cuadro que preside la iglesia, una imagen que representa la escena de Pentecostés, está completamente rajado. Varias zonas del techo están recién pintadas, destacando los lugares por donde cayeron varios morteros. Faltan algunas imágenes de las estaciones del vía crucis, destruidas o robadas durante los años de fuertes combates en la Ciudad Vieja de Homs.
Esta oración, que sigue el camino de Jesús hasta el Calvario, «es muy importante porque nos acompaña en nuestro sufrimiento», comenta otro feligrés. El párroco, padre Kassab, reconoce al finalizar la celebración: «La Semana Santa es reflejo de nuestra vida: pasión, muerte y resurrección. Los cristianos hemos sufrido y estamos sufriendo mucho por la guerra en Siria. Algunos han muerte por los ataques, otros han sido asesinados por nuestra fe. Ahora tratamos de recuperar la esperanza y esperamos con ansia que Jesús resucite».
Entre los asistentes, todos han experimentado sufrimientos fuertes en sus vidas: han perdido familiares, o aún atraviesan enfermedades y operaciones. Los jóvenes tienen un futuro incierto. En su carne están visibles las heridas de Jesús en el Calvario; otros son como la Verónica o el Cireneo, que hoy siguen cargando con la cruz de Cristo.
Ayuda a 2.000 personas
Una escena parecida se revive en la iglesia greco-católica de San Pedro, en el pueblo de Marmarita, corazón del Valle de los Cristianos. En esta región de Siria, cerca de la frontera con el Líbano, hay miles de desplazados procedentes de otras partes del país donde los combates se intensifican: Alepo, Damasco o Idlib. «En nuestra sencilla parroquia estamos atendiendo a 2.000 personas cada mes. Gracias a la ayuda recibida de la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada podemos pagar el alquiler de muchos desplazados, ofrecerles ropa, alimentos, medicación y el tratamiento sanitario que necesitan para un cáncer o un problema del corazón», comenta el padre Walid Iskandafy.
«Cada día de Cuaresma rezamos vísperas a las cuatro y media. Acuden unas 50 personas. Los salmos son cantados, algunos en griego y otros en árabe». Al finalizar, un grupo de mujeres y hombres se quedan para ensayar los cantos de la Misa y preparar las celebraciones para la Semana Santa.
«María es nuestra esperanza»
El templo está repleto de iconos, entre los cuales está representada santa Teresa de Jesús, la mística española. En el iconostasio, ornamento de madera que separa el altar del resto de la nave central, la imagen de la Virgen María ocupa un lugar privilegiado: «María es nuestra esperanza; ella, que vivió la Pasión junto a su hijo, está con nosotros cada día que dura nuestro sufrimiento aquí. Numerosas personas me cuentan que han experimentado la presencia consoladora de María en estos últimos años», afirma el padre Walid.
La familia Abboud es uno de los testigos de este amor consolador de Dios a través de María y la Iglesia en Siria. «Huimos de Homs por la guerra. Un día nuestro hijo Michel, de 25 años, estaba en el salón de casa cuando de repente una bala perdida la atravesó la cabeza. Murió en el acto –nos cuenta Maha Sanna, la madre–. Vinimos al Valle de los Cristianos, y estamos viviendo en un piso de alquiler que nos paga la Iglesia. Si no fuera por eso, no sé donde estaríamos». Su vivienda se encuentra en el pueblo vecino de Nashra, que literalmente significa Nazareno en árabe. Hoy sigue habiendo miles de nazarenos como los Abboud, que en Siria y en tantas otras partes del mundo, cargan con sus cruces ante la mirada indiferente de los demás.
«Damos las gracias a tantas personas que nos están apoyando desde España, a través de organizaciones como Ayuda a la Iglesia Necesitada. Estamos vivos gracias a ellos», asegura Ghassan, el padre de familia. «Sabemos que no estamos solos. Rezamos por vosotros y por favor, nunca dejéis de rezar por nosotros. Que tengáis feliz Pascua, que Jesús Resucitado os colme de bendiciones».
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