Parece que la Gracia está atravesando malos momentos en nuestros días. Hay dos extremos en competición y ambos están equivocados y dañando la vivencia de la vida cristiana.
Uno de los temas de la Reforma protestante, cuyo quinto centenario estamos recordado, tristemente, fue la centralidad de la gracia: ‘sola gratia’ (solo la gracia). Por alguna extraña razón, Lutero y sus colegas pensaron que habían descubierto una nueva perspectiva en la Ley cristiana. La realidad y la necesidad de la gracia era una enseñanza de la Iglesia desde tiempo inmemorial y la Iglesia y el Concilio de Trento reafirmaron esa misma enseñanza en la manera más clara.
La gracia, sin embargo, parece estar atravesando por muy mal momento en la actualidad. Hay dos tendencias en competición y ambas están equivocadas y dañando la vivencia de la vida cristiana.
La primera sugiere que la gracia no es necesaria porque somos buenos de sobra a la vez que suficientemente fuertes y capaces para para obrar el bien por nuestras propias fuerzas; esto es el resurgir de la herejía pelagiana, del monje Pelagio, del siglo cuarto, contra el que San Agustín luchó tan poderosamente (1).
La segunda sugiere que los preceptos evangélicos están por encima de nuestras posibilidades como meros mortales y así, la gracia no es suficiente para suplir ese defecto.
En otras palabras, o Dios nos ha puesto una carga insoportable o Él no espera de nosotros, realmente, que vivamos de acuerdo con sus mandamientos. Esta parece ser la táctica del Cardenal Walter Kasper.
Pero veamos lo que la Iglesia tiene que decirnos sobre la Gracia.
En términos teológicos, la gracia es a la vez poder y relación. Como poder, la gracia nos da la capacidad de obrar e ir más allá de nuestra propias capacidades humanas. La gracia no es simplemente como un producto de mayor octanaje que impulse lo que poseemos a nivel natural; es la infusión del poder del Espíritu Santo, que nos fue dado originalmente en el Bautismo y que se incrementa con cada recepción de los sacramentos adecuadamente. De esta forma, es también una relación, una relación íntima con el Dios Trino y Uno.
Como todo poder o relación a nivel humano puede crecer o disminuir y perderse. Cada acto virtuoso que realizamos es resultado de la gracia de Dios, que nos mueve a actuar de una manera positiva, acompaña nuestro actuar y lo lleva a feliz conclusión. El cumplimiento del acto de virtud, entonces, profundiza nuestra relación con Dios Todopoderoso. Cada respuesta positiva al impulso de la gracia divina nos prepara para futuras nuevas respuestas positivas. Por el contrario, si fallamos en nuestra respuesta a los movimientos de la gracia divina, ello nos lleva a disminuir nuestra relación con Dios.
Los lectores que tengan suficiente edad y hayan sido tan afortunados por haber aprendido su fe católica por medio del ‘Catecismo de Baltimore’ (2) recordarán que hay dos tipos de gracia: la santificante y la actual. Y debo recordar que el actual ‘Catecismo de la Iglesia Católica’ (del que espero tengan su propio ejemplar, que lo lean y lo relean con frecuencia) enseña lo mismo. Así, sus parágrafos 2023 y 2024 nos enseñan lo siguiente:
«La gracia santificante es el don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla. La gracia santificantes nos hace agradables a Dios» (3)
La gracia actual, por otro lado, es una forma de actuar especial del Espíritu Santo, un digamos ‘santo codazo amistoso’, para urgirnos a obrar el bien o evitar el mal.
Una vez más, vemos que la respuesta positiva nos hace crecer en gracia santificante, haciéndonos más agradables a Dios y por ello, más cercanos a Él.
La gracia de Dios nunca nos falta; siempre está disponible para nosotros, aun antes de pedirla; más aún, está disponible aun antes de saber que la necesitaremos.
‘Gratia’, en latín, significa don, gracia otorgada, favor que se concede (4) y es una señal constante de la generosidad de la Trinidad Bienaventurada que pone su poder divino a nuestra disposición.
Es importante señalar, sin embargo, que como tal don gratuito nunca nos fuerza ni obliga, es siempre una propuesta de Su amor, pero por ese mismo inmenso amor de Dios para con nosotros y su respeto a nuestra humana dignidad, nos da siempre la capacidad de rechazar el don de su gracia con la libertad de nuestra voluntad.
Ya San Pablo escuchó al Señor decirle: «Te basta mi gracia» (II Cor XII, 9) y así pudo hacer frente a las tentaciones y pruebas con la confianza personificada en su sentir: «Todo lo puedo en Aquél que me conforta» (Flp IV, 13).
Los Padres de la Iglesia afirmaban con emoción: Dios se hizo hombre para que el hombre se divinizara (ver CaECa 460). En la Santa Misa, el sacerdote mientras mezcla el agua con el vino reza lo siguiente: «El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana» (5). Estas son afirmaciones valientes, rotundas, claro está pero no confundamos lo que aquí se dice. No se trata de la «New Age» ni de que Shirley MacLane se haya vuelto loca (6). La verdad es que el objetivo fundamental de la Encarnación fue la divinización de la especie humana, capacitándonos para compartir la naturaleza divina.
Tan cercana e íntima como fue la relación entre nuestros primeros padres y su Creador, sin embargo fue una relación exterior. Por medio del misterio de la Encarnación continuamente presente en la Iglesia, nuestra relación por la gracia es una relación interior y así es mucho más profunda. Adán y Eva participaron de la amistad de Dios y nosotros compartimos Su propia vida. Por medio del misterio pascual de Cristo (su Pasión, Muerte y Resurrección) somos hechos hijos en el Hijo (filii in Filio).
Este proceso de filiación divina y deificación se produce principalmente por los sacramentos, de manera que podamos decir que una ’subcategoría’ de la gracia santificante es la gracia sacramental.
En el Bautismo, el Señor hace su primera propuesta amorosa. La asombrosa naturaleza de esta inmerecida gracia se acentúa de manera dramática mientras los niños son bautizados: mucho antes de que seamos radiantes, hermosos, más aún, mientras permanecemos en el estado de pecado original, Dios se acerca a nosotros y nos introduce en Su propia vida.
La Confirmación, nos da la fuerza necesaria para ser fuertes y fieles testigos de Cristo, de Su evangelio y de Su Iglesia, en medio de un mundo descreído y con frecuencia hostil.
Con la Eucaristía, el Sacramento de los sacramentos, somos alimentados con el Cuerpo y la Sangre del Dios-Hombre y en una maravillosa reversión de la naturaleza, ¡el alimento celestial no se convierte en nosotros, sino nosotros en Él!
En el sacramento de la Penitencia, cuando estamos separados parcial o totalmente de Dios, Él de nuevo, se acerca a nosotros con un amor compasivo y misericordioso.
Con el sacramento del Orden, unos hombres son configurados con Cristo, el Sumo Sacerdote, recibiendo el poder del Espíritu Santo para santificar a los demás en Su Nombre y Persona.
El sacramento del Matrimonio capacita a un hombre y una mujer para que reflejen la mejor imagen del amor del Divino Esposo por su Esposa la Iglesia.
Cuando estamos debilitados físicamente, el Espíritu Santo nos da las fuerzas necesarias por medio del sacramento de la Unción de los enfermos.
Deberíamos verlo claramente: la gracia de Dios nos rodea en todos los instantes de nuestro peregrinar terrenal hacia la eternidad. ¡Qué afortunados somos nosotros, los católicos, que disponemos de aquello que otros no tienen y seguramente lo desean!
¡Qué agradecidos necesitamos estar por esta accesibilidad al poder divino y el mejor modo de demostrar gratitud es el recurso frecuente a estas inundaciones de gracia!
Un principio fundamental de la teología dice: «Lex orandi, lex credendi» (Oramos lo que creemos). En otras palabras, lo que creemos se encuentra en nuestras oraciones litúrgicas que, a la vez, nos enseñan la Fe y la refuerzan con regularidad al rezarlas cada año.
Una simple lectura rápida de los «Propios» de las misas de las últimas semanas de la Cuaresma y de la Octava de Pascua nos revela cómo entiende la Iglesia la naturaleza indispensable de la gracia (7).
La oración Colecta del sábado de la IV semana de Cuaresma declara: «…ya que sin tu ayuda no podemos complacerte».
La oración después de la Comunión del viernes de la V semana de Cuaresma, ora: «Este don que hemos recibido, Señor, nos proteja y aleje de nosotros todo mal».
La Colecta del sábado de esta misma V semana pide: «Señor, que concedes a tu pueblo gracias más abundantes en este tiempo de Cuaresma, dígnate mirar con amor a tus elegidos».
Pasando al tiempo de Pascua, tenemos:
Oración después de la Comunión del lunes de la Octava de Pascua: «Te pedimos, Señor, que la gracia del misterio pascual llene totalmente nuestro espíritu».
La misma oración, del Martes de la Octava, reza: «…concede a estos hijos tuyos, que han recibido la gracia incomparable del bautismo…».
Finalmente, el domingo de la Divina Misericordia, la Iglesia se derrite poéticamente, diciendo: «Dios de misericordia infinita que reanimas la fe de tu pueblo con el retorno anual de las fiestas pascuales; acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del Espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido».
Adviértase cómo todas estas oraciones resaltan el papel de la gracia para hacernos hijos de Dios en Cristo y para guardarnos fieles discípulos de Cristo en la consecución de las virtudes cristianas.
Para concluir, una rápida explicación sobre la gracia actual. Dios siempre quiere ayudarnos a hacer el bien y evitar el mal; debemos estar alerta ante la presencia de la gracia.
Del periodista británico Malcom Muggeridge, biógrafo de la Madre Teresa de Calcuta se cuenta una interesante historia. Él estaba enamorado completamente de la Iglesia Católica y de todo lo católico, aunque era anglicano. Esta situación llevó a un periodista a preguntarle: Con todas las cosas hermosas que usted dice siempre de la Iglesia Católica, ¿por qué no se ha convertido usted? El Sr. Muggeridge, piadosamente respondió: «No tengo la gracia».
Muchos años después, casi al final de su vida, el Sr. Muggeridge y su esposa se convirtieron al catolicismo y otro periodista le preguntó: ¿Por qué ahora? Su respuesta, más piadosa aún fue, simplemente: «La gracia».
Yo creo que la Gracia de Dios estuvo realmente allí desde el principio pero el venerable caballero no se apercibió de su presencia. El cazador celestial, sin embargo, nunca deja de seguir a los que ama, ofreciéndoles su gracia, que es a la vez, Su poder y Su vida. Esta realidad es la que hizo exclamar al protagonista de «Diario de un cura rural», de Georges Bernanos, una última y rotunda palabra: «Todo es gracia».
Gracia es la primera palabra que se pronuncia en nuestro favor y será también la última. ¿No es esto lo que San Juan nos enseña en el prólogo de su evangelio: «Pues de su plenitud recibimos todos gracia tras gracia»? (Jn I, 16).
Confío que Pelagio aprendiera y aceptara la necesidad de la gracia antes de comparecer ante el Juez de todos. Así mismo, confío que el Cardenal Kasper llegará a comprender el poder de la gracia de Dios para transformar nuestros débiles esfuerzos humanos en fuerza divina.
Cuando se encuentren frente a sus propias inclinaciones al pecado, pidan la gracia de Cristo, siempre disponible ante nuestra petición. Cuando asistan a otros que vacilan en su peregrinar cristiano, no les digan que es cuestión de firmeza y determinación, o peor, que es inútil luchar; ábranles las puertas al significado de la gracia que nos permite, aquí y ahora, compartir la vida divina.
Peter M. J. Stravinskas, sacerdote
Publicado originalmente en Catholic World Report
Traducido por Laudetur Jesus Christus, del equipo de traductores de InfoCatólica
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(1) De baptismo parvulorum (dos libros); De spiritu et littera (un libro); De natura et gratia (un libro), De perfectione iustitiae hominis (un libro); Contra gesta Pelagii (un libro); De gratia Christi et de peccato originali (dos libros); Contras questiones Pelagianistarum (un libro); De nuptiis et concupiscencia ( dos libros); Ad papam Bonifacium (cuatro libros); Contra Iuliuanum (seis libros). Según la clasificación de su biógrafo, San Posidio, obispo de Calama, Norte de África (+437).
(2) Editado en 1885 por la Jerarquía católica de los Estados Unidos de América del Norte para la enseñanza de los católicos de ese país, siguiendo el estilo del Pequeño Catecismo de san Roberto Belarmino, S. J. (152/1621), Cardenal y Doctor de la Iglesia. Estuvo vigente hasta 1960.
(3) «La gracia santificante es el don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla.» (CaECa 2023).
«La gracia santificante nos hace ‘agradables a Dios’. Los carismas, que son gracias especiales del Espíritu Santo, están ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia. Dios actúa así mediante gracias actuales múltiples que se distinguen de la gracia habitual, que es permanente en nosotros.» (CaECa 2024).
(4) Diccionario Latino-Español/Español-Latino, Bibliograf, S.A., Barcelona, 13ª edición 1981.
(5) Misal Romano, Ordinario de la Misa, Liturgia Eucarística, BAC, Madrid, 1988. Texto unificado en lengua española para los países iberoamericanos, Guinea Ecuatorial, Estados Unidos de América del Norte, Puerto Rico y España (Congregación para el Culto Divino, Decreto del 16 de Julio de 1987).
(6) Actriz norteamericana de fama mundial, activista de la «New Age»; pretendida reencarnación de una princesa inca; buscando espiritualidad en el Camino de Santiago y otras supuestas creencias.
(7) Textos de las oraciones según el Misal romano citado en la nota 5.
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Todas las citas bíblicas se realizan siguiendo el texto de la versión oficial de la Santa Biblia de la Conferencia Episcopal Española, BAC, Madrid 2010.
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