En el camino hacia la Pascua, nos encontramos con la Semana de la familia que solemos celebrar en primavera, en torno al 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del ángel a Nuestra Señora y de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María (9 meses antes de la Navidad).
El 25 de marzo en la tarde tendremos en la Catedral la vigilia de oración por la vida. La vida reverdece cuando llega la primavera, la vida es imparable. Y la causa de la vida, igualmente. Por mucha campaña antivida en aras de la libertad y del derecho a elegir, la vida tiene futuro, nunca la muerte. El discurso sobre la vida volverá a tener futuro y ahogará los gritos de muerte que están de moda. Esta es la esperanza cristiana que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.
Dios se ha acercado a nosotros en la carne de su Hijo, que se ha hecho hombre como nosotros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado. Y nos llama a la vida para hacernos partícipes de una Vida que no acaba. Dios ha dotado al hombre (varón y mujer) de la capacidad de colaborar con él en la generación de nuevas vidas. La unión amorosa de los padres es el lugar sagrado donde brota la vida. La fecundación no es un simple amasijo de células, sino una carne con alma, y el alma la crea Dios para estrenar en cada ser humano que viene a la existencia. Un ser humano vivo es una persona humana, aunque todavía no se haya desarrollado plenamente. Y más de cien mil seres vivos, personas humanas, son eliminados en el seno materno antes de nacer en España cada año. Millones y millones en el mundo.
A pesar de toda esa conspiración de muerte («cultura de la muerte» la llamaba Juan Pablo II), la vida sigue brotando con fuerza y por eso vale la pena luchar en favor de la vida. El 25 de marzo tenemos una cita en la Catedral y en todas las parroquias para celebrar la Jornada por la Vida, para agradecer a Dios el don de la vida, y para luchar con las armas de la fe, de la oración y de la mentalización en favor de la vida. Muchos colaboran con la muerte en este campo sin saberlo, incluso sin culpa propia. Tenemos que crear entre todos una «cultura de la vida», que respeta la ecología humana y la promueve, porque el primer derecho de todo ser humano es el derecho a vivir, una vez que ha sido concebido. «Nadie tiene derecho a suprimir una vida inocente», gritaba Juan Pablo II en el paseo de la Castellana de Madrid allá por el año 1982, en su primer viaje a España. Desde entonces han sido segadas millones de vidas en el seno materno. Y muchas vidas han sido rescatadas de la muerte antes de ser destruidas, gracias a los que trabajan en favor de la vida.
La Semana de la familia abordará también otros temas relacionados con la familia y con la vida. El martes 26 nos hablará Mons. Juan Antonio Aznarez. El miércoles y el viernes otras ponencias según programa. El jueves será especialmente dedicado a la oración en todas las parroquias con los temas referentes a la familia; y el viernes la última ponencia y clausura de la Semana. Somos como David y Goliat, unos enanos ante un gran gigante, pero David abatió a Goliat porque su lucha la basó «en el nombre del Señor». Pues hagamos eso, en el nombre del Señor vivamos nuestra defensa de la vida, sin pretensión de ofender a nadie, pero proponiendo una y otra vez el evangelio de la familia y de la vida, que hace feliz al hombre y genera paz social.
Vuelve una y otra vez la propuesta de eliminar la vida en su última fase, cuando la «calidad» de vida ya no es estimable. Luchemos por la defensa de la vida en su última etapa. La persona vale no por lo que produce, ni estorba por el gasto que genera. La vida es sagrada y cuanto más débil más merece ser protegida, mimada, atendida con amor inmenso. Ahí queda patente la dignidad de la persona, que ha de ser amada y atendida hasta su último aliento natural, sin que nadie tenga derecho a cortar el hilo.
Misterio de la Encarnación, Semana de la familia y la vida, tiempo de cuaresma que nos prepara a la gran fiesta de la Vida, Cristo que ha vencido la muerte y nos da nueva vida, la Pascua del Señor.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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