Tres enfermeras de la Cruz Roja y ensangrentada

No eran espías infiltradas, ni tampoco brujas con sus alquimias raras. No fueron monjas ni guerrilleras. Tan sólo eran unas mujeres jóvenes y cristianas. Laicas que quisieron vivir su bautismo con un compromiso tan sincero como hermoso. Es el testimonio cotidiano dentro de lo concreto de la vida familiar, del círculo de los amigos, en la parroquia y en el trabajo sencillo de sus quehaceres. No encontraron armas entre sus ropas, ni mapas para emboscadas, ni consignas pervertidas para llegar a matar cobardemente.

Pilar, Octavia y Olga, eran esas tres mujeres laicas y cristianas, que tuvieron a bien en medio de una tragedia como es siempre cualquier guerra, máxime si es un conflicto bélico civil donde caerían los hijos de un mismo pueblo, de una misma familia, de una misma nación. Hicieron el curso intensivo para convertirse en damas auxiliares de la Cruz Roja Española, como enfermeras de apoyo. Ellas veían sólo personas heridas en el campo de batalla, sin importarles los bandos militares o las siglas políticas que pudiera haber detrás. Fueron martirizadas cuando tenían 25, 41 y 23 años respectivamente.

Así nos relata la persona que ha estudiado y llevado adelante todo el proceso de beatificación, María Victoria Hernández, cómo fue el desenlace que terminó en el martirio de estas tres enfermeras: «Apenas entraron los milicianos en el hospital, los soldados heridos fueron fusilados. El médico y las enfermeras tuvieron la oportunidad de huir, pero no lo hicieron para no abandonar a los pacientes y asistirlos hasta el final. A Pilar, Octavia y Olga no las mataron inmediatamente, sino que fueron entregadas a manos de los milicianos, que las torturaron y violentaron durante toda la noche, mientras un carro –sobre el que habían colocado el cadáver del capellán– giraba alrededor de la vivienda para impedir con su ruido que se oyeran los gritos de las enfermeras.

Si el hecho de prestar servicio en un hospital de la zona nacional podría hacer creer a los republicanos que estaban al servicio de dicha zona aun siendo claramente reconocible el distintivo de la Cruz Roja y por tanto su imparcialidad, la manifestación de fe a través de la oración y de los objetos religiosos que tenían consigo llevó a los milicianos a concentrar la atención en la fe de estas tres mujeres, y de ahí, como recuerdan testigos oculares, que les pidieran renegar de Dios y de la Patria, pero ellas respondieron valientemente que «por Dios y por España se muere solo una vez». Y ellas murieron de veras entregando la vida por quienes no les perdonaron. En el pelotón de fusilamiento había milicianas, que con saña se abrogaron ese pobre privilegio de poder ahogar con su cieno a las tres gemas, las tres rosas, que con su vida y su muerte más las contradecían.

Nosotros damos gracias a Dios por estos testimonios del más alto amor pagado con el mayor de los precios. Desde el comienzo del cristianismo siempre han sido perseguidos los cristianos. Cambian los leones que nos desgarran, los paredones donde se nos fusila, que ahora pueden ser de papel de diario o de plasma de pantalla, la daga con turbante que nos degüella, la calumnia y mentira que nos emponzoña. Pero siempre está de fondo la misma razón: el odio a Cristo y a los cristianos, el rencor que sólo sabe enfrentar y dividir a pueblos y a hermanos, el resentimiento ante la luz, la verdad, la belleza, la justicia y la bondad. Sabemos quiénes han sido y quienes son los que esto perpetran impunemente tras sus siglas políticas y sus barricadas. Pero siempre nos hallarán con la actitud de las enfermeras de Astorga que fueron martirizadas en ese bello paraje asturiano de Somiedo: ser testigos de Jesucristo, dar la vida por los hermanos y amar hasta incluso a los enemigos. Que Pilar, Octavia y Olga, intercedan por nosotros.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

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