Bucéfalo (“Cabeza de buey”), era un caballo indomable hasta que el joven Alejandro Magno se fijó en cómo el animal mostraba su temperamento sobre todo cuando veía su sombra, lo orientó hacia la luz para que no pudiera ver su sombra y lo montó sin problema. Desde entonces, Bucéfalo sólo se dejaba montar por Alejandro.
Espiritualmente, podemos ser como Bucéfalo y experimentar diferentes grados de mansedumbre ante el Señor, que según el Evangelio del XXXII Domingo de Tiempo Ordinario: “observaba a la gente” (Mc. 41) mientras hacían sus ofrendas en el Templo de Jerusalén. Él lee los corazones y sabe el estado en que se encuentran nuestra almas y lo que podemos llegar a ser si nos dejamos llevar por Él como hizo la Bta. Isabel de la Trinidad (1880-1906).
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La Bta. Isabel de la Trinidad era muy popular, alegre y simpática, aunque de pequeña mostraba lo que llamaría un “terrible carácter” y “rabietas”. Su madre afirmaría que era “todo un demonio” hasta su Primera Confesión, a los 7 años, año en que también se quedó huérfana de padre. A esa edad ya mostraba deseos de ser religiosa y a los 11 años, al hacer su Primera Comunión, se ofreció por completo al Señor.
La beata francesa tocaba muy bien el piano y a los 13 años ganó el primer premio en el Conservatorio, pero no fue la música lo que le ayudó más a dominar su carácter, sino su amor de Dios. A los 14 años quiso entrar en el Carmelo, aunque su madre se lo impidió hasta los 21 años, cuando ya mostraba una espiritualidad madura.
Ese año redactaría su oración: ”¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro!..”y firmaba sus cartas con “laudem gloriae” (alabanza de gloria a Dios). Padeció largos meses de la enfermedad de Addison, que le llevaría definitivamente al Señor. Sus últimas palabras fueron: “Voy a la Luz, al Amor, a la Vida”.
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En sus escritos la Bta. Isabel de la Trinidad ofrece consejos espirituales para los que desean superar sus defectos. ¿Qué tipo de Bucéfalo reconocemos en nosotros mismos?
1) El que ve su sombra
El 1899 ya escribía la beata: “Este mundo no puede satisfacerme” y en 1901 diría la beata que su rasgo dominante era “la sensibilidad”. Se conocía bien a sí misma, pero sabía que la respuesta a sus inquietudes no se encontraba en su propia personalidad, en su sombra: “Pienso yo que el alma que goza de mayor libertad de espíritu, es aquella que más se olvida de sí misma.”
“ El abandono, eso es lo que lleva a Dios. Soy todavía muy joven, pero ya me ha tocado sufrir bastante. Y entonces, cuando todo se oscurecía, cuando el presente era tan doloroso y el futuro aparecía aún más sombrío, cerraba los ojos, me abandonaba como un niño en los brazos de ese Padre que está en los cielos… Nos miramos demasiado a nosotros mismos, quisiéramos ver y comprender, no tenemos suficiente confianza en Aquel que nos envuelve en su amor.”
En vez de pensar que no podemos escaparnos de nuestros problemas, deberíamos darnos cuenta de que es a Dios a quien uno “Se le encuentra en todas partes, lo mismo en la colada que en la oración”. “Él está dentro de nosotros para santificarnos. Pidámosle, pues, que Él mismo sea nuestra santidad.”
2) El que muestra su temperamento
Observaría la Bta. Isabel de la Trinidad: “Creo que si El me ha amado tan apasionadamente y me ha hecho tantos favores es por verme tan débil.” Así describía su lucha contra su fuerte carácter:
“Cuando recibo una advertencia injusta parece que siento hervir la sangre en mis venas. Todo mi ser se revela. Pero Jesús estaba hoy conmigo, escuchaba su voz en el fondo de mi alma y me sentía dispuesta a sufrirlo todo por su amor”.
La misma fuerza de carácter le ayudaría a superarse, a poner su voluntad en amar. Así podía decir la beata de sí misma a finales de 1894: “Sin ser un modelo de paciencia, generalmente sé contenerme. No guardo rencor”. Teniendo todo eso en cuenta, estos son dos buenos consejos de la beata: 1) “Aprende a cifrar tu gozo, el gozo no de tu sensibilidad, sino de tu voluntad, en la contrariedad y en el sacrificio.” 2) “Hace falta tachar la palabra ‘desánimo’ de tu diccionario de amor.”
3) El que ve la Luz
Explica la beata: “… Aquel que sacia a los Bienaventurados en la luz de la visión beatifica, se nos entrega por la fe y el misterio. Es el mismo. He hallado mi cielo en la tierra pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma… El día que comprendí eso todo se iluminó para mí”. Añade: “esta intimidad con Él ‘en lo interior’ ha sido el hermoso sol que ha iluminado mi vida convirtiéndola en un cielo anticipado.”
Confía a su hermana: “El más santo es el más amante. Es quien más contempla a Dios y satisface más plenamente las necesidades de su mirada”. “No se deja vencer por las cosas cambiantes, tiene la mirada simple e inalterable ante las imágenes mutables pues pasa por encima de ellas teniendo los ojos fijos en Dios".
“Ser esposa” es tener los ojos en los suyos, el pensamiento obsesionado por Él, el corazón todo cautivo, lleno, como fuera de sí y pasado a Él, el alma llena de su alma, de su oración; todo el ser cautivado y entregado… Es, teniendo siempre fija en Él la mirada, sorprender el menor signo y el más pequeño deseo; es entrar en todas sus alegrías, compartir todos sus dolores.”
4) El que se deja llevar por su amor.
“Me entusiasmaba la oración. Amaba tanto al Señor que ya antes de mi Primera Comunión no comprendía que se pudiese entregar el corazón a alguien que no fuese El. Desde entonces estaba resuelta a amarle sólo a El y a vivir únicamente para El.”
En el combate espiritual: “El alma que se habitúa a vivir bajo la mirada de Dios, se halla revestida de su misma fortaleza. Es valiente aun en medio del sufrimiento.” Así podía decir la beata:
“Todo lo hago con Él, por eso en todo lo que ejecuto siento una alegría divina. Que barra, que trabaje, que vaya a la oración, todo lo encuentro estupendo y delicioso, porque en todo lo que hago veo a mi divino Maestro.”
Consciente de que “ [Ser esposa] Es descansar de todo con El y permitirle descansar de todo en nuestra alma…”, la beata deseaba para todas las almas “ese profundo silencio del corazón que permite a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en Sí.”
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Pidamos al Señor como hacía Bta. Isabel de la Trinidad: “Oh Jesús!, haz que nada pueda distraerme de ti, ni las preocupaciones, ni las alegrías, ni los sufrimientos, que mi vida sea una oración continua.”
Preguntas del día [Puede dejar su respuesta en los comentarios]: ¿Cómo piensa que la beata alcanzó una madurez espiritual tan pronto a pesar de su temperamento? ¿Qué otros músicos hay entre los santos?
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