Hoy será canonizado el joven mártir cristero José Sánchez del Río

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Hace un tiempo, el que esto escribe trajo a esta casa una pequeña biografía que había escrito sobre el Beato José Sánchez del Río, martirizado en la Guerra Cristera acaecida en México entre los años 1926 y 1929.

Pues bien, siendo mañana domingo, 16 de octubre, su canonización (junto con otros seis beatos más, a saber, el Obispo Manuel González, Salomón Leclerq, Ludovico Pavoni, Alfonso María Fusco, José Gabriel del Rosario Brochero e Isabel de la Santísima Trinidad Catez) traemos aquí la reproducción de tal libro porque vale pena recordar a los mejores de entre nosotros.

SUMARIO

En Sahuayo, Michoacán (México)                                  

Una guerra justa                                                        

El niño cristero                                                                 

La fe de un pequeño gigante                                        

Muerte de José                                                           

En el libro de los Santos                          

(Beatificación-Canonización)

Para rezar                                                                                       

Su festividad se celebra el 10 de febrero.

En Sahuayo, Michoacán (México)

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El 28 de marzo 1913 nace en Sahuayo, Michoacán (México), un niño a quien ponen el nombre de José Luis. Sus padres, Macario Sánchez y María del Río, eran fervientes católicos con una fe bien asentada en el corazón.  Fue bautizado el 3 de abril de aquel mismo año en la Iglesia parroquial de su pueblo. Años después, recibiría los Sacramentos de la Eucaristía y la Confirmación en el mismo Templo. 

En cuanto a su naturaleza infantil, nuestro santo no era un niño en exceso diferente al resto: corría con sus amigos por las calles empedradas de su pueblo, jugaba a las canicas y, como diversión, gustaba cazar palomas con sus amigos. 

Ya desde pequeño, como al resto de los niños del pueblo, mostró una predilección notable por la vida campestre y por los caballos. No era, de todas formas, nada extraño, por según en qué lugar había nacido.

José Luis nació en un tiempo convulso para la fe católica. Y es que en aquel tiempo se estaba desarrollando la Revolución mexicana y en la lucha entre los diversos bandos no era extraño que los creyentes católicos resultasen perjudicados por unos o/y por otros. 

El caso es que en sus escasos años de vida conoció la pobreza y el trabajo que desempeñó desde pequeño. Era, pues, un niño como otros.

Sin embargo, no en todo era como el resto de sus amigos. 

Al respecto de su vida familiar, José Luis vivió rodeado de una unidad que le marcó en sus años de vida, gozó aprendiendo acerca de los valores cristianos que iban dando sentido a su existencia y, por fin, la fe y la caridad hacia su prójimo (o extraños) consolidaron un corazón firme y franco en cuanto a sus creencias católicas. Por eso, desde que hiciera su Primera Comunión, José Luis tomó la decisión de mantener con Jesús una amistad profunda y fiel que lo llevó a formar parte de las vanguardias locales de la Acción Católica de la Juventud Mexicana.

 

Una guerra justa

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En 1821, a través del Plan de Iguala, se decide la independencia de México de España. En 1855 da comienzo una revolución liberal liderada por Benito Juárez con una característica muy concreta: era anticristiana o, mejor, anticatólica. Dos años más tarde, impone la Constitución de aquel año de 1857 y las leyes de Reforma de 1859. Empieza, así, una clara persecución en contra de la Iglesia católica. 

Es más, la legislación de aquel tiempo atentaba, directamente contra muchos aspectos relacionados con la Iglesia católica. Y es que establecía, entre otras cosas, la nacionalización de los bienes eclesiásticos, la supresión de las órdenes religiosas, la secularización de cementerios, hospitales y centros benéficos, etc. Además, se trató de crear una Iglesia mexicana cismática con el fin de dividir a la Esposa de Cristo.  

Y, como no vaya a pensarse que el pueblo creyente mexicano iba a quedarse mirando para otro lado cuando se perpetraban actos tan deshonestos y tan vulgarmente impiadosos, ya se levantó, como sucedería luego en La Cristiada (1926-1929), en contra de tanto desafuero. Así, durante los años 1858 a 1861 el pueblo católico mexicano se puso contra las leyes y reglamentos que se habían hecho para oponerse de frente a la Iglesia que había fundado el Hijo de Dios.

Y así pasaron unos decenios de opresión a la creencia católica. 

Si bien el cristiano, aquí y allí católico, tiene el mandato de soportar las persecuciones en recuerdo de aquello que dijo Cristo sobre que serían perseguidos sus discípulos, la verdad es que la que se había perpetrado contra el creyente mexicano desde el mismo inicio de la independencia de su nación había colmado, seguramente, el vaso de la paciencia de un pueblo humilde y pobre.

Cuando, dadas las circunstancias por las que pasaba la Iglesia católica mexicana y tras la aplicación “exacta” de la ley laicista por parte del Presidente Calles y sin haber hecho el más mínimo caso a la Carta pastoral de los obispos mexicanos de fecha 25 de julio de 1926 en la que se decía que “ese Decreto y los Artículos antirreligiosos de la Constitución sean reformados”, el 31 de julio de aquel mismo año se ordenó la “suspensión del culto público en toda la República”, el pueblo creyente tuvo que creer y estar en seguridad de que había llegado el momento. 

Empezó, pues, el alzamiento de los cristeros en agosto de 1926. Tuvo la inestimable ayuda de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa que había sido creada, con el fin de defender tal libertad, en marzo del año anterior, 1925.

¿Qué pasa en Roma? 

Es seguro que Pío IX estaba preocupado por lo que pasaba en aquella parte de la cristiandad católica. Por eso publica (18 de noviembre de 1826) la encíclica “Iniquis afflictisque” en la que dice, entre otras cosas que “Ya casi no queda libertad ninguna a la Iglesia (en México), y el ejercicio del ministerio sagrado se ve de tal manera impedido que se castiga, como si fuera un delito capital, con penas severísimas” (11). Tiene, también, en cuenta a la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa cuando dice, de ella, que se extiende “por toda la República, donde sus socios trabajan concorde y asiduamente, con el fin de ordenar e instruir a todos los católicos, para oponer a los adversarios un frente único y solidísimo” (12). 

Pero el Santo Padre tiene en su corazón a todos aquellos que entregan su vida por su fe. Por eso escribe que “Algunos de estos adolescentes, de estos jóvenes -cómo contener las lágrimas al pensarlo- se han lanzado a la muerte, con el rosario en la mano, al grito de ¡Viva Cristo Rey! Inenarrable espectáculo que se ofrece al mundo, a los ángeles y a los hombres” (13). 

Y entre aquellos adolescentes, más bien niño, estaba nuestro santo José Luis Sánchez del Río.

El niño cristero

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Como hemos dicho arriba, aquel niño de pocos años tenía una fe católica bien sentada en su corazón. Por eso, no es de extrañar que albergara la voluntad de seguir a los que habían declarado la guerra al gobierno federal mexicano. 

En realidad, San José Sánchez del Río había nacido en una región muy católica. Por tanto, que el seguimiento cristero fuera el orden a seguir era lo que cualquiera hubiera esperado. Y así fue. Por eso en aquella parte del occidente de Michoacán los hombres y mujeres que la habitaban, pronto se unieron (de una forma o de otra) al movimiento que se había iniciado en defensa de su fe católica sufriendo, precisamente por eso, muchos atropellos por parte de los soldados del Ejecutivo de Calles. 

Así, pueblos como Cotija, Sahuayo (el de nuestro santo), Jiquilpan, Santa Inés, Los Reyes y otros más se vieron inmersos en aquella guerra en favor de Cristo Rey, la Virgen de Guadalupe y, en concreto, en defensa de uno de los derechos humanos más elementales como es el de libertad religiosa que había sido escamoteado por el Gobierno Federal. 

A todo esto, a José Luis podemos imaginarlo ávido de ganas de incorporarse a la milicia de Cristo. Es más, si nos ponemos en su piel de fervoroso católico y testigo de los males causados entre sus vecinos por la tropa federal no es nada extraño que, ante los gritos de “¡Viva Cristo Rey y la Santísima Virgen de Guadalupe!” respondiera, como era sana costumbre espiritual de aquel tiempo con aquel “¡Que viva!” que tan bien identificaba a los seguidores de aquel movimiento verdaderamente popular y religioso que se levantó contra la opresión anticatólica. 

Sin embargo, no lo iba a tener fácil. Y es que su corta edad y el permiso no obtenido de sus padres para que se incorporara el ejército cristero impedían que se hiciera real su sueño. 

Pero José Luis perseveró mucho. Insistió tanto en la oración como en su manifestada voluntad de incorporación a la causa cristera. Y, por fin, con apenas 13 de edad consiguió que le permitieran enrolarse en las fuerzas cristeras que luchaban bajo el mando del general Prudencio Mendoza que era, a la sazón, jefe de los cristeros de la zona de Cotija y sus alrededores. 

Aquel niño resuelto a la lucha cristera, cayó muy bien entre sus compañeros cristeros. Y es que, ya desde el principio, los valores que muy bien había aprendido en el seno de su familia, los puso en práctica. Así, se distinguía por su actitud servicial para con todos sus compañeros: tanto se le veía engrasando las armas como friendo los frijoles de la comida o, algo que seguramente debía gustarle mucho, cuidando que a ningún caballo le faltara el sustento de comida y agua. 

El caso es que a su mamá, que tanto se había opuesto a que su hijo, de tan poca edad, entrara en una guerra tan cruel como aquella, le decía algo que, a lo mejor, la convencía de que todo aquello no era una verdadera locura:

 “Mamá, nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo como ahora”.

El general Prudencio Mendoza lo dejó a cargo del jefe cristero Luis Guízar Morfín, que lo tomó como su ayuda de campo. Y allí, entre aquellos aguerridos hombres discípulos de Cristo, el niño José Luis se mostró como un verdadero valiente y fiel luchador en defensa de su fe católica. 

Podemos imaginar las condiciones a las que tuvo que someterse nuestro santo: dormían muchas veces en cuevas o en tupidos bosques, comían poco y mal porque, además, en muchas ocasiones no podían preparar fogatas para calentar los alimentos por las especiales condiciones de aquel enfrentamiento cristero.

 

La fe de un pequeño gigante

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No resulta difícil imaginar cómo era la vida religiosa de aquel grupo de hombres armados en la milicia de Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe. Muchos sacerdotes los asistían en los campamentos y casi podemos verlos celebrando la Santa Misa o recibiendo los Sacramentos que, en aquellas circunstancias, eran, digamos, más recomendables.   Pero si había algo por lo que se caracterizaba San José Sánchez del Río era por la fe que mostró desde el primer momento de incorporación al grupo de defensores de la libertad religiosa. 

Tampoco nos extraña nada que eso fuera así porque ya hemos apuntado arriba que la familia en la que, hasta entonces, había vivido aquel niño-santo era ferviente católica y mucho había sido lo que había aprendido en su seno. 

El caso es que José Luis rezaba todas las noches el santo rosario a María Santísima. Lo hacía antes de acostarse y descansar de una jornada que, a buen seguro, había sido muy dura. 

Y, aunque sea avanzar algo de lo referido a la muerte mártir de San José Sánchez del Río, traemos aquí una carta que le envió a una tía suya. Y es que dice mucho de su fe y de su templanza

Sahuayo, 10 de febrero de 1928. 

Querida tía: 

Estoy sentenciado a muerte. A las ocho y media de la noche llegará el momento que tanto he deseado. Te doy las gracias por todos los favores que me hiciste tú y Magdalena. No me encuentro capaz de escribir a mi mamá: tú me haces el favor de escribirle. Dile a Magdalena que conseguí que me permitieran verla por última vez y creo que no se negará a venir (para que le llevase la Sagrada Comunión), antes del martirio. Salúdame a todos y tú recibe como siempre y por último el corazón de tu sobrino que mucho te quiere… Cristo vive, Cristo reina, Cristo impera y Santa María de Guadalupe.

 

Firmado: José Sánchez del Río,

que murió en defensa de la fe.

Aquel niño, pues, atesoraba un corazón tierno y fiel a Jesucristo, su mejor Amigo, a quien había prometido entregar, incluso, la propia vida. Por eso manifestaba lo que todo católico debería tener como verdad esencial de su vida y era que Dios lo es de vivos, que su Hijo reinaba en el mundo y que imperaba su bondad y su misericordia. Y si a esto añadimos el amor (nunca exagerado ni desmedido) hacia la Santísima Virgen en la advocación mexicana de Guadalupe… ya tenemos presente a quien sabría hacer lo que, en aquel momento, correspondía hacer poniendo su fe por delante de toda comodidad humana y de cualquier intento (que los hubo) de que renunciara a su santa creencia católica. 

 

Muerte de José

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Lo que le pasó a San José Sánchez del Río cualquiera sabía que podía pasarle: bien podía morir en el campo de batalla o bien podían capturarlo en el mismo y tener una muerte, digamos, más cruel incluso. 

Y eso es lo que le pasó. 

El 5 de febrero de 1928, durante el transcurso de un combate apresaron a José Luis. Pero incluso en eso tuvo que ser especial el muchacho. 

Y es que habiendo derribado de su caballo a su jefe Guízar Morfín le ofreció el suyo propio (el de José Luis queremos decir) para que bien continuase la batalla o bien huyera en busca de refugio. Y, lo que podía pasar acabó pasando. 

Así, desde Cotija, José escribió a su madre esta carta bien hermosa: 

Cotija, Mich., lunes 6 de febrero de 1928. 

Mi querida mamá:

 

Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios; yo muero muy contento, porque muero en la raya al lado de nuestro Dios. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica:

 

Antes diles a mis otros dos hermanos que sigan el ejemplo de su hermano el más chico, y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba.

 

José Sánchez del Río.

Pero lo peor estaba por llegar porque, como suele ser la costumbre del Mal y sus aliados, no se iba a conformar el primero ni los segundos con acabar con la vida de aquel niño. 

En el lugar en el que fue encarcelado se sucedieron todo tipo de torturas con la finalidad de que José Luis renegara de su fe católica y maldijera a Cristo. Eso, por supuesto, nunca fue conseguido por sus torturadores porque, a lo largo del escaso tiempo que estuvo en sus manos, no pudieron arrancarle ni una cosa ni la otra. 

Por su parte, su padre procuró, de todas las maneras, conseguir la liberación de nuestro santo. Pero el general Guerrero exigió una cantidad de dinero (cinco mil pesos) que era, además de desproporcionada, puesta para que no se pudiera hacer frente a ella. 

A pesar de eso, el padre de San José Sánchez del Río ofreció todo lo que tenía: su casa, muebles y, en general, todo lo que poseía. Pero aquel hombre, ávido de sangre cristera, vino a decir que, con dinero o sin dinero, “en las barbas de su padre lo mandaría matar”. 

José, sabía de los intentos de su familia por liberarlo. Les pidió, sin embargo, que no dieran por él ni un solo centavo. Y es que tenía la firme resolución de morir antes que traicionar a Cristo Rey. Por eso, todo su pueblo, conociendo el desenlace que iba tener aquello, rezó por él y por su familia. 

Cuatro días más tarde, el 10 de febrero de aquel año 1928, sacaron a José Luis del templo que habían convertido en prisión y lo remitieron al cuartel. Allí ejercieron sobre él toda clase de torturas con el fin citado arriba. Pero él permaneció fiel a Cristo y de continuo gritaba “¡Viva Cristo Rey!” lo que le daba ánimos para seguir soportando aquel sufrimiento que, gozoso, aceptaba, por recibirlo por causa del Hijo de Dios. 

Como vieron que por nada del mundo iban a conseguir el malvado fin, llevaron a San José Sánchez del Río al camposanto. Lo llevaron andando a sabiendas del sufrimiento que estaba padeciendo al haberle desollado las plantas de los pies como consecuencia de las torturas que ejercieron sobre su infantil cuerpo. Pero él se mantuvo firme y fiel. 

Al llegar al cementerio hicieron que se parara ante la fosa que habían preparado para que allí fuese enterrado. Él, por su parte, seguía vitoreando a Cristo Rey. Y sus verdugos, queriendo terminar pronto con aquella situación, lo apuñalaron. Recibió el tiro de gracia de parte del capitán de aquella tropa anticatólica. 

Sin embargo, y a pesar de todo aquello, nuestro santo aún tuvo tiempo y coraje para decir “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!”. 

Y aquellas fueron las últimas palabras que pronunció un niño que, a fuerza de llevar una vida santa, ha acabado subiendo a los más altos altares del Reino de Dios.

En el libro de los Santos (Beatificación-Canonización)

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José Luis Sánchez del Río fue declarado beato, junto con otros 11 mártires mexicanos, el 20 de noviembre de 2005, con el beneplácito y autorización del Santo Padre Benedicto XVI. La Santa Misa fue celebrada en el estadio Jalisco de Guadalajara (México) por el cardenal José Saravia Martins, a la sazón, entonces, Prefecto para las Causas de los Santos del Vaticano. 

En cuanto a la Canonización del niño-santo, el 21 de enero de 2016, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia al cardenal Angelo Amato S.D.B., que es quien desempeña, a día de hoy, las labores de Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Aquel día, presentó un milagro atribuido a la intercesión del beato José Sánchez del Río, mártir mexicano que vivió entre los años 1913 y 1928. 

En el caso de nuestro santo mexicano y universal se trata de la salvación de una niña de su mismo pueblo, Sahuayo. Y es que nació la pequeña con un diagnóstico que reflejaba un 90% de muerte cerebral. 

Pues bien, a los cuatro meses de edad la muerte de aquella niña se veía más que cercana pues las condiciones físicas eran terribles como hemos dicho arriba. Entonces, su familia se encomendó a su paisano, el Beato José Sánchez del Río. La niña sanó milagrosamente hasta tal punto que a día de hoy vive una existencia plena y no tiene secuela alguna de aquella muerte cerebral que la hubiera abocado a la muerte si no hubiera mediado intercesión de nuestro niño-santo. 

Y, como hemos dicho arriba, será canonizado por el Papa Francisco en la Plaza de San Pedro de Roma mañana domingo, 16 de octubre de 2016.

 

Para rezar    

                                                                

Oración para pedir la intercesión del Beato José Sánchez del Río

Señor Dios,

que otorgaste la palma del martirio

al Beato José Sánchez del Río

y compañeros,

al profesar y defender con su sangre

la fe en Cristo Rey del Universo,

concédenos por su intercesión

alcanzar la gracia de ser como ellos,

fuertes en la fe, seguros en la esperanza

y constantes en la caridad.

Por Jesucristo Nuestro Señor.

Amén.

  

Oración Preparatoria del Triduo

en honor del Beato Mártir José Sánchez del Río

¡Oh, Dios de amor, que eliges a los

pequeños y débiles para confundir a los

fuertes y poderosos del mundo, y te

fijaste en un adolescente de Sahuayo, en

José Sánchez del Río, para que mostrara

a los pueblos de la Tierra su grande

amor a ti, a la Iglesia y sus hermanos,

derramando su sangre en el martirio.

Míranos compasivos y haznos sentir

su poderosa intercesión, y tú, Beato

Mártir José Sánchez del Río, ayúdanos a

vivir en un profundo amor a Cristo Rey,

a Santa María de Guadalupe, y a la

Iglesia.

Te pedimos, Señor Dios nuestro, en

este triduo nos concedas, por la

intercesión del Beato Mártir José

Sánchez del Río, y si es tu voluntad, la

gracia que estamos solicitando (se pide

la gracia).

Y al término de nuestra vida, podamos

llegar a contemplar tu rostro, y alabarte y

bendecirte con nuestro Mártir José

Sánchez del Río, junto con los ángeles y

santos por toda la eternidad. Amén.

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San José Sánchez del Río, ruega por nosotros

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

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Por la libertad de Asia Bibi. 

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Por el respeto a la libertad religiosa.

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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

San Rafael Sánchez del Río es muestra de qué puede llegar a ser un hijo de Dios.  

…………………………….
Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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