(El Mundo) La historia comienza con Sandra, una proxeneta nigeriana. Dejó a sus dos hermanas pequeñas y a una chica menor edad en manos de las mafias que atraviesan África rumbo a Europa, donde las violan y pegan para que no molesten durante el viaje. Las trajo desde Italia a España a base de palos, prostitución y miedo.
Cuando llegaron a Madrid, en septiembre del año pasado, las tres muchachas nigerianas se convirtieron en objetos: prostituidas en el polígono Marconi día y noche, endeudadas hasta la saciedad con la mammy, esa hermana mayor que les había hecho el supuesto favor de acogerlas en la civilización europea donde ella ya vivía.
Y por fin, a la clínica. Dos de las jóvenes, la menor de edad y una de las hermanas de la proxeneta, se quedaron embarazadas de algunos de los clientes. Entonces, con apenas una semana de diferencia, las llevaron a la Clínica Dator, donde en teoría no repararon en que las dos mujeres, de distinta edad y grupo sanguíneo (aspectos que se miran en el centro), tenían en cambio el mismo NIE. O sea, que las dos fueron con la misma documentación a abortar.
Tampoco, según relata la Policía en sus informes, se debieron de dar cuenta en la clínica de que sólo pasó un día desde que acudieron al centro con intención de abortar hasta que les dieron cita. Un día, no los tres de reflexión preceptivos. Ni que una de ellas, embarazada ya de 18 semanas, no aportó ningún informe médico sobre posibles daños psicológicos o malformaciones del feto, como indica la Ley que debe hacerse a partir de la semana 14. Cada una pagó 450 euros por abortar, que fueron abonados por los proxenetas que las controlaban.
No les dieron opción
Por supuesto, la mafia no preguntó a las mujeres si querían abortar o no. Simplemente las llevaron allí porque si su embarazo continuaba no podían seguir ejerciendo la prostitución. De hecho, para los proxenetas cada día contaba: entre los documentos intervenidos se han hallado cuadernos de contabiliadad diaria con la parte de la «deuda» que iban saldando las víctimas al vender su cuerpo.
La Policía ha elaborado sus informes contra la clínica basándose en la propia documentación que les remitieron los responsables del centro, donde quedan plasmadas las presuntas irregularidades.
El Mundo preguntó a la Clínica Dator, que respondió que «no se tiene ninguna constancia de este caso, del que se ha buscado información en los archivos y no se ha encontrado nada». Además, los portavoces del centro médico explicaron que pasan inspecciones todos los años, que siempre han «respetado la legalidad», y que cumplen con «todos los protocolos de protección de datos».
La investigación comenzó en enero de este año y ha durado varios meses, hasta que los agentes del Grupo VIII de la Brigada Provincial de Extranjería de Madrid,especializados en mafias africanas, arrestaron a Sandra, la mammy que explotaba a sus hermanas pequeñas y a la menor de edad.
Además, los agentes detuvieron a un hombre español que trabaja para el Ayuntamiento de Madrid, por su complicidad con la trama. Según fuentes del caso, el detenido prestó su DNI a la mafia para que realizara los pagos internacionales a los traficantes de personas.
Una odisea de tres meses
En este caso, como es habitual, hubo varios intermediarios para que las jóvenes terminaran en España obligadas a prostituirse, tras un viaje que duró unos tres meses. Primero, las captaron en Nigeria a través de un hombre llamado Benga (su nombre se ha utilizado para bautizar a esta operación policial), donde las sometieron a rituales de vudú para que se sugestionaran y no se rebelasen.
Eso también es habitual en Nigeria: la víctima se compromete a obedecer a la organización criminal, bajo amenazas de que le caigan maldiciones terribles a ella y su familia si no cumple.
Benga las condujo a través del desierto del Sahara hasta Libia, donde permanecieron tres semanas bajo la vigilancia de otro hombre, un árabe llamado Arabú. Desde allí montaron en una embarcación que las internó en el Mediterráneo, hasta que una patrulla de salvamento las recogió y las transportó al sur de Italia, a la ciudad de Lecce.
Ya en Lecce, la odisea continuó en un tren que las condujo a Milán. Y desde Milán, otro hombre las llevó en su coche hasta Francia, donde fueron prostituidas para saldar la deuda con el conductor. Finalmente, llegaron a Madrid en septiembre de 2016, y enseguida fueron enviadas al polígono Marconi, siempre bajo amenazas. Un detalle de la mentalidad de la organización, muy habitual entre las mafias de Nigeria, es que la mammy Sandra las animó a rezar «para dar gracias» porque habían llegado a salvo a España.
Así pasaron seis meses, hasta que una patrulla de la Policía las identificó y se dio cuenta de que una de las chicas parecía menor de edad. A partir de ahí los investigadores pudieron reconstruir el viaje y las torturas que habían sufrido las mujeres, y llegar hasta los responsables de la trama. A las víctimas se les ha prestado ayuda también para que puedan rehacer sus vidas alejadas de estos grupos criminales.
El Juzgado de Instrucción número 40 de Madrid dirige la investigación del caso junto a la Fiscalía de Madrid, a través de sus fiscales especialistas en temas de extranjería y trata de seres humanos. El caso aún sigue en fase de instrucción, por lo que desde el juzgado y la Fiscalía han preferido no añadir nada a las preguntas de este diario.
Con información de Pablo Herraiz para el Mundo
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